EL JUKEBOX DE LA HISTORIA
The Byrds: pájaros de buen agüero
Eran tres veinteañeros que se ganaban las habichuelas curtiéndose en la escena folk californiana
MANUEL DE LA FUENTE
Eran tres veinteañeros (Jim –luego Roger- McGuinn, Gene Clark y David Crsoby, quinta del 41) que se ganaban las habichuelas curtiéndose en la escena folk californiana, dándole a las tonadas pastoriles, dándole a la tradición y a las baladas campestres.
Pero los chicos tenían los ... oídos bien despiertos, y un día, un buen día, se fueron al cine. Nada raro. Sólo que la película fue para ellos una revelación: «Qué noche la de aquel día», con los Beatles . Los chavales lo tuvieron claro: meter en la coctelera el sonido de los de Liverpool y macerarlo con su angostura bucólica. Hasta copiaron sus amplificadores, y hasta McGuinn se hizo con una Rickenbacker de doce cuerdas, muy parecida a la que le había visto a George Harrison, guitarra que sería con el tiempo el carnet de identidad del grupo recién nacido: los Byrds .
Entre su muchas habilidades (pioneros del folk rock, del country rock, de la psicodelia, capaces de influir a sus maestros, los propios Beatles, Dylan, y trascendentales para grupos posteriores, como REM, los Long Ryders) estaba también la de hacer versiones.
Le cogieron el punto a Dylan e hicieron de su «Mr. Tambourine man» un número uno mundial. Era abril del 65. Y esas mismas Navidades, los chicos volvían a tocar el cielo del éxito como Dios manda con «Turn, turn, turn!» , una canción maravillosa de Pete Seeger basada en un texto del Eclesiastés bíblico (vale la pena verla en Youtube , se encuentra a la primera, hay varias tomas).
Sus discos («Mr tambourine man», «Turn, turn, turn!», «Fifth dimension», «Younger than yesterday», «Sweetheart of the rodeo») son obras maestras, ejemplo de un tiempo en el que la música era reflejo de una sociedad que quería soñar, y volar y volar muy alto. Música que cuarenta años después parece recién sacada del horno del talento, y la tahona de la inspiración. Los Byrds fueron pájaros de buen agüero, aves de un paraíso en el que, por algún tiempo, fuimos libres.
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