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Crispr, la revolución genética que ya nos podemos comer

Pescado sin espinas, fruta que no se pudre o trigo sin gluten, la edición de genes es una realidad en ganadería y agricultura

Su uso para paliar enfermedades humanas todavía es muy incipiente

Tomates modificados con CRISPR que frenan la hipertensión Sanatech Seed
Patricia Biosca

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Hace 3.000 millones de años, las bacterias desarrollaron una defensa muy eficaz contra los virus: cada vez que uno entra en su organismo, guardan parte de su material genético en una especie de ‘biblioteca’, de la que sacan el ‘tomo’ adecuado cada vez que ... un virus similar intenta infectarlas. Con esta información, buscan en sus cadenas de ADN, cortando la secuencia nociva incrustada y parando la afección de raíz. Un método relativamente sencillo del que, sin embargo, la ciencia se percató hace también relativamente poco tiempo. Fue el español Francis Mojica quien en el verano de 2003 se percató de que se trataba de una suerte de ‘autovacuna natural’ de los bacteriófagos. Lo bautizó como 'Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats' (que en castellano significa repeticiones palindrómicas cortas, agrupadas y regularmente interespaciadas), o CRISPR. Años más tarde, en 2012, las investigadoras Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna publicaron en ‘ Science ’ la forma de trasladar este mecanismo a otros seres vivos -motivo por el que ganaron el Premio Nobel de Química en 2020-. Este fue el primer capítulo de toda una revolución científica que hoy ya podemos ver. E incluso comer.

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