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Mario Conde, por donde pisó no creció la hierba

La del exbanquero es una historia de fracasos, una aventura decepcionante

Mario Conde junto a Felipe González en los años dorados del exbanquero ABC

FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA

Sobre Mario Conde está casi todo dicho, incluso varias veces. Pocas personas disponen de tanta bibliografía y referencias como de Conde, desde que a principios de los años ochenta emergió en el panorama empresarial español como un abogado muy capaz para los grandes negocios. Acumula más de diez millones de entradas en Google , cuenta con más de de una decena de libros escritos por él mismo, la mitad con carácter autobiográfico, que aportan mucha información, si se sabe leer e interpretar, para analizar el personaje y sus peripecias vitales. Y más de una docena de libros escritos por otros con Mario Conde como protagonista, cuya mayor parte pertenecen al género hagiográfico (¡un santo!) y algunos pocos con carácter crítico.

Con esos miles de páginas escritas a lo largo de los últimos 25 años se puede intentar comprender al personaje, rara avis, que desde el año 1993, tras la intervención de Banesto por el Banco de España y la destitución de su consejo de administración, ha circulado con ruido y escándalo por los tribunales, las cárceles (casi cinco años entre rejas, por una condena a veinte años), los platós de televisión y las portadas de los diarios. ¿Angel o diablo?, ¿un sinvergüenza o una víctima de la casta o del sistema?

Mario Conde representó el éxito, el sueño para una generación que le admiró , con el dinero y la ostentación como objetivo vital. Rico, divertido, ingenioso, elegante... propietario del mejor y más lujoso barco, con avión privado a su disposición, incluso con planchadora y cocinero disponibles al lado del despacho. También con un discurso brillante con el que predicaba la sociedad civil, los valores y el triunfo como meta. Un personaje desafiante, que pretendía retar a los poderosos, y que se creía por encima de las normas y de los demás. Pero el mismo tiempo corruptor, ajeno a cualquier límite, aventurero y audaz. Y, finalmente, letal para sí mismo y para lo que anduviera cerca o tocara. Como Atila por donde pasó Conde nunca volvió a crecer la hierba.

Operaciones brillantes

El repaso a sus golpes más audaces es desolador, brillante en la ejecución, con un abrumador resultado inicial, en su propio beneficio y en el de sus compañeros de aventura, pero con pésimas consecuencias finales. Sus dos operaciones más brillantes son la compra y venta de Antibióticos S.A., con asombrosas plusvalías en su favor y de sus socios (año 1983) y el posterior asalto (un concepto de su propia jerga) a Banesto el año 1988 que concluyó con la intervención del banco, su posterior saneamiento que necesitó de 4.000 millones de euros de la época, pagados por los accionistas de Banesto (la mitad), el resto de la banca (un cuarto) y el Estado (lo restante). Veinte años después Antibióticos y Banesto no existen, lo que quedó de ambas compañías pasó muy menguado a otras manos. Lo que queda de todo ello es una historia de fracasos, una aventura decepcionante que sirve como caso práctico de los malos negocios, del talento al servicio del mal o del error.

Por el camino contribuyó activamente a debilitar las instituciones del Estado en su propio provecho ; corrompió los servicios de inteligencia, agitando sus sentinas, con objeto de presionar al Gobierno, que reaccionó con temor y disposición al pacto, algo que cuenta entre las zonas de sombra y debilidad de Felipe González. Afectó a la jefatura del Estado, al Rey emérito, que se dejó seducir por el personaje al que hizo concesiones inexplicables. También a los medios de comunicación que sufrieron los embates de Conde con tentaciones, compras y enredos sin cuento, que solo sirvieron para alentar su vanidad, y también para descomponer la profesión. El repaso de las adulaciones al personaje, la maldita hemeroteca, es deprimente.

Poder de seducción

De alguna manera Conde reproduce el modelo, modernizado y engordado, del Ruiz Mateos de los años años sesenta, éste un especulador audaz que llegó, por la debilidad del Estado, mucho más lejos de lo tolerable. Pero Conde fue más letal en sus efectos disolventes, ambos amorales, capaces de seducir a demasiadas personas e instituciones en un Estado débil y lábil, aunque con fortaleza interior suficiente para, finalmente, hacer pagar a ambos por sus excesos.

Mario Conde fue tan creador de valor en sus audaces operaciones, como destructor a renglón seguido. Y con su rotunda caída tras la condena, ratificada e incrementada por el Tribunal Supremo a veinte años de prisión , ha seguido el guión destructivo anterior incorporando al desastre a sus hijos.

La tesis de Conde, expuesta por escrito y de palabra hasta la saciedad, sostiene que es una víctima del "sistema" de lo que ahora algunos llaman "casta", que él en realidad es la sociedad civil, el ciudadano medio atropellado por los poderosos. Nada más falso, los poderosos, del Rey abajo protegieron a Conde en unos casos por temor y en otros por el interés, porque sacaron algo.

La realidad es que son una panoplia de funcionarios del Estado en el Banco de España, en los juzgados, en ala policía, gente con apellidos Pérez, García, Fernandez... Los que completaron los expedientes que concluyeron con la intervención de Banesto y con el procesamiento y la condena de Conde, y ahora con la investigación de los manejos con dinero oculto.

Mario Conde era el más listo de su promoción, el más brillante de la oposición (a la altura de Angel Herrera, el cardenal, y José Larraz, el más brillante ministro de Hacienda de Franco), el más audaz de los empresarios de la compra-venta, capaz de armar las operaciones más brillantes, pero que concluyen en desastres sin paliativos. Mucho talento desperdiciado. Su pasión última estaba en la política, en disponer de poder, pero cuantas veces se aproximó los electores percibieron que era una opción catastrófica y no le dieron opción a más destrozos, en eso Ruiz Mateos fue más astuto.

Ahora a Conde solo le queda intentar preservar lo que pueda de una fortuna escondida de procedencia dudosa. Es cierto que fue muy rico, pero también que perdió, por su mala cabeza, y malgastó, más de lo que acumuló legítimamente.

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