«La vida de prisa»: González-Ruano, corto, pero intenso

Había llegado a la bella población catalana en 1943, mientras la Europa en la que había vivido y bebido intensamente seguía en llamas. Pero en Sitges, César González-Ruano no buscaba precisamente un bucólico retiro.

Jamás escribió una línea en un despacho (ni tan siquiera cuando años atrás cuando era un fantástico poeta ultraísta). No, lo suyo eran los cafés, y en el Chiringuito de Sitges, además de sus colaboraciones en la Prensa, comenzó a redactar una serie de narraciones basadas de alguna manera en sus recientes experiencias europeas, en las que no faltó una extraña detención por parte de la Gestapo nazi . Aquellos relatos, titulados «La vida de prisa» son recuperados ahora por Ediciones 98 con atinadísima introducción de Miguel Pardeza y prefacio del hijo del escritor, César de Navascués , periodista de raza durante largos años en esta Casa de ABC . La edición también incorpora las ilustraciones originales de José María Prim .

El exfutbolista y filólogo Miguel Pardeza es probablemente el mayor especialista en España sobre González-Ruano , al que dedicó su tesis doctoral. Nadie como él para introducirnos en el peculiarísimo universo del autor de «Mi medio siglo se confiesa a medias». «A González-Ruano le dolía no escribir dentro de un género definido, pero yo creo que no necesita géneros, él era un género en sí mismo. También era rapidísimo escribiendo, y limpísimo, en sus folios no se encuentra ni un borrón, seguramente porque, como él creía, dos ideas no caben en un solo artículo. En cuanto a la política, él siempre decía que no le interesaban los grandes acontecimientos, y como todos en aquellos años convulsos en España y en Europa, vivió sumido en una gran confusión política. Creo que fundamentalmente era un liberal que quería vivir lo mejor posible y que quería escribir».

César González-Ruano de Navascués recuerda con emoción y sentimiento al padre y al escritor. «Si deseaba, en mi juventud, hacerle alguna consulta puntual o por el simple placer de verle, me iba al café con algo de lectura o una revista de crucigramas. Después de darle un beso y un breve cambio de impresiones, me sentaba en una mesa vecina, con una cerveza y unas patatas fritas, y me dedicaba a mi lectura, sin cruzar con él palabra alguna que le pudiera importunar. Eso sí, de vez en cuando, le observaba cómo escribía y consumía al tiempo café con leche y pitillo tras pitillo».

También recuerda César Jr. un par de respuestas del padre a las típicas preguntas juveniles sobre política. «Me gustaba la República de Marañón , de Ortega, de Pérez de Ayala, no la de las turbas de obreros enloquecidos vociferando amenazantes en la Puerta del Sol», rememora De Navascués las palabras de Don César. Es más, interpelado sobre qué habría pasado de haber vencido los nazis en la guerra, González-Ruano que los había visto llegar al poder en 1933 cuando era corresponsal en Berlín le dijo claramente a César hijo: «Pues creo que, si hubieran vencido, iríamos todos con un sello en el culo».

Inconfundible, inimitable, siempre personal, siempre intransferible, César González-Ruano , escritor hasta las cachas, escritor de pura cepa. Ahora que mueren los viejos cafés, y un vendaval de impersonales franquicias lo arrasa todo, no viene mal recordar (y leer) estas narraciones breves de «La vida de prisa» , nacidas, precisamente, sobre el mármol de una mesa calzada con una servilleta, aquellas mesas bohemias de las que brotaban las palabras, como hechizadas.