Melody Gardot: «Soy un alma vieja»

Gardot es un personaje de otro mundo. O una criatura de todos los mundos que volvió a nacer tras un grave accidente cuando tenía 19 años. Desde entonces, camina con la ayuda de un bastón y no se quita las gafas de sol por hipersensibilidad a la luz . Una chaqueta de piel, falda larga y un turbante blanco en la cabeza terminan por darle un aire de diva extraterrestre que sacude las tranquilas aguas del barrio de Mayfair . Hace un sol espléndido, y no ha dudado un segundo en aceptar la invitación de escapar del hotel donde ha convocado a la prensa -y de los responsables de medios del sello Universal , que ha editado su tercer álbum, «The Absence» -. La entrevista se convierte así en una loca degustación de pasteles en una confitería francesa de Londres.

«¿De qué planeta vienes?”. “De moléculas y átomos, no lo sé, evoluciono todo el rato... pero estoy segura de que soy un alma vieja, mi cuerpo ha sido golpeado demasiado fuerte para mi edad, me han expulsado del planeta un par de veces ya”, contesta. Tiene una seriedad impropia de su edad, y una cultura cosmopolita a la antigua que le convierte en la anti-Lady Gaga de las damas de la canción. Su percepción de la realidad es mucho más aguda de lo que refleja el paseo musical por Lisboa , Buenos Aires , Brasil y Marruecos que estructura su nuevo disco, en el que lo mejor sigue siendo el sabor añejo de su voz pasada por el blues y soul, mezcla de Nina Simone , Tom Waits y Caetano Veloso .

«Hay una cita que me gusta mucho, de Louis Pasteur : “La suerte favorece a la mente preparada”. Intento estar siempre predispuesta para cuando surja la oportunidad de algo nuevo». Ese hambre de novedad era ya incontinencia al final de la larga gira de dos años que siguió a su «superventas» anterior. «En el último bolo en Alemania [en septiembre en 2010], la gente ya aplaudía por las notas entre las notas. Habíamos ido todo lo lejos que se puede ir con un disco, había usado todo lo que sabía, y mis oídos se morían por nuevos sabores. Estaba aburrida de lo mismo. Un día me levanté en el hotel y dije, en plan diva , me voy a Portugal y a Sudamérica ». Su alma vagabunda buscaba recargar la mochila de la vida.

Pasó una semana en el desierto marroquí con los bereberes . «Son nómadas que se mueven como nosotros, solo con lo imprescindible, los músicos en busca de un escenario, ellos buscando fuentes de agua». De allí se llevó, además, el turbante. En casi medio año en Lisboa aprendió los contornos de la noche, «saber cuándo tienes que dar fin a la cena para ir a casa a filosofar con una buena botella de oporto». En Buenos Aires comprendió el error de quienes le decían que es «el París de América Latina »: « Argentina me enseñó que, allí donde hay mucha luz, hay siempre mucha oscuridad».

Ella la encontró encarnada en un niño de la calle de doce o trece años. «Primero pensé que se había perdido, me acerqué y le pregunté si estaba bien, y enseguida dijo, “¿sexo, droga?” . Me invadió la tristeza. Le cogí de la mano, y le dije que no. Cogí un billete de cien pesos y se lo puse en la mano, y se la cerré. Lo miró y dijo, “¿sexo?”. Le dije, “no, vete a casa”. Y entonces me dijo, “no tengo casa vivo en la calle”. Y pensé, “qué mierda”. De aquello salió una rapsodia que mutó en milonga a mitad de camino (pendiente de publicar). En esa época me despertaba y me acostaba con música en la cabeza, y toda aquella tristeza la llevé a una composición sin palabras».

Sin el habla. Así se quedó después de ser atropellada por un Jeep Cherokee en noviembre de 2003, con solo 19 años. Rotura de pelvis y serios daños neurológicos. Debido al impacto, la memoria es algo caprichoso en su vida. Y la noción del tiempo, irrelevante. No podía comer, andar, hablar, ver, comprender. «Tuve que aprender todo de nuevo, fue como ser reducida al núcleo. Solo me quedaba la voz interior, estaba sola, y tenía un monólogo de David Lynch en la cabeza todo el tiempo, era como vivir en la película “ La escafandra y la mariposa ”», nos explica, mientras da el aprobado a los cruasanes londinenses. Le enseñaron a depilarse las piernas, a lavarse las manos. Le apuntaron en un papel las instrucciones para cepillarse los dientes. Hasta que la terapia musical le salvó aquel año de recuperación. Y, así, con cicatrices en las piernas, y en el alma, se lanzó a recorrer mundo con un piano por compañero. Un viaje a todas y ninguna parte que ya le trajo en 2010 a nuestro país –uno de sus conciertos se fusionó con la euforia y los fuegos artificiales por la victoria de España en el Mundial de fútbol, recuerda-. Tocará en julio en Madrid para presentar su nuevo disco.