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Los seísmos son impredecibles... todavía

Pese a la condena por el terremoto de L’Aquila, los temblores no se pueden prever, aunque los científicos avanzan

Los seísmos son impredecibles... todavía AFP

ARACELI ACOSTA

La condena a seis años de cárcel a seis científicos y un funcionario por el homicidio involuntario de las 309 víctimas del terremoto de L’Aquila de 2009 ha caído como un jarro de agua fría entre los científicos, conscientes de que puede sentar un precedente muy peligroso, al tiempo que reabre el viejo debate de si se pueden predecir los devastadores movimientos sísmicos.

La pregunta más frecuente a un sismólogo es: ¿para cuándo el próximo seísmo? La respuesta es sencilla: en cualquier momento. De media, cada año se estima que hay más de un millón de movimientos telúricos, con una magnitud que no alcanza los 3 grados en la escala de Richter. Pero si la pregunta es cuándo se producirá un gran terremoto, la cosa cambia. «Sabemos dónde van a ocurrir, no cuándo», afirma María José Jurado, geóloga del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera de Barcelona, perteneciente al CSIC. En el mapa global de riesgo sísmico están marcadas en rojo las zonas donde pueden producirse grandes movimientos, áreas donde las placas tectónicas entran en contacto. Ahí «puede verse claramente que donde se producen los terremotos es donde los esperamos», explica. «Todas las zonas que salen en las noticias porque hay grandes terremotos están previamente marcadas en el mapa . No suelen ocurrir terremotos grandes fuera de esas zonas», puntualiza.

La investigadora del CSIC explica que «estamos muy lejos» de conocer qué día se va a producir un movimiento de estas características. «No tenemos una bola de cristal para ver lo que está pasando en el subsuelo, pero hasta donde somos capaces de predecir ahora nos sirve para estar alerta». Así, explica que, con el conocimiento que tenemos, «sí se pueden adoptar decisiones sobre las zonas en que sabemos que van a ocurrir grandes terremotos: hay que tener establecidas las redes de alerta y de información a la población para poder evacuar y minimizar las víctimas, y luego reducir el riesgo también con el tipo de construcción».

El último paso es perforar y monotizar las fallas

Por eso desde el principio se mostró sorprendida de que se encausase a los científicos por lo ocurrido en L’Aquila, «teniendo en cuenta que no son los que toman las decisiones y que hay muchos escalones en el medio». «Normalmente -explica- los datos que muestran un incremento de la actividad sísmica son públicos y van asociados a unos protocolos, y la decisión de adoptar esos protocolos no recae sobre los científicos». Lo que sí es responsabilidad de la comunidad científica es investigar para intentar avanzar en la predicción sísmica. Y se ha avanzado mucho desde que a finales de los años 40 se establecieran los primeros programas científicos de predicción de terremotos.

Los pioneros fueron los investigadores de la Unión Soviética, que centraron su trabajo en las regiones de Asia central y en Kamchatka. En Estados Unidos, las investigaciones se iniciaron tras el gran terremoto de Alaska, en 1964, pero no sería hasta el terremoto de San Fernando, California, en 1973, cuando se puso en marcha un programa específico, mientras que en Japón los trabajos comenzaron en 1965. A nivel internacional, no sería hasta 1971 cuando se constituiría la Comisión para la Predicción de Terremotos .

Hasta épocas recientes, explica Jurado, la investigación se basaba solo en observar las ondas sísmicas que generan los terremotos, que permite conocer características del seísmo, la profundidad a la que se han generado las ondas sísmicas y el tipo de movimiento de las fallas que ha dado lugar al terremoto. Sin embargo, en los últimos años se han dado pasos importantes en el estudio de la deformación en superficie, que puede observarse y medirse mediante técnicas geodésicas, y que muestra las zonas con tectónica activa y en las que suele concentrarse la actividad sísmica.

En los últimos años se ha iniciado una línea de investigación que consiste en acceder mediante perforaciones a las fallas en las que se generan los seísmos. Se utilizan sondas geofísicas de reconocimiento y se instalan sensores para monitorizar los procesos a kilómetros de profundidad, donde se localizan los hipocentros y analizar así todos los parámetros antes, durante y después de un terremoto. La información que proporciona la investigación en estos campos contribuye al avance en la predicción, pero aún estamos lejos de poder adelantar cuándo se va a producir un terremoto.

La observación directa mediante sensores en zonas sismogénicas iniciada en los últimos años puede aportar avances en el pronóstico a medio plazo, dice la sismóloga, quien es la única española que participa en un proyecto internacional que pretende culminar en 2013 o 2014 con la instalación del primer observatorio de terremotos a 6.000 metros de profundidad en el Pacífico.

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