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El enigma Armada

El papel del fallecido general Armada en el 23-F continúa siendo el agujero negro de la historia del golpe de Estado

El enigma Armada efe

ignacio camacho

Aquella noche la moneda de la suerte bailó de canto dos veces. Se decidía en unas horas de zozobra el destino de un país angustiado. Los demonios del fracaso histórico habían salido de los armarios del pasado para zapatear en el Congreso de los Diputados una danza macabra. Muchos militantes de izquierda buscaban refugios desesperados según los viejos tics de la clandestinidad y la mayoría de los ciudadanos sentía en el pecho la impotente desazón de la congoja. El futuro de la recién nacida nueva democracia española se ventilaba en Madrid durante la larga madrugada del 23 de febrero de 1981. Y por dos veces, dos, el azar estuvo a punto de decantarse del lado equivocado. En las dos ocasiones había un nexo común, un personaje sobre el que parecían converger todas las expectativas de una confusión cuyos secretos siguen escondidos en los pliegues de la Historia. Se llamaba Alfonso Armada Comyn , tenía rango de general de división y era segundo jefe del Estado Mayor del Ejército .

La intuición de Sabino

El primer baile de la moneda sobre el tapete del destino se produce al filo de la medianoche. Con Tejero atrincherado en el Congreso y los capitanes generales pendientes de noticias que aclaren las circunstancias de la asonada, el papel de la División Acorazada Brunete, acuartelada a pocos kilómetros de Madrid, se antoja decisivo para la suerte del golpe. Su jefe, el general Juste Grijalba, está indeciso. Tiene presiones para sacar los tanques a tomar la capital, y llama a La Zarzuela para indagar sobre la posición del Rey. El secretario de la Casa, Sabino Fernández Campo, relató muchas veces el curso de esa conversación en la que se le enciende una luz de alarma cuando Juste pregunta con insistencia por Armada, a quien él mismo había sucedido en La Zarzuela. La célebre frase «ni está ni se le espera» es el dique que contiene provisionalmente la marea militar prevista por los conspiradores.

Cuando Sabino se dirige a informar al Rey de la charla con Juste, el albur gira de nuevo en la ruleta de las casualidades. El Monarca está al teléfono con… Armada , que presiona para que le deje acudir al palacio. Una seña del secretario advierte al Soberano para que deniegue la autorización. Sabino ha atado cabos sueltos en su cabeza y sospecha que la presencia de Armada en La Zarzuela podría constituir una señal que no conviene hacer, aunque aún no sabe a quiénes. El general no irá a Somontes, pero a lo largo de la noche de los tricornios seguirá insistiendo para que el Rey, última ratio de un país sin autoridades -el Gobierno está secuestrado a punta de metralleta-, le autorice a presentarse ante los golpistas como intermediario. No se sabe de qué ni de quién. Quizá no se sepa nunca.

Un nuevo De Gaulle

La segunda ocasión sucede en la alta madrugada. Armada recibe al fin el visto bueno para negociar una salida con Tejero. Entra en el Congreso y habla con el desquiciado teniente coronel. Ninguno de los protagonistas de esa tensa charla, inmortalizada por la televisión al otro lado de una ventana encendida, ha aclarado nunca su contenido. La versión más extendida, aunque Armada siempre la desmintió, narra que el general le presentó al guardia civil una lista de un Gobierno de salvación nacional presidido por él mismo, al modo de un nuevo De Gaulle, con Felipe González de número dos y un Gabinete de miembros de todos los partidos, incluido el comunista. En ese momento, sea lo que fuere lo ocurrido, se decide del todo la suerte de la intentona.

El golpe habría triunfado en una versión blanda si Tejero acepta la propuesta del general de división. Se trataba de hacérsela votar como mal menor a un Congreso secuestrado. Pero el arriscado teniente coronel se niega, preso de cólera, al ver comunistas en la relación de ministros: «Yo no he llegado hasta aquí para esto». En su delirio acorralado amenaza con pegarle un tiro a Armada y suicidarse. El militar gallego sale asustado, cariacontecido y fracasado. Luego volverá, al alba, con el golpe encallado en la resistencia del Rey, a negociar el célebre «pacto del capó», el documento de rendición que exonera de responsabilidades a los guardias rasos embarcados en la aventura de Tejero. Un día después será detenido como parte de la conjura y sentenciado a treinta años de cárcel, condena de la que González le indultó poco más de seis años más tarde.

La muerte de Alfonso Armada puede haberse llevado -salvo que existan documentos memoriales hasta ahora desconocidos- una de las últimas oportunidades de conocer exactamente qué pasó en aquella noche aciaga. La identidad del «elefante blanco» anunciado por un oficial de verde en la tribuna de la Cámara de Diputados. La superposición de dos tramas que estalla en el asalto armado de Tejero. La motivación auténtica de los movimientos del antiguo secretario de Don Juan Carlos. El contenido de sus conversaciones con el Monarca. El papel preciso de un hombre que sin duda conocía la conspiración -de la que había advertido al general y ministro Gutiérrez Mellado- estaba en sus gestiones previas y constituía por su proximidad a la Corona una indudable referencia para los jefes militares.

Cientos de libros e investigaciones han intentado desde entonces iluminar la bruma de ese secreto ahora enterrado. Algunas interpretaciones se empeñan en sostener la existencia de un hilo confuso, conjetural, que conectaría a los conjurados con la Corona a través de la figura de Armada. Otras, las más sólidas, apuntan a que el militar encabezaba una intentona de reconducción autoritaria de la crisis política, superpuesta al golpe violento y cimarrón de Tejero, y que esa línea fue la que Armada sostuvo por su propia cuenta, desobedeciendo las órdenes del Monarca, hasta su infortunada entrevista con el hombre del tricornio. Un esfuerzo individual, autónomo, por imponer hechos consumados usurpando en abuso de confianza el nombre y la autoridad del Rey, desde la ambigüedad del vacío de poder y las dudas de los capitanes generales. Más allá incluso del momento en el que el discurso televisado de Don Juan Carlos había tranquilizado a los españoles al cercenar la posibilidad de un levantamiento completo del Ejército y ordenar la retirada de cuantas unidades se hubiesen mostrado dispuestas a sumarse al golpe de Estado. Esa es la versión más verosímil, y la que ha quedado inscrita en la verdad jurídica del sumario.

Consta sin resquicio de dudas que Armada mantuvo en las semanas previas contactos con personalidades políticas y militares desde su plaza de gobernador militar en Lérida, primero, y posteriormente ya desde la vicejefatura del Estado Mayor en Madrid. Incluso se presentó en La Zarzuela sin pedir audiencia, y fue recibido. Eran los días en que el suarismo había embarrancado hasta colapsar con la dimisión del presidente; jornadas de agitación en las que numerosos sectores políticos, militares y financieros buscaban una salida al impasse de la bloqueada democracia. Consta asimismo la pésima relación entre el militar gallego y el propio Adolfo Suárez, que fue quien más se empeñó en mandarlo detener -informes del servicio secreto mediante- en las horas inmediatas al fin del pronunciamiento, y quien más se opuso a su nombramiento como adjunto del general Gabeiras en el JEME.

«Militar, por supuesto»

Suárez no se fiaba y su instinto le dijo, apenas secuestrado el Congreso, que aquella «autoridad, militar por supuesto» esperada por los golpistas no podía ser otra que Armada, cuyas maniobras conspirativas conocía por Gutiérrez Mellado. A Milans del Bosch, el capitán general de Valencia, no lo veía con capacidad estratégica para situarse en la cúpula de un asalto al Estado.

Las lagunas del relato, el «gap» o agujero negro que jamás ha sido descifrado, tienen que ver con la relación entre Don Juan Carlos y su antiguo preceptor y secretario, un hombre capaz de lograr que el Rey se pusiese sin problemas al teléfono. Había sido el propio Monarca el factor esencial para convencer a Suárez de que aceptase la designación del general como número dos del Estado Mayor del Ejército, que Armada ansiaba para acercarse a los núcleos de poder militar -en Lérida quedaba muy lejos- en las vísperas del 23-F. Y acaso sin la intuición perceptiva de Fernández Campo la buena voluntad del Rey habría dejado acercarse a su excolaborador como presunto componedor de una solución -de doble filo- a la rebelión de los militares. Esa, la presencia de Armada en La Zarzuela, habría sido la verdadera contraseña que esperaban los indecisos para sacar las tropas en la convicción de que, si no estaban obedeciendo de manera explícita a su jefe natural, al menos este no iba a oponerse. A esas alturas, con las imágenes del tiroteo en las Cortes difundidas en todo el mundo, se trataba de una idea descabellada, inviable.

Quizá fuese entonces cuando el Soberano comprendió que el golpe iba también contra él mismo, que se trataba de pasarle por encima a base de hechos consumados sobre un ambiguo código de señales. Fue su pulgar bajado con firmeza, primero ante Armada, luego ante los capitanes generales -uno por uno en conversaciones telefónicas- y finalmente ante toda España a través de la televisión, el que disolvió la intentona: esa es la incontrovertible verdad histórica. Pero durante las horas indecisas de aquel proceso lleno de casualidades, sobreentendidos, medias verdades y un violento golpe de mano destinado a provocar el caos, la sombra de un vuelco, de un salto al vacío, se proyectó sobre la nación española.

En todo ese proceso, la figura de Armada aparecía como un extraño fantasma borroso pero omnipresente, clave de bóveda de todas las especulaciones. Lo que sabía el ahora desaparecido general; lo que urdió, lo que pensaba hacer, los planes que tenía diseñados, las personas con quienes los compartió, los que improvisó por su cuenta; lo que finalmente intentó aunque no lo pensara: todo eso se ha vuelto con su muerte un secreto más arcano, más indescifrable, más remoto. Como dijo en otra ocasión Winston Churchill, «un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma».

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