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De la yihad a la revolución

Tareq es uno de los antiguos yihadistas libios en Afganistán que copan los nuevos puestos de mando militares

De la yihad a la revolución MIKEL AYESTARAN

MIKEL AYESTARAN

«Osama bin Laden era una persona sencilla, muy humilde. Aparecía y desaparecía sin aviso previo, pero sus hombres de confianza siempre estaban allí intentando reclutar a los más preparados para su causa». Tareq Muftah Durman tiene 39 años y es uno de los responsables de la formación de las nuevas fuerzas de seguridad libias .

Su vida ha sido una continua huida de los servicios de inteligencia internacionales, que terminó el pasado 20 de agosto cuando los hombres del comandante Abdul Hakim Belhadj —el que fue el emir del grupo de combatientes islámico que dirigió a los libios que viajaron a suelo afgano, y que fue interrogado por agentes españoles por su presunta vinculación con los atentados del 11-M— bajaron de las montañas de Nafusa para tomar Bab al Aziziya.

«Durante los últimos siete meses fui el enlace del emir en la capital. Así que cuando llegaron me uní al grupo que atacó el cuartel general de Gadafi», recuerda Tareq, que de esta forma revivía los tiempos de la yihad afgana en los que recibió entrenamiento en campos dirigidos por miembros de Al Qaida y entabló una amistad personal con Abu Musab Al Zarqawi, que años más tarde fue líder de la organización terrorista en Irak , hasta que murió en un ataque aéreo estadounidense en 2006.

Como cientos de jóvenes libios, Tareq se vio obligado a salir del país por la presión del régimen. Tenía 19 años y estudiaba en el centro religioso Qatab, que el régimen clausuró. Junto a siete compañeros logró llegar a Egipto por tierra y allí contactó con la organización saudí Beit Al Ansar (la casa de los vencedores), creada y financiada por Osama bin Laden.

«Ellos se encargaron de darnos alojamiento y pagar los billetes a Pakistán. Una vez en Peshawar nos alojaron en una casa en la que estábamos todos los libios y el director era Abdul Hakim Belhadj», apunta Tareq, que pasó los siguientes tres años de su vida combatiendo en las provincias de Nangarhar Khost o Logar de la mano de comandantes afganos como Gulbudín Hekmatyar, Abdul Rasul Sayaf o Burhanudín Rabani.

Campos de entrenamiento

Nada más llegar a suelo paquistaní los reclutas eran conducidos a la agencia tribal de Waziristán del Norte, donde se repartían en tres bases diferentes. La instrucción básica se impartía en el campo de Faruk, cerca de Miranshah. «Si alguien destacaba por ser un musulmán estricto y a la vez buen luchador era invitado a completar su formación en el campo de Yihadwall , que estaba al cien por cien bajo control de Al Qaida», detalla Tareq, que declinó la oferta de acudir a Yihadwall «porque estaba deseando entrar en combate y sentía que no necesitaba más entrenamiento». El tercer campo se llamaba Khaled Ben Walid y era de uso exclusivo para jóvenes venidos de los países de Golfo, que acudían a combatir durante sus dos meses de vacaciones.

«Cuando los muyahidines lograron acabar con el régimen de Najibulá empezaron a pelearse entre ellos y nosotros nos marchamos, nuestro trabajo contra los infieles había terminado», asegura Tareq. La salida de Afganistán, como la entrada, fue dirigida por una organización saudí. Esta vez se llamaba Hegatha Islami (salvación islámica) y condujo a Tareq hasta Mauritania, donde pasó dos años estudiando el Corán hasta que los servicios de inteligencia mauritanos le detectaron.

Perseguido

Aquí empezó un peregrinar por Sudán (donde Bin Laden le recibió en persona y le facilitó dinero y un pasaporte falso para huir del país), Yemen, Siria y Jordania, última parada donde contactó con su compañero de yihad Abu Musab Al Zarqawi, lo que levantó las sospechas de la seguridad jordana, que le detuvo y extraditó a Trípoli.

«Igual que Osama, Al Zarqawi era una persona sencilla y muy sensible. Su forma de ser no se corresponde con los actos horribles que hizo. Discutíamos mucho de religión y sobre el uso de la violencia», señala Tareq, y añade: «No he puesto una bomba en mi vida».

En 2000 fue extraditado a Libia y encarcelado por su vinculación con Al Qaida. Pasó nueve años en la cárcel de Abu Salim, donde se reencontró con muchos compañeros de yihad y con su comandante, Abdul Hakim Belhadj en quien tiene «una fe ciega» y de quien asegura que «se ha mantenido toda su vida alejado de las acciones de Al Qaida. Condenó tanto el 11-S como los ataques de Madrid o cualquier otra acción. Nuestro objetivo ha sido siempre derrocar a Gadafi, y en cuanto lo consigamos nos retiraremos de la escena para que tome el relevo gente nueva».

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