El penúltimo emperador HIROHITO
Un siglo de memoriaEl 29 de abril de 1901 nacía en Japón Hirohito, uno de los personajes más singulares de todo el siglo XX
Marco Polo fue el primero en dejar constancia escrita entre los europeos de ese Cipango en el que nacía el sol. Tres siglos después, en 1549, los habitantes de aquella remota isla supieron lo que era el castellano cuando nuestro compatriota, el jesuita San Francisco ... Javier, llegaba al archipiélago dispuesto a evangelizarlo.
El Imperio del Sol Naciente, aislado durante siglos del mundo occidental, ha sido, sin embargo, uno de los grandes protagonistas de la historia. Y no es precisamente por el karaoke. Hace ahora un siglo, nacía el Emperador Hirohito quien entre 1926 y 1989, año de su muerte, estuvo al frente, al menos espiritualmente, del país de los cerezos en flor. Llegó al trono imperial bajo el lema «El de la paz ilustrada»,y sus súbditos lo tenían por un dios, descendiente directo de Amaterazu, la divinidad del sol, pero él nunca se tuvo por tal. Se le hacían reverencias a su paso, y la Policía cerraba ventanas y postigos cuando circulaba por las calles, para que ninguna mirada de mortal le mancillase.
Él prefería la biología, el ojo avizor de su microscopio, pero la Historia quiso que declarase una guerra: «Nos, Emperador del Japón, por la gracia del Cielo, elevado al Trono que pertenece a una dinastía ininterrumpida desde edades inmemoriales y eternas, hacemos saber a vosotros, a nuestros leales y fieles súbditos, que declaramos la guerra a los Estados Unidos de Norteamérica y el Imperio Británico», dijo a su pueblo el día del ataque a Pearl Harbor. Y también fue quien tuviera que firmar la amarga capitulación, tras una cruel hecatombe nuclear, en 1945, a bordo del acorazado «Missouri».
Fue, en 1921, el primer príncipe del País del Sol Naciente en más de 2.500 años en viajar al extranjero y al acabar la contienda muchos quisieron ponerle en la picota. McArthur fue su valedor: más valía un emperador sin poder político que una República nipona que Dios sabe cómo podía acabar. El resto de su vida la consagró a la discreción, a su querida Nagako, a su jardín, a vencer su timidez. Su hijo Akihito continúa la dinastía. En estas horas difíciles, los japoneses sabrán hacer que vuelvan a florecer los cerezos.
Por MANUEL DE LA FUENTE
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