Menchu Gutiérrez: «Un faro tiene mucho de iglesia»
La escritora publica «El faro por dentro», «prólogo y epílogo» de su libro «Basenji», de 1994
MANUEL DE LA FUENTE
No era «El faro del fin del mundo» de Julio Verne. Ni era Cadaqués, donde se rodaron muchas escenas de la película basada en la novela del escritor francés que protagonizaban Kirk Douglas y Yul Brinner . No, era un faro más de andar ... por casa, situado en la costa norte española y donde la escritora Menchu Gutiérrez vivió durante más de veinte años. Este faro, esta peculiar estrella en la noche, fue el origen de su libro «Basenji» (1994), y ha sido ahora el motivo y argumento de «El faro por dentro», escrito tras dejar el lugar y que sirve, tal como explica la autora, como «prólogo y epílogo» de la historia de Basenji, ese perro africano, mudo, descendiente de aquellos que rezongaban por los jeroglíficos egipcios. El libro está editado por Siruela, al igual que «La niebla, tres veces», que agrupa en un solo volumen otros tres títulos anteriores de la autora: «Viaje de estudios», «La tabla de las mareas» y «La mujer ensimismada».
Veinte años son una vida. Más de media, por lo menos. Tiempo suficiente para que cualquiera eche raíces. Pero, ¿en un faro? «¿Raíces? Quién sabe lo que son las raíces —explica Mencho Gutiérrez—. Lo que sí se es que un faro es un lugar que favorece la introspección, la reflexión y el silencio. Incluso, yo díría que más que invitar, vivir en un faro impone la reflexión» .
Los faros ya son lo que eran en la época de Verne, ni los piratas acechan en sus inmediaciones. ¿Dónde quedó el romanticismo? «En muchas cosas sí han cambiado, claro, hoy en día todos tenemos ADSL, pero en otras no tanto. De cualquier forma, el faro es un lugar arquetípico que está asociado a tantas, tantísimas cosas. Pero lo que desde luego no ha cambiado es la misión del faro, que sigue siendo la misma, la de guiar, la de alumbrar en la oscuridad. Un faro siempre remite al faro originario, a la luz primigenia» .
El protagonista de la historia de Menchu Gutiérrez es un farero que emprende un desasosegador viaje al final de su propia noche, un hombre lanzado a una salvaje búsqueda introspectiva en la que a menudo cruza fronteras que no se deben cruzar, con la sombre del perro Basenji siempre en su rededor. «Es verdad que un faro no es sencillo de habitar, es de todo menos un lugar neutral. Por un lado, aunque no me gusta hablar de energías, es un sitio que absorbe muchísima energía. No hay nadie que pase ante un faro y no mire. Recuerdo que en cuanto me asomaba a una ventana, ya había alguien haciéndome fotos. Además, un faro tiene dos vidas, la del día y la de la noche. Cuando tú duermes, es cuando él trabaja. Absorbe energía, sí, pero también irradia luz. Es imposible que todo esto no le afecte, no le condicione a sus inquilinos. A mí, al poco de llegar al faro, me obligó a escribir sobre él, porque era una presencia abrumadora, y el hecho de escribir me ayudó a darme cuenta de dónde estaba. Luego, durante veinte años, no le dediqué ni una palabra hasta ahora».
La imagen del farero heroico bajando una escollera para salvar a alguien en una noche de tormenta ya no es habitual, aunque Menchu Gutiérrez haya conocido aún a alguno de esos hombres hechos de una pasta especialísima, lo que no impide que la escritora asegure que «diez días seguidos de temporal, sin salir de la atalaya, pueden confundirte, pueden hacerte creer que eres otro...».
Desde tiempos inmemoriales, el tañer de la campana de una iglesia en la noche confortaba el alma, templaba los ánimos de los solitarios, de los temerosos. El faro, según Menchu Gutiérrez, también tiene «algo de iglesia, es una luz que tranquiliza. Yo no soy navegante, pero he conocido marinos que, a pesar de que hoy en día los navíos se guían por el GPS y sistemas sofisticadísimos, me han reconocido que en una noche de galerna, hasta que no ven a lo lejos la luz de un faro no se sienten totalmente tranquilos».
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