Enrique Ponce: «Mis hijas ven normal matar toros, no les causa ningún trauma»
El torero valenciano es uno de los protagonistas de la Feria de Bilbao
¿Veranear, Enrique Ponce? Ay que le da la risa. Con veinticinco años matando toros y 2.200 corridas a sus espaldas (se dice pronto, y a qué nivel), este atleta de la tauromaquia dedica la parte del león del verano pues a eso mismo, a saltar a la plaza casi a diario. Otra cosa es que desde que nacieron sus hijas ha aprendido a apreciar el reposo del torero…
Ese reposo se produce en la finca de olivar y dehesa que el maestro tiene en Jaén, y que se llama «Cetrina», como su ganadería. Allí empieza el día cuando las niñas, Paloma (6 años) y Bianca (2) tocan diana, entre las ocho y media y las nueve. Primero Ponce se ducha, después desayuna, en general a base de horchata. Una horchata increíblemente buena a pesar de no proceder del Levante donde nació el maestro, sino del pueblo de al lado, que se llama Villacarrillo. Se la traen por toneles «y me pongo morado, con una ensaimada buena mojadita, zumo de naranja, café con leche...» Jesús. Pues menos mal que el toro le mantiene en forma, porque entre eso y las paellas que prepara su padre, Emilio Ponce…
Sin olvidar que a media mañana sacan «un porroncito de cervecita con limón, de clara, y un buen aperitivito». Todo eso lo sacan junto a la piscina y junto a los columpios de las niñas. Tras la comida no hay siesta sino tertulia. Les gusta ser muchos, ver películas y oír música. Charlan todos con todos hasta que el sol se endulza, momento en que Ponce aprovecha para jugar al golf (su segunda gran pasión), pegarse otro bañito en la piscina o torear una becerrita en la intimidad. Sus hijas suelen ser espectadoras atentas, sobre todo la mayor, Paloma.
Madre de toros bravos
Las hijas de Enrique Ponce pertenecen a una especie de aristocracia infantil en España. Pocos niños en este país tienen hoy la suerte de que no les intenten criar de espaldas al toro. Ponce nos cuenta cómo y cuándo le explicó a su Palomita que la «vaca buena» hay que dejarla para ser madre de toros bravos y la no tan buena se la manda al matadero, para comer. Palomita lo entiende, lo ve normal y hasta a veces opina sobre el mejor destino para cada vaca. «Sin traumas», zanja el padre.
Ya puestos, y para no ser menos que Palomita Ponce, ¿cómo se sabe cuándo una vaca es buena y cuándo es mala? La voz del maestro se esponja de certidumbre: «Se ve en el tentadero, que es un examen donde la vaca se juega la vida». Ahí se miden condiciones que para Ponce son de precisión y que a nosotros nos suenan a impenetrables metáforas lorquianas: «recorrido, fijeza, temple, ritmo, clase, humillación...» ¿Humillación?, osamos inquirir desde una maravillada inopia. «Sí, humillación, que la vaca embista con la cara en el suelo, con el morro bajo, eso es de lo que yo más valoro; porque cuando un toro humilla, eso tiene una transmisión tremenda, una profundidad en la embestida, que no la tiene el toro con la cara hacia arriba, que parece que está pasando por ahí, que en realidad no embiste…» Dios. ¿Quién más habla así?
Oyéndole no es de extrañar que a Ponce le guste tanto codearse con intelectuales taurófilos tipo Albert Boadella, tipo Fernando Sánchez Dragó, tipo Mario Vargas Llosa, con quien toreó una becerra al alimón en su finca, y por cierto que le pone «un diez» a la experiencia: «Vargas Llosa lo disfrutó mucho, estaba muy orgulloso, fue de verdad inolvidable, verle los ojos al animal de cerquita, escuchar la respiración, sentir cuándo pasa por ahí... Además él lo hizo muy bien, se sentía torero en ese momento». A Ponce le encanta cultivar este tipo de momentos y de amistades. «Un amigo mío, un mexicano, me decía que era bonito ver a los números 1 de distintos ámbitos juntos, compartiendo amistad», afirma con candor recio y varonil que evoca a Juan Belmonte pasado por la pluma de Manuel Chaves Nogales.
Como no hay Ulises sin Penélope, esta navegación está incompleta si no hablamos de su mujer que es también su faro, Paloma Cuevas. Jamás ha ido a la plaza a verle torear. En lugar de eso se va a rezarle al Cristo de Medinaceli o se queda en la habitación del hotel «con sus vírgenes, y pendiente del teléfono». Pues menos mal que ya existen los móviles y los whatsapps y no hay que esperar a que acabe la corrida para enterarse de si sigues casada o eres viuda. Y es que si hay amor y hay valor en la tierra más grandes que los que hacen falta para ponerse frente al toro, son los que exige estar detrás. Aguardando al torero.
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