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Por qué vivimos en la era de la fatiga

ODS 3 | Salud y bienestar

Tras el fenómeno de 'la gran renuncia' que dejó la pandemia, la apatía gana terreno en una sociedad agotada ante los cambios

Raquel C. Pico

Si hay una palabra que sirve para definir lo que llevamos de siglo XXI, esa podría ser crisis. Desde la financiera de 2008 a la primero sanitaria y luego también económica de estos últimos años, la ciudadanía ha tenido que enfrentarse a una serie de turbulencias que sienten, en cierto grado, que no se acaban nunca. Y, como elemento de fondo para todo este contexto, está la emergencia climática, cuyas consecuencias se han ido agravando. Son muchas cosas y todas están pasando al mismo tiempo.

Por ello, si crisis define el siglo, igualmente se podría decir que esta es la era de la fatiga. El estudio 'Cigna 360-Vitality' ya concluye que este está llamado a ser el año «del Gran Agotamiento».

La ciudadanía está cada vez más cansada de la situación en la que se encuentra y esto tiene, a su vez, efectos en cómo se enfrentan a ello. Por un lado, seguramente se pueda trazar una línea recta entre todo este contexto de crisis y la caída de la salud mental colectiva. Como suelen recordar los profesionales de la salud mental, no se puede vivir en un estado de emergencia permanente.

Por otro, la transición digital ha añadido todavía más complejidad. ¿La rapidez de esta transición y su escala hacen que nos estrese incluso más? «Creo que son muchos factores», responde Francisco Trujillo Pons, profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad Jaume I, abordando sus efectos sobre el mercado laboral.

La avalancha tecnológica de los últimos años ha sido difícil de gestionar para empresas y trabajadores. «Saber gestionar productividad y bienestar digital: ahí es donde radica el quid de la cuestión», apunta, «equilibrar crecimiento empresarial con salud digital de los trabajadores».

De hecho, el trabajo es uno de los factores que están haciendo que el cansancio colectivo se haga más intenso. Según los datos de Cigna, el 96% de los trabajadores españoles asegura tener síntomas de 'burn-out' y el 60% reconoce que es incapaz de desconectar. La cultura del 'siempre on' está pasando factura, pero también lo hace una carga de trabajo «desmesurada».

Quizás, la transición digital se llevase mejor si no fuese paralela a ese contexto de crisis tan complejo con el que ha arrancado el siglo. O, quizás, lo sería si se entendiese que estas herramientas no pueden agudizar lo que está mal. «El siglo XXI no debería causar estos problemas contemporáneos», puntualiza Trujillo. «Al contrario, debería optimizar las tareas y es ahí donde entra la jornada laboral reducida de 40 a 37 horas», suma. El problema no es la transición, sino más bien el mal uso de las herramientas digitales, explica el profesor.

La fatiga tecnológica causa «aburrimiento, agobio, frustración y todo ello afecta directamente a la salud mental». En el trabajo, nos hace menos productivos. Según los datos del estudio de Cigna, se han incrementado los niveles de estrés y ansiedad. Un 76% de los empleados está estresado.

Fatiga informativa

En líneas generales, la sensación de agotamiento tiene consecuencias y se conecta con no pocas de las crisis actuales y las brechas sociales. Uno de los elementos emergentes en los últimos años es la llamada fatiga informativa. La población se ha saturado tanto con todas las cosas que están ocurriendo en el mundo que ha dejado de seguir las noticias.

En España, el interés por las noticias ha caído en 34 puntos desde 2015, según los datos del 'Digital News Report 2023', del Reuters Institute y la Universidad de Oxford. Igualmente, lo ha hecho, y a nivel global, la confianza que generan los medios de comunicación. El número de personas que reconoce que activamente evita las noticias —ya sea a menudo o alguna que otra vez— está en máximos históricos desde que se realiza este estudio: es el 36% en todo el mundo.

Esto no es solo un problema para los medios de comunicación, sino también a un nivel estructural social más amplio. Hace que la sociedad sea más permeable a la desinformación, empuja la polarización y se convierte en un problema a largo plazo.

En parte, esta fatiga informativa viene conectada con un exceso de eventos de primera plana, por así llamarlos. En parte también porque, como se vio durante la pandemia, las personas tienen un límite para procesar las noticias negativas sin acabar abrumadas. ¿Y es justo eso lo que pasa con los datos sobre la emergencia climática?

Ecoansiedad y fatiga medioambiental

La investigadora Gemma San Cornelio, profesora de Ciencias de la Información en la Universidad Oberta de Cataluña, ha investigado qué ocurre en las cuentas que hablan de temas medioambientales en redes sociales. Allí encontró ecoansiedad. «Apareció en las entrevistas de la investigación», apunta.

Las redes sociales se han convertido en el punto de acceso a la información «porque estamos siempre conectados» y allí los temas se amplifican y se acaban convirtiendo en bucles. La fatiga, apunta San Cornelio, viene un poco de esto, pero también de que los formatos se han convertido en algo que «no se acaba». Es la era del 'scroll' infinito. Por supuesto, esto afecta al estado anímico de quienes reciben toda esa información. Y esta sobreexposición, recuerda la experta, es en realidad algo muy reciente.

En términos medioambientales, la fatiga tiene un efecto directo sobre qué se hace —y qué no— a la hora de cambiar hábitos y enfrentarse al cambio climático. El último estudio de Ipsos por el Día de la Tierra apunta que España es ya uno de los países más pesimistas sobre el cambio climático: 1 de cada 4 personas considera que no puede hacer nada —o que es ya demasiado tarde— para cambiar las cosas. La población más joven y los hombres son, en líneas generales, quienes se muestran más apáticos y fatalistas,

Todo esto ha llevado a que el porcentaje de quienes creen que hay que poner en marcha medidas y acciones para frenar la emergencia climática caiga. El 62% de la población española sigue creyendo que hay que hacer más en la lucha contra el cambio climático, pero la cifra es más baja que en 2023. Un tercio cree, de hecho, que se están pidiendo demasiados sacrificios.

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