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¿Por qué Fleming tiene una estatua en la plaza de toros de Las Ventas?

El descubrimiento de la penicilina salvó la vida de muchos toreros ya que la herida por asta de toro suele infectarse

PEDRO GARGANTILLA

La historia de la tauromaquia está jalonada de triunfos portentosos, ilusiones infinitas y tardes de gloria. Pero no todos son oropeles. La que es quizás una de las profesiones más arriesgadas a veces termina en tragedia. Y no sólo estoy pensando en la muerte sino también en las infecciones por asta de toro, como el tétanos o la gangrena .

El Tato fue el sobrenombre con el que se conoció a Antonio Sánchez (1831-1895), un conocido torero español que ha pasado al anecdotario popular. Al parecer una de sus principales cualidades era las relaciones sociales, las cuales hacía que no se perdiese un evento, bien fuera social o taurino.

Cuando Antonio Sánchez no concurría a un acto se solía decir que «no había venido ni El Tato», con lo que se daba a entender que el cenáculo no sería tan significativo si él no se había tomado la molestia de asistir.

En frente del morlaco de nombre Peregrino

La suerte taurina es a veces antojadiza, otras veces caprichosa y, muchas veces, esquiva. Aunque que El Tato era, a juzgar por las crónicas del momento, un torero largo con el capote y seguro en la suerte de matar al volapié , una tarde de junio de 1869 tuvo la mala suerte de plantarse en el albero ante un morlaco de nombre Peregrino.

En uno de los lances, el astado, castaño bragado meano y bien colocado , suspendió y volteó al matador con el cuerno derecho, infiriéndole una cornada de cuatro centímetros de longitud por tres de profundidad en el tercio superior de la pierna derecha.

Afortunadamente, la herida no afectó a ninguna arteria ni vena importante , pero se complicó con una infección que le acabó gangrenando la pierna y que obligó a los médicos a realizar una amputación del miembro. Con aquella embestida la gloria de El Tato se esfumó para siempre.

Una de las grandes preocupaciones de los toreros -después de “«alir vivos de la plaza»- era no recibir una cornada, ya que los cuernos de los toros contienen gran cantidad de bacterias y una herida profunda podría generar una infección que acabara con la vida del matador.

Vaya por usted, doctor Fleming

Afortunadamente, todo cambió en la primera mitad del siglo veinte gracias a un médico escocés, el doctor Alexander Fleming (1881-1955). En el verano de 1928 este científico se fue de vacaciones después de cerrar su laboratorio y apilar diversos cultivos de estafilococos en una de sus estanterías.

Al regreso observó atónito que uno de aquellos cultivos se había contaminado con un hongo y que, curiosamente, alrededor del mismo no había crecido ninguna bacteria. Fleming identificó este moho como Penicilinum notatum .

Este hallazgo propiciaría la aparición de unos de los primeros antibióticos, la penicilina , que tanto bien hizo a los toreros, consiguiendo que muchas infecciones por asta de toro dejaran de ser mortales.

En 1948 Alexander Fleming –después de haber sido galardonado con el Premio Nobel de Medicina- visitó nuestro país durante dos semanas, a lo largo de las cuales fue homenajeado como se merecía: fue nombrado doctor honoris causa en la Universidad Central de Madrid, recibió la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y fue nombrado académico de honor en la Academia de Medicina.

Quizás el más emotivo homenaje llegó años después –en 1964- cuando se levantó un conjunto escultórico dedicado al galeno escocés en un lateral de la plaza de toros de Las Ventas , una de las más importantes del mundo. La escultura consiste en un busto de medio cuerpo del doctor y frente a él un torero ofreciéndole un brindis. En la columna que lo sostiene aparecen una sentidas palabras: «Al doctor Fleming, en agradecimiento de los toreros».

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación .

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