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SALA DE ESPERA

Inviable. E invivible

FRANCISCO JOSÉ JURADO

CUANDO un país de tamaño medio como España llega a los seis millones y pico de parados y una tasa del 27 % de desempleo debemos asumir que quizás se haya convertido en una sociedad inviable. E invivible. Por muchos subsidios, dinero negro, economía sumergida o trampas y cartones que parcheen la situación del día a día, cuando dos millones de familias tienen a todos sus miembros sin trabajo estamos al borde del estallido social. Encima, ese Gobierno que iba a solucionarnos la tragedia reconoce que la tasa de paro no bajará del 25% en toda la legislatura; esto es, los cinco millones que les dejó en herencia el nefando. Alea jacta est. La claudicación. No hay esperanza. Ni muchas expectativas, a qué engañarnos. Es más, el pueblo ya sabe que esto no lo arregla la política. No es cuestión de un partido u otro. O de ideologías, si las hubiera. Si estos son malos, los anteriores (los del nefando) son aún peores. Es el todo. La ineficacia. La falta de propuestas. La dejadez, ese deja vu de la descarnada historia de esta tierra. Otra vez las maletas, otra vez esos trenes que se alejan…

«El problema en España no es la crisis financiera, sino el paro», dice el portavoz de la UGT, un tal Toni no sé qué. Estoy de acuerdo con él. Pero vosotros, los sindicalistas, no sois la solución, querido. Sois parte del problema. Por acción. Por omisión. Y por connivencia.

«No hay expectativas de mejora porque no tenemos modelo productivo, Paquito». Me lo resumió el otro día mi amigo F. Me lo encontré en Cruz Conde, frente a Correos, mientras paseaba a mis mellizos. Hacía tiempo que no lo veía. F. se marchó de España al inicio de la crisis. Desarrolla su actividad en Gran Bretaña e Irlanda. Y le va bien. Además de emigrante, F. es economista. Es decir, conoce los dos paños, la teoría y la práctica. Por eso sabe de qué demonios está hablando. «Cuando un político te diga que la economía se va a arreglar, pregúntale: ¿cómo?», me dijo. «¿Qué vamos a fabricar, qué vamos a producir o vender que interese al resto del mundo?». «Tras el fracaso de la economía especulativa, el fin de la burbuja y el retorno a la economía de producción de bienes, en qué podemos competir los españoles, a ver?», me preguntó. Yo asistía a su disertación en silencio. Por educación y porque, básicamente, para esas preguntas no hay otra respuesta que el silencio. «Mira Paco», prosiguió, «ya sé que esto que voy a decir no es políticamente correcto, pero es la única manera de que salgan las cuentas. En España entraron cinco millones de inmigrantes que coparon trabajos que nadie quería. Pues ahora, dadas las circunstancias, o se marchan a sus países y los españoles volvemos a ocupar esos nichos de trabajo, o nos vamos nosotros fuera a buscarnos la vida. No hay otra». Poco antes de despedirnos, me señaló a los mellizos y me dijo muy serio: «No sé cómo terminará todo esto, nene; pero estos dos que aprendan idiomas. Esa carta que llevan en la manga». Nadie lo sabe, en realidad, pensé yo. Ese es el problema.

Llegué a casa, dormí a los mellizos y me puse a escribir el artículo. Mientras lo hacía no dejé de pensar en trenes que se alejan.

Inviable. E invivible

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