Simone Veil rememora el espanto y las luces del siglo XX
La nueva editorial Clave Intelectual publica «Una vida», homenaje a «los justos»
ALFONSO ARMADA
«Poco a poco la noche invade mi casa. Al son del piano, mi mirada se pierde frente a los cuadros familiares mientras que, junto a nosotros, todos nuestros muertos tan queridos, conocidos y desconocidos, se mantienen en silencio. Sé que nunca los olvidaremos. Nos ... acompañan a donde vayamos, formando una inmensa cadena que los une a nosotros, los sobrevivientes». Son casi las últimas palabras de «Una vida», la autobiografía de Simone Veil (nada que ver con la filósofa, también francesa, cuyo apellido solo se diferencia por la W inicial, y que murió en 1943) que acaba de aparecer en España de la mano de una nueva editorial, Clave intelectual, y una traducción plagada de errores e imperfecciones. Las palabras de Veil tienen una resonancia especial porque buena parte de su familia fue exterminada en Auschwitz, y donde ella fue internada a los 16 años y medio.
El capítulo titulado «El infierno», en agudo contraste con el primero, «Una infancia en Niza», aunque la luz de la infancia se ve nublada por la invasión alemana y la política racista del régimen de Vichy, relata lo que fue Auschwitz en primera persona. Por mucho que se haya leído y se conozca lo que fueron los campos, cada relato añade detalles que completan lo peor y lo mejor de la condición humana: «Luego pasamos a la sauna. Los alemanes estaban obsesionados con los microbios. Todo lo que viniese del exterior era sospechoso para ellos; la locura de la pureza los perseguía. Poco les importaba que, más tarde, aquellas de nosotras que no morían trabajando sobreviviesen entre gusanos y en condiciones de higiene espantosas. Al llegar había que desinfectarse sí o sí. Entonces nos tuvimos que desvestir antes de pasar debajo de duchas alternativamente frías y calientes, y luego, todavía desnudas, nos pusieron en una gran habitación con gradas, en lo que era en realidad casi una especie de sauna. La sesión parecía no tener fin. Las madres que se encontraban allí tenían que soportar por primera vez la mirada de sus hijas frente a su desnudez. Era muy vergonzante. Y el voyeurismo de las kapos, insoportable. Se acercaban a nosotras y nos palpaban como si fuéramos carne en exposición. Nos escudriñaban como a esclavas».
Sobrevivir a Auschwitz marcó a Simone Veil, que hizo de la lucha contra la discriminación y la intolerancia, los derechos de la mujer y la construcción de una Europa que ahuyentara para siempre el flagelo de la guerra los ejes de su existencia. Responsable en Francia de la abolición del aborto (Ley Veil), lo que le valió el repudio de los sectores políticos más conservadores, la Iglesia católica y la ortodoxia judía (el libro incluye, en unos «Anexos», sus razones, prolijamente argumentadas), durante su desempeño como ministra de Sanidad y Seguridad Social modernizó los hospitales franceses. Fue presidenta del primer Parlamento Europeo surgido del voto de los ciudadanos y forma parte desde el año pasado de la Academia Francesa. En 2005 recibió el Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
Ante las medidas adoptadas en los últimos meses por el gobierno de Nicolas Sarkozy contra los judíos rumanos, se hacen más turbadoras las palabras que al inicio de «Una vida» anota Simone Veil, nacida en Niza en 1927, a cuenta de las medidas adoptadas por el mariscal Pétain, el jefe de los colaboracionistas con los ocupantes nazis: «A partir de ese momento, los judíos pasaban a ser segregados administrativamente, una medida absolutamente escandalosa en el país de los derechos humanos. Se consideraba ‘judío’ a quien tuviese tres abuelos judíos, ¡pero se necesitaban solo dos si se estaba casado con un cónyuge judío!». No resulta baladí que la autora cierre su emocionante libro con un capítulo titulado «La luz de los Justos», en recuerdo de «las personas que escondieron y salvaron a judíos durante la guerra».
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