«El Merkozy ya ha implantado la Europa de dos velocidades»
El historiador Josep Fontana celebra sus 80 años con la publicación de un nuevo libro, «Por el bien del Imperio»
SERGI DORIA
Josep Fontana , genio y figura. Un nombre de referencia en la historiografía española, en la senda renovadora del que fue su maestro, Jaume Vicens Vives. El historiador cumple ochenta años con un libro que es fruto de tres lustros de investigación: «Por el ... bien del Imperio» (Pasado & Presente), reflexión crítica sobre la crónica mundial desde 1945 a nuestros días.
—En el prólogo de «Por el bien del Imperio» —expresión tomada de Tucídides— explica que este libro nace de la frustración de constatar que las promesas de los vencedores en la Guerra Mundial no se han cumplido. ¿Se refiere principalmente al imperio americano?
—La palabra «imperio» no se refiere exclusivamente a Norteamérica. Aludo a la distancia entre las formulaciones políticas y la situación real. Me pregunto por qué las promesas sobre la democracia y una paz que había de proporcionarnos «una existencia libre, sin miedo ni pobreza» son hoy esperanzas frustradas. Setenta años después, no hay paz, ni se ha extendido la democracia. En lugar de prosperidad global, se acentúan las desigualdades.
—Se muestra crítico con Estados Unidos, pero las ideologías que causaron las dos guerras mundiales del siglo XX tuvieron raíces europeas. ¿Cómo ve la situación de la actual eurozona?
—La unificación europea nació de una necesidad de reconstrucción financiada por Estados Unidos desde una óptica militar que boicoteó De Gaulle. Años después, la Unión Europea ha sido condicionada por los intereses económicos. La coalición francoalemana, el Merkozy, ya ha implantado de facto la Europa de dos velocidades. El porvenir es negro.
—Plantea como una reflexión crítica y afirma que la historiografía se sigue interpretando con legitimaciones del pasado que no se cuestionan.
—Los mitos de la Guerra Fría siguen ahí y para trabajar en este terreno se debe consultar la abundante documentación norteamericana como la del National Security Council, que está disponible en internet para quien la quiera analizar. En España nos estamos quedando marginados en el análisis de fuentes foráneas… Para entender mejor nuestra historia hemos de contextualizarla en la historia internacional.
—Sugiere que los norteamericanos siempre necesitan un enemigo: antes fue la URSS y ahora el Islam…
—En la etapa de Clinton ya se busca un enemigo exterior que justifique el despliegue militar. El Islam es, además de una religión, un proyecto de sociedad. Los musulmanes se sienten menospreciados por Occidente y el problema palestino lo envenena todo. Pero Estados Unidos mantiene su alianza con Arabia Saudí desde Yalta y el desengaño en la sociedad norteamericana sobre las guerras de Irak y Afganistán es evidente.
—¿La Primavera Árabe cambia tiranías corruptas laicas por islamismo suave?
—Es pronto para decirlo. En Túnez las elecciones se han desarrollado de forma pacífica. En Egipto se marchó Mubarak y se quedó un ejército que mantiene intereses económicos. Argelia sigue dominada por militares corruptos. Libia no fue nunca un verdadero estado y es imprevisible… En Siria nadie se atreve a culminar el cambio, porque no se sabe lo que puede venir después.
—Concluye con una alusión a las revueltas de los jóvenes. ¿Qué futuro le ve al movimiento de los indignados?
—Los estudiantes del 68 no derribaron al capitalismo ni los hippies cambiaron la moral burguesa. Al final acabaron integrados en el sistema… Lo que pasa es que el sistema actual no puede satisfacer las demandas de la gente, con un veinte por ciento de paro y una generación, entre veinte y treinta años, sin esperanzas de futuro. En Norteamérica se ve con inquietud que veteranos de la guerra de Irak se unan a los manifestantes contra Wall Street; esto es, que la indignación se transmita a otros sectores sociales que también dejen de creer en el sistema. De momento no aparecen líderes porque el liderazgo requiere un programa y de momento sólo hay quejas. Pero los indignados seguirán ahí.
—¿Se reformará el capitalismo para garantizar su propia supervivencia?
—Desde finales del siglo XIX hasta los años setenta el capitalismo llegó a pactos que desembocaron en el «estado del bienestar», pero las diferencias sociales se han acentuado en las últimas décadas y nos hemos encaminado hacia un capitalismo salvaje. Sin el pacto social, el capitalismo no se salvará.
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