La vendimia, terreno «inmigrante»
El viñedo continúa apoyándose en los extranjeros pese a que muchos españoles acuciados por el paro intentan volver. Ni organizados ni preparados, han perdido «la capacidad de sacrificio» para un trabajo duro y mal pagado

Podría decirse que la profunda crisis que España está padeciendo en los últimos cinco años ha provocado una avalancha de «nuevos vendimiadores», españoles en paro de larga duración dispuestos a trabajar en lo que haga falta para sacar adelante su vida. Yes así, porque los consejos reguladores de la Comunidad, las organizaciones agrarias y las propias bodegas han recibido un sinfín de llamadas interesándose por las oportunidades de trabajo que supone cada temporada de vendimia en una región regada de uvas.
Pero la realidad se empeña en dar la vuelta a la lógica y tanto las condiciones económicas como las laborales hacen que los candidatos, incluso procedentes de lugares alejados de la Comunidad, renuncien a desplazarse para vendimiar. «Esto no es Francia, aquí no se paga el alojamiento ni la manutención y el jornal apenas llega a los 50 euros», deja claro Rigoberto Nieto, viticultor al frente de la Vitivinícola de Valbuena de Duero (en la Ribera de Duero vallisoletana). «Me han llamado hasta de Asturias para trabajar, pero nada», lamenta. Los viticultores pagaban el año pasado una media de 9,5 euros la hora (cotizaciones de seguridad social incluidas), con lo que los temporeros recibían por una jornada de ocho horas una media de 50 euros. «Los españoles ya no lo quieren», reconoce Rigoberto Nieto, que tiene claro que los estudiantes que antaño realizaran la vendimia ahora «trabajan mal y poco». Ilegales ya apenas se encuentran, porque en los últimos cinco años se han multiplicado las inspecciones de Trabajo y las sanciones suponen que una campaña se deje de ganar dinero. Este viticultor asegura que lo más fácil es contratar las cuadrillas a través de empresas de trabajo temporal, pero también conoce lo que es chocar con el recurrente «es lo que hay» cuando no encuentra personal cualificado. «Fastidia, pero los búlgaros, sobre todo las mujeres, trabajan muy bien y tienen la capacidad de sacrificio que hace falta en el campo», lamenta. La situación se entiende con un ejemplo cercano. Rigoberto sólo tiene un vecino obrero agrícola en su pueblo. «Para trabajar en el campo hay que estar muy necesitado», asiente.
La dureza del trabajo agrario, los costes y la burocracia de las contrataciones empujan a muchos viticultores a mecanizar su vendimia, a adaptarse a viñas en espalderas. No todas las denominaciones tienen fácil esta transformación. Por ejemplo, Rueda tiene el 100% de sauvignon blanc y el 90% restante plantado en espaldera, mientras que en Toro ocurre lo contrario y el 80% son cepas en vaso, que hay que vendimiar «a mano».
En Cigales y en Ribera de Duero la mecanización avanza inexorablemente. Cigales llegó a ser objeto de sorna por la cantidad de sanciones de la Inspección de Trabajo que registró hace unos cinco años. La tradición, el tamaño de las explotaciones, los gastos de gestoría y los trámites administrativos de contratación, complejos entonces para trabajos de apenas unos días (ahora se han incluso informatizado para que se realicen a través de la red), «fomentaban» la actividad ilegal. La lección se aprendió con sangre, pero la realidad es que temporeros ilegales ya apenas se encuentran y muchos viticultores han optado por modernizar sus cultivos y cambiarse a las espalderas para sortear las multas que ahogaban las campañas. Los que continúan con la tradicional recogida a mano tiran de empresas de servicios o de familiares «documentados». Ya no hay autobuses cargados de gente que va a la plaza del pueblo esperando que la recojan para ir al majuelo, y los «profesionales» son en su mayoría búlgaros y rumanos. Es difícil encontrar trabajo en solitario y sin tener ni idea, funcionan las cuadrillas organizadas o los contactos, familiares o conocidos que echan una mano. Raúl Gómez Panedas, de la Bodega Hijos de Marcos Gómez, tiene un grupo de temporeros característico. La mayoría son búlgaros (y moldavos), pero también trabajan con él familiares necesitados.
En Ribera ocurre algo parecido y ya todo el mundo va sobre seguro. La climatología hace que muchos se inclinen sobre la marcha por las máquinas o las vendimias a mano. Las lluvias hacen que los viticultores prefieran recoger la uva rápido, con máquinas.
De esta forma, la sofisticación de las máquinas conduce a que sólo los vinos de alto standing o las producciones familiares se resistan a la comodidad de recoger la uva de una hectárea en una hora, el trabajo de diez vendimiadores. Los vinos de calidad exigen una uva en condiciones excepcionales que sólo se puede conseguir con el trabajo tradicional y la delicadeza humana, pero los vinos de gama media no lo dudan. Las vendimiadoras se alquilan, normalmente con un remolque especial, y sólo limitaciones técnicas de la propia bodega o circunstancias climáticas impiden que los viticultores no opten por ellas. Tampoco hay que olvidar que los trabajos vitícolas no se limitan a la vendimia, hay antes una labor previa muy intensa de limpieza de hojas, de clareo de racimos, de podas en verde... esto permite que una vendimia exitosa y rápida.
En Rueda, la uva se recoge con máquinas vendimiadoras por la noche, con el frío, para garantizar que no se oxide y conseguir que el gasto energético para mantener el frío sea menor. En esta denominación, que todavía tiene dos semanas por delante de trabajo, los extranjeros siguen siendo mayoría, rumanos, pero los españoles van incorporándose poco a poco.
En Toro, como en otras denominaciones, la sede de Coag es la bolsa «oficiosa» de temporeros. Cuando alguien necesita cubrir alguna cuadrilla acude allí. «Este año se busca poco, hay poca demanda», explica Mercedes, que cree que muchos repiten cuadrillas de otros años y otros tiran de amigos y conocidos necesitados. «Hace tres años no se encontraba ni un español, pero ahora vuelven con cuentagotas», aseguran en Coag, donde recuerdan que «ahora hay mucha industria cerrada» y que, pese a todo, los temporeros extranjeros –rumanos, búlgaros y últimamente marroquíes– siguen trabajando.
La denominación toresana tiene 4.800 de sus 6.000 hectáreas en vaso, es decir, que no se pueden mecanizar. Allí, como en todas las denominaciones de la Comunidad, funcionan empresas de servicios vitivinícolas. Muchas cubren desde el asesoramiento en la búsqueda de terrenos, la plantación, las podas, la vendimia y la oferta de personal de bodega hasta una bodega propia donde elaborar vino «de encargo». Otras son propiedad de extranjeros –rumanos y búlgaros, fundamentalmente– que cobran bien por organizar a sus nacionales y que tiene fama de tener a raya a sus temporeros, rozando la explotación y en condiciones mínimas. Hay también grandes bodegas que trabajan con cuadrillas de temporeros «fijos discontinuos», garantía de calidad en trabajos delicados como las podas y que sí cuentan con españoles en sus filas. Hay de todo en la viña del señor. Pocas cuadrillas españolas se han mantenido después del boom que levantó fábricas, empresas y bodegas. «No tiene nada que ver trabajar en una bodega con salir al campo», explican en Ribera de Duero.
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