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Diez años del crimen de Sandra Palo: Los tres asesinos libres suman 37 delitos

Juzgados por la Ley del Menor, no han dejado de delinquir. «El Rafita» tiene, incluso, una orden de ingreso en prisión

Diez años del crimen de Sandra Palo: Los tres asesinos libres suman 37 delitos ignacio gil

M. J. álvarez

Ha pasado justo una década del considerado por el Ministerio Fiscal «uno de los crímenes más desproporcionados, viles, inhumanos y sangrantes que existen». Aludía así al espeluznante asesinato de Sandra Palo , que entonces tenía 22 años.

A tres de sus cuatro asesinos, de 14 y 16 años, se les aplicó la Ley del Menor, con penas de entre 4 y 8 años de internamiento y 3 y 5 de libertad vigilada. Hace tiempo que están en la calle, pero lejos de haberse reinsertado siguen persistiendo en el delito una y otra vez. Entre los tres suman ya 37 reseñas policiales.

Sin embargo, para Sandra, la joven getafense que se dirigía a una parada de autobús en Marqués de Vadillo junto a un amigo la madrugada del 17 de mayo de 2003, su vida acabó ese día aciago. El grupo de jovencísimos delincuentes decidió robar a la pareja y violar a la joven. Tras introducirles a punta de navaja en un vehículo sustraído en Alcorcón, en cuanto pudieron, expulsaron al chico. La joven suplicaba una y otra vez sin éxito en que la dejaran marchar, que su hermano hacía la Primera Comunión ese día.

El final es el sabido. Sandra fue violada por turnos, atropellada y quemada para ocultar pruebas. Incluso la abandonaron moribunda en la carretera de Toledo para ir a comprar gasolina a Santa María de la Cabeza. «Su muerte fue agónica y atroz, y se ensañaron con la víctima para ocultar su violación», recalcó la fiscal.

Muy peligrosos

Los cuatro homicidas eran extremadamente jóvenes, peligrosos y plenamente conscientes de sus actos, tal y como señaló la sentencia. Rafael Fernández García, «Rafita» , era el pequeño, el de 14 años. Juan Ramón Manzano Manzano, «Ramoncín» y Ramón Santiago Jiménez, «Ramón», tenían 16. El único mayor era Francisco Javier Astorga Luque, «El Malaguita», con 18 años y cinco meses.

Los tres menores quedaron en libertad hace tiempo, tras cumplir las medidas de internamiento que les fueron impuestas, excepto las de libertad vigilada. Sin embargo, lejos de dejar su historial delictivo «limpio» —tal y como establece la Ley del Menor, que elimina los antecedentes—, no hacen más que mancharlo a pasos agigantados. Cada día está más sucio.

Así, «Rafita», condenado a cuatro años de internamiento y tres de libertad vigilada, quebró esta última medida en 2009, cuando robó un ordenador. Desde entonces hasta la fecha no ha parado de delinquir: se le atribuyen 13 delitos, la mayoría relacionados con la sustracción de vehículos. El último, lo cometió el pasado 15 de marzo: se le imputa asociación ilícita y robo o hurto y uso de automóvil.

Además, tiene en vigor una orden de busca y captura e ingreso en prisión hasta el 15 de febrero de 2017. La razón fue que cuando en 2011 fue sorprendido en la Cañada Real en un control policial sin carné, el juez, que no sabía de quién se trataba, le conmutó la prisión preventiva y le impuso una multa a condición de que durante el tiempo de la sanción no cometiera otra sanción. No lo hizo.

Sin embargo, a pesar de su historial y de la larga ristra de delitos que acumula a sus espaldas, el récord lo ostenta «Ramón». Éste ingresó en la cárcel al cumplir los 23 años para terminar su condena, como marca la ley del menor; pero desde que salió de Estremera en junio de 2011 hasta hoy cuenta con 17 reseñas policiales.

Su último arresto se produjo el 1 de diciembre pasado por presunta asociación ilícita, robo con violencia y sutracción de vehículo. Ingresó en prisión preventiva por liderar una red de atracadores dedicados a robar con hachas tiendas de telefonía. Volvió a la calle. «Ramoncín» tampoco ha perdido el tiempo. Fue el último en recobrar la libertad: el domingo hará un año. Sin embargo, como en una aciaga competición entre este nefasto trío, en menos de un año ya se le imputan siete delitos, el último, el pasado 13 de julio por un robo con fuerza en las cosas.

Los informes ya alertaban del elevado riesgo de reincidencia del grupo. El que se realizó tras el crimen a «Rafita» aludía a que «se desarrolló en un ambiente delictivo carente de normas y a que tenía construcciones rígidas de pensamiento en la que la violencia y los hechos delictivos son valorados como atributos de poder y masculinidad».

En el caso de «Ramoncín», los especialistas subrayaron «su dureza emocional; conducta asocial; modo de relacionarse basado en la fuerza física, con agresiones a la madre, con la que tiene una pésima relación».

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