Se cumplen 150 años del nacimiento del ingeniero e inventor Torres Quevedo
Ingeniero de Caminos de formación, el sabio español Leonardo Torres Quevedo cultivó a lo largo de su vida diversas parcelas de la ciencia y la tecnología
MADRID. El pasado día 28 se cumplieron ciento cincuenta años del nacimiento de uno de los mayores inventores españoles. Leonardo Torres Quevedo heredó de su padre -Luis Torres Vildósola y Urquijo- la afición a las matemáticas y de su madre -Valentina Quevedo de la Maza- ... una extremada sensibilidad, de la que hizo gala hasta su fallecimiento, en la madrugada del 18 de diciembre de 1936.
Montañés de nacimiento, con clara influencia vasca en sus venas, el sabio Torres Quevedo era un trabajador incansable y un excelente conversador, que «tenía -según ha descrito su hijo Gonzalo- más destellos de imaginación genial que tenacidad rigurosa en el estudio».
Son muchas las aplicaciones que se han derivado de sus incontables innovaciones, que abarcaron una gran variedad de campos científicos. Sus primeros inventos datan de 1885, al poco de contraer matrimonio con Luz Polanco y Navarro, y dos años antes de trasladarse a Madrid. En la actual carretera de Silió, cerca de la localidad montañesa de Portolín, había en aquella época un camino rural que atravesaba dos prados a diferente altura. Allí experimentó Torres Quevedo su primer invento, el transbordador, que más tarde comprobó sobre el río León, al sur del valle de Aguña. Fue el prototipo del ingenio que se instaló, posteriormente, en el monte Ulía, en San Sebastián, y que había sido rechazado, en 1890, por las autoridades de Suiza.
El trasbordador del Niágara
Años después, el sabio y su hijo Gonzalo dirigieron la construcción del transbordador del Niágara, en Canadá, que se inauguró oficialmente el 10 de febrero de 1916. Su fama ya había traspasado nuestras fronteras y la cantera de patentes era muy voluminosa.
Según una descripción del proyecto, «el coche para los viajeros va suspendido de un carro que rueda sobre seis cables paralelos que constituyen la vía, cada uno de los cuales se sujeta firmemente en la colina Colt». El vagón, construido en España, media seis metros de longitud, tres de ancho y seis de altura y podía albergar a 45 personas. El peso total era de setenta mil kilos.
Leonardo Torres Quevedo tenía una especial debilidad por la navegación áerea, aportando ideas innovadoras y modificaciones a otras que concluyeron en un globo dirigible. El anteproyecto fue presentado por el sabio en la Academia de Ciencias de París, que también fue objeto de opiniones contrastadas en la española de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que presidía José Echegaray.
Prueba del globo dirigible
En 1902, los académicos franceses Jacobo Sarrau y Luis Calletet, reconocidos catedráticos, examinaron el proyecto de Torres Quevedo, concluyendo que «las dificultades que actualmente presenta el problema de la aeronáutica provienen menos de la insuficiencia de los motores que de defectos de estabilidad de los globos. El autor pone en evidencia las causas de inestabilidad de un globo accionado con una hélice».
Finalmente, la Academia gala emitía un informe, en el que se concluía que «el trabajo del señor Torres constituye una contribución muy interesante a la teoría de los globos dirigibles. El anteproyecto está bien estudiado, y con reservas acerca de las dificultades de ejecución práctica, se estima que tendría interés para el progreso de la ciencia que el aerostato del señor Torres fuese experimentado». Seis años más tarde, Guadalajara fue el escenario escogido para realizar su primer vuelo. El dirigible tenía una dimensión de 1.150 metros cúbicos.
El 22 de febrero de 1907, el Gobierno español creó el Laboratorio de Mecánica Aplicada, que posteriormente recibió el nombre de Automática y que fue el germen del actual Instituto Leonardo Torres Quevedo, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El sabio fue su primer director y, como recordaba el 25 de marzo de 1953 el profesor Torroja en un artículo publicado en ABC, «construía sus inventos utilizando material viejo de telégrafos de entonces, aprovechando el espacio libre del frontón en el que no se jugaba».
Leopoldo Rodríguez Alcaide, en su obra «Torres Quevedo y la cibernética», recuerda que gracias al talento de entusiastas investigadores dirigidos por el sabio, en aquel edificio se diseñaron y construyeron una serie de aparatos, como el magnetógrafo, el microrradiógrafo y el ciematógrafo, de Gonzalo Brañas; comprobador de termómetros, de Blas Cabrera; espectógrafo de rayos X y el depósito de mediciones de magnetoquímica, de Cabrero y Costa; oxímetro, de Juan Calafat; comparador espectrográfico, de Angel del Campo; planímetro tangencial, de Ruiz del Castillo; mecróntomo y panmicrótomo, de Santiago Ramón y Cajal; aparato de vibraciones y el electroimán, de Esteban Terradas, y el fototaquímetro, de José María Torroja, entre otros.
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