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«Agur» Fagor, el apóstol del cooperativismo

El Grupo Mondragón sacrifica al que fue su primer emblema, inspirado medio siglo atrás por el sacerdote vasco José María Arizmendiarrieta

«Agur» Fagor, el apóstol del cooperativismo efe

itziar reyero

La caída de Fagor Electrodomésticos es el gran sueño roto , medio siglo después, de cinco jóvenes emprendedores que se juntaron en torno a un pequeño hornillo para cocinar el embrión de lo que luego resultó Mondragón Corporación , el mayor grupo de cooperativas del mundo. Era 1956 y aquellos estudiantes de entre 28 y 32 años acababan de fundar en unos talleres de Vitoria la marca Ulgor, compuesta por las iniciales de sus apellidos: Luis Usatorre, Jesús Larrañaga; Alfonso Gorroñogoitia, José María Ormaetxea y Javier Ortubay. Al calor de las estufas y hornillos de petróleos que fabricaban, el quinteto se dejó imbuir del espíritu innovador del padre José María Arizmendiarrieta, joven sacerdote vizcaíno asentado en Mondragón (Guipúzcoa) y cuyo nombre ha entrado en el proceso de beatificación en Roma para reconocer su legado como evangelizador de la «empresa social».

La gran visión de Arizmendiarrieta, al que se le recuerda montado siempre en su vieja bicicleta, fue apostar por la transformación de la sociedad a raíz de empresas basadas en la autogestión y en la solidaridad entre sus empleados que a la vez debían ser socios-propietarios. Esta idea marcaría el camino hacia el éxito del hoy gigantesco conglomerado formado por más de 200 cooperativas.

Estandarte de la «economía social»

A la localidad de Mondragón, encajada en un valle de la profunda Guipúzcoa donde impera el nacionalismo radical, se trasladó el quinteto desde Vitoria en 1959. Y allí mudó su nombre de Ulgor a Fagor, pese a que en realidad les gustaba más Tagor. Rápidamente extendieron su fórmula de «empresa social» a muchas otras pequeñas cooperativas y bajo el milagroso manto cooperativista fue creciendo el conglomerado Mondragón, modelo económico estudiado en las universidades de todo el mundo.

De forma casi imparable, el Grupo Mondragón, con Fagor como su «niña bonita», se convirtió en el tractor de la industria vasca y «orgullo» de todos. También de sus trabajadores, que ejercían la doble condición de empleados y propietarios de la empresa. El conglomerado se asentaba en tres sectores: El industrial, encabezado por Fagor; el de distribución, que lidera Eroski (1969) , y el financiero, que domina Caja Laboral y la aseguradora Lagun Aro . Esta última pata también fue ideada por el padre Arizmendiarrieta, quien pronto entendió la necesidad de crear una entidad financiera propia, que promoviera la captación del ahorro entre los trabajadores y familias, cuyos recursos pudieran ser derivados hacia el desarrollo cooperativo, dando lugar a nuevos negocios dentro del grupo. Al abrigo de todas ellas se fundó una escuela politécnica, germen de la actual Universidad de Mondragón, y una docena de centros de investigación.

Grieta en la «autoestima» empresarial

Igualmente novedosa fue la creación de la aseguradora Lagun Aro, también en 1959, ideada para resolver el problema de los cooperativistas, que no tenían derecho a afiliarse al Régimen General de la Seguridad Social, por su condición de dueños de la empresa y, por tanto sin paro. Los trabajadores debían invertir una parte de su salario al fondo de desempleo del grupo y a cambio tienen derecho a prestaciones en caso de baja o viudedad. En el caso de liquidación de la empresa y pérdida de su empleo -una situación nueva abierta ahora con la crisis de Fagor-, los cooperativistas (1.630 en la división de Electrodomésticos) también recibirían el 80% de su salario durante dos años de la mutua común.

Pero la caída de Fagor, sacrificada por la casa-madre del Grupo Mondragón, ha hecho tambalear, medio siglo después del nacimiento de Ulgor, los cimientos de la «solidaridad empresarial» del cooperativismo vasco. Y ha abierto también una honda grieta en la «autoestima» del tejido empresarial del País Vasco.

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