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la larga guerra del siglo xx. segunda guerra mundial (XVIII)

Así contó nuestro cronista Luis Calvo el intento de Hitler de invadir Gran Bretaña

El corresponsal en Londres de ABC durante la Segunda Guerra Mundial escribe «Noches trágicas» el 11 de septiembre de 1941

Así contó nuestro cronista Luis Calvo el intento de Hitler de invadir Gran Bretaña ABC

luis calvo

La tarde del sábado a eso de las cinco tuvimos una alarma de cerca de dos horas y yo creo que fue la primera vez en que grandes formaciones de aviones de bombardeo alemanes [...] penetraron de día bajo un sol espléndido sobre Londres, salvando sus defensas interiores. [...]

Oímos disparos antiaéreos, bombas y toda clase de zumbidos aparatosos que hasta entonces parecían privativos de los bombardeos nocturnos. En dirección del Este ascendían ingentes masas de humo y algunas llamas. Los atacantes se marcharon cuando todavía era de día y al anochecer el humo se fue transformando, con las tinieblas de Londres, en llamas únicamente. [...]

Sonaron las sirenas anunciando un nuevo ataque y en el pensamiento de todos penetró la certeza de que Londres iba a conocer una noche trágica, porque nunca podían tener los alemanes mejor iluminación para su bombardeo desde las nubes. Si habían provocado con este propósito el fuego de la tarde o si lo provocaron por casualidad, ellos son los únicos que lo saben, pero la ocasión que Londres indefenso les ofrecía a la luz de las llamas era inmejorable. [...]

Volví con el «taxi» hacia mi casa, que está en el centro de Londres y en el camino silbaban con tal estruendo y frecuencia las bombas que el conductor paró en seco y me dijo: «Tengo mujer e hijos». Le pagué y allá se fue solo, abandonando el coche, a un refugio, mientras yo proseguía mi camino de más de un kilómetro hacia mi domicilio. [ Testigos directos en ABC]

Por primera vez comprobé que se había detenido el tráfico y que los autobuses apagados estaban abandonados en la calle lo mismo que los «taxis» y los coches particulares.

Yo era el único transeúnte y de cuando en cuando, tras un pitido, un guardia me gritaba: «Váyase al refugio». [...] Las caras tristes y cansadas -eran ya las dos de la madrugada- y la atmósfera densa y deprimente [del refugio] me obligó a abandonarlo a los pocos minutos, porque hasta allí -bajo tierra- me perseguía el estruendo del «pandemónium» que se había adueñado del cielo y de las calles. Subí a mi piso, tomé un «whisky», me eché en la cama, me taponé los oídos y caí dormido profundamente.

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