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El privilegiado circo de Gibraltar

España recupera su aspiración sobre el Peñón, pero tanto Londres como el nuevo ministro gibraltareño se resisten a negociar

alicia jiménez

LUIS AYLLÓN

El grupo de tunos de la Universidad Politécnica de Madrid mira con satisfacción el billete de 20 libras que una pareja de turistas les ha dado como propina, tras escucharles interpretar «Con ese lunar…» en una de las soleadas terrazas de la popular Casamates Square, en Gibraltar, donde se venden «los tradicionales y auténticos fish & chips ingleses». Los gibraltareños contemplan la inusual escena que, a los mayores, tal vez les haga recordar viejos tiempos, en que las costumbres españolas estaban bastante arraigadas en la población de la colonia: desde la zarzuela, que ahora el Instituto Cervantes en el Peñón intenta recuperar, hasta la afición a las corridas de toros que les llevaba a acudir con frecuencia al coso de La Línea.

A sus 85 años, Solomon Seruya sigue al frente de sus selectas tiendas de perfumería. Añora aquellos tiempos y está convencido de que el cierre de la Verja durante trece años (de 1969 a 1982) ha sido muy negativo para toda una generación de gibraltareños que ha vivido de espaldas a cualquier cosa que suene a España . Con gran lucidez, advierte a los políticos de uno y otro lado que ni España puede pretender imponer nada a Gibraltar ni Gibraltar puede impedir que España reivindique la soberanía y quiera negociar con el Reino Unido. Por eso, aunque lamenta el fin del Foro Trilateral de Diálogo, cree que si ese foro se hace ahora a cuatro bandas, con inclusión de las autoridades del Campo de Gibraltar, todos saldrán ganando. «La cuestión de la soberanía —pronostica— se diluirá con los años en una Europa unida».

Seruya hace estos comentarios en el pequeño despacho de uno de sus locales en Main Street, la antigua Calle Real, espina dorsal del Peñón, impregnada por los olores de las perfumerias que se alternan con las joyerías, los comercios de electrónica o las tiendas de tabaco y licores, cuyas existencias acabarán siendo transportadas al otro lado de la Verja por turistas o por jóvenes de La Línea. que tratan de ganarse así unos euros, aprovechando la exención de impuestos.

En esa calle se mezclan los turistas recién llegados, tal vez en algún crucero, con los jóvenes profesionales «llanitos» que van a sus tareas o con las jóvenes madres , que, solas o acompañadas por las abuelas, pasean los cochecitos de niño. Son muchas, porque las gibraltareñas tienen unas buenas ayudas a la natalidad, en una política de beneficios que se extiende a la atención sanitaria en el Peñón, en España o en el Reino Unido, y también a los estudios universitarios. Cualquier gibraltareño no solo tiene derecho a la enseñanza gratuita, sino que además, si es admitido en una universidad británica, cuenta con una plena subvención para el viaje, los estudios y su mantenimiento.

En esa situación «no vemos por qué tenemos que cambiar; nos gusta lo que tenemos», afirma, con convencimiento y reflejando una opinión muy generalizada en el Peñón, Richard Perera, propietario desde hace veinte años de una empresa de pinturas. En ella, casi la mitad de sus 16 empleados son españoles, que diariamente atraviesan la Verja para ir a trabajar en la colonia. Lo mismo hacen otros seis o siete mil más —la mayoría residentes en La Línea de la Concepción— que encuentran así una vía de escape a la difícil situación que se vive en esa deprimida población.

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El roce entre los dos lados de la verja es constante. Tanto es así que son frecuentes los matrimonios «mixtos». La profesora Elena Periáñez, por ejemplo, es linense, está casada con un gibraltareño y lleva viviendo siete años en el Peñón. «Las relaciones entre las dos poblaciones son mejores de lo que se piensa», señala, aunque reconoce que las decisiones políticas que se toman suelen notarse. «Yo estoy más de acuerdo con una política de cooperación que con una de choques, porque lo primero favorece también a los vecinos del Campo de Gibraltar», afirma.

«Mestizaje» y menosprecios

Por su parte, Perera, de madre española y padre gibraltareño, asegura que no hay ningún tipo de discriminación hacia los españoles, pese a que algunos de ellos, que no quieren significarse, afirman que se dan casos de menosprecio. «No es la norma general, pero sí se producen algunas veces», dicen. «Son casos aislados», puntualiza Rocío Ramos, vecina de La Línea y que en los últimos catorce años ha trabajado como camarera en la cafetería Sacarello's, una de las más concurridas del Peñón, con gran predicamento por su café.

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«Yo no me puedo quejar. El sueldo es bueno y el horario también. Ni yo ni mis compañeras, que son también españolas, trabajamos los domingos, y diariamente terminamos a las siete de la tarde. Además, cualquier minuto más que hacemos de extraordinario se nos paga», resume.

Rocío, muy expresiva y muy popular entre la clientela de Sacarello's, se reconoce una privilegiada, porque se siente bien tratada tanto por sus jefes como por los clientes, pese a alguna excepción. «Una vez —recuerda— entró una señora inglesa y cuando la atendí con mi inglés pidió que la atendiera una camarera inglesa. Aparte de que de eso aquí no hay, el jefe se acercó a ella y le dijo que yo estaba plenamente capacitada para atenderla y que, si no, ya sabía dónde estaba la puerta». «Pero eso no es lo normal —insiste—. Aquí la gente es agradable y generosa también. Hace poco incluso se hizo una colecta para ayudar a los trabajadores del Ayuntamiento de La línea que no cobran desde hace meses, y a pesar de que había quien pensaba que el gesto iba a ser malinterpretado».

Rocío se siente a gusto, aunque predica su españolidad por encima de todo, incluso poniéndose la camiseta de la selección de fútbol cuando España ganó el Mundial. Admite que «hubo a quien no le gustó, como hubo quien ponía la bandera de Portugal o de Alemania cuando jugaban contra España», pero no le importa.

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En cualquier caso, Richard Perera, lo mismo que Elena Periáñez, cree que en los colegios gibraltareños debería darse más importancia al español. «Muchos niños —subraya el empresario, con un cerrado acento andaluz— solo hablan inglés, y es una pena que estén perdiendo la capacidad de dominar fluidamente los dos idiomas. Lo mismo ocurre con la cultura. La cultura no puede tener fronteras».

Tal vez por ello la instalación del Instituto Cervantes haya tenido tan buena acogida entre los gibraltareños. No se ha visto como una especie de pica en Flandes puesta por España. Al contrario, sus cursos han tenido una gran aceptación, y hasta algunos políticos locales envían a sus hijos allí para que perfeccionen su español.

En las calles, sin embargo, las personas de mediana edad o mayores pasan del inglés al español sin ningún tipo de problema. Y así pueden escucharse conversaciones en las que una mujer le comunica a otra: «Te digo yo que allí esas telas are very popular», mientras al lado alguien habla por teléfono: «I'm telling you que no puedo ir, because he quedado a las dos».

El mejor de los mundos

Pero se pregunte a quien se pregunte te comentan que hay sectores que no quieren saber nada con España y que se tomaron muy mal que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, hiciera una broma a un europarlamentario británico saludándole con un «Gibraltar español», expresión que aquí levanta ampollas.

Dominique Searle, director del periódico más leído en el Peñón, el «Gibraltar Chronicle», ha seguido muy de cerca desde hace años todos los procesos emprendidos por Madrid y Londres en relación con Gibraltar, y considera que «si García-Margallo opta por la mano dura, tendrá problemas a uno y otro lado de la Verja, porque hay una gran interdependencia». Por eso, confía en que no se vuelva a restricciones de otros tiempos.

La existencia de los controles en la Verja es posiblemente la única parte que molesta a los «llanitos», que se sienten gibraltareños, pero también muy británicos. Conservan muchas de las tradiciones heredadas del Reino Unido y pueden verse en sus calles grandes carteles conmemorativos de las Bodas de Diamante del Reinado de Isabel II. Son muy pocos quienes aspiran a la independencia, porque viven en el mejor de los mundos: mirando siempre hacia Londres, pero a la vez disfrutando del clima del sur de España —muchos tienen una segunda residencia en Sotogrande— y contando con unos intrumentos de trabajo que les permiten tener una renta per cápita superior incluso a la del Reino Unido.

La crisis económica que vive el mundo parece haberles afectado solo muy tangencialmente. El número de parados en una población de 30.000 personas no llega ni a mil. Además del centro financiero en marcha, otra actividad ha venido a llenar las arcas de los gibraltareños, favorecidos por las 150.000 líneas telefónicas facilitadas por España dentro de los acuerdos del Foro Tripartito. Se trata de los casinos on line y de las casas de apuestas. Hasta 25 se han instalado a Gibraltar, y, dotados de las últimas tecnologías, operan vía telefónica o por internet obteniendo sustanciosos beneficios, gracias a las facilidades del régimen fiscal gibraltareño.

Mientras, en lo alto de la Roca, siguen los famosos monos, despojando de las bolsas que llevan en sus manos a los desprendios turistas, y, a la vez, sustentando la conocida leyenda de que mientras no desaparezcan de allí Gibraltar continuará siendo británico, según lo establecido en el Tratadi de Utrecht, cuyo 300 aniversario se disponen a celebrar el año próximo los gibraltareños.

Cuando uno abandona la colonia no puede menos que fijarse en la espectacular terminal aérea de 12.000 metros cuadrados, construida —en virtud de los acuerdos del Foro impulsado por el anterior Gobierno español— sobre el istmo usurpado por los británicos desde el siglo XIX. Y no puede tampoco dejar de sorprenderse de que al otro lado, ya en La Línea, se encuentre simplemente un barrizal, donde se asientan el Circo o las atracciones en época de ferias, pero en el que debería haber ido la parte española de esa terminal. La falta de fondos, unida al fracaso de los vuelos entre Gibraltar y España y a problemas políticos sobre el control de acceso de los pasajeros a la Línea y a la colonia, lo ha impedido.

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