Persiste la maldición

La culpa fue de todos, pero sobre todo del miedo a jugar al fútbol. De los 22, hubo al menos 18 que se dedicaron a buscar al rival y morderles las canillas, las cejas y el cogote con tal de que no sacaran un balón limpio de atrás. El Madrid, oscurecido Alonso y perdida la defensa en la salida de balón , se dejó las ruedas del molino en terreno muy farragoso. El Borussia también falló, quizás por los nervios o por la misma presión de la grada, que hizo más mella en ellos que en el rival. Aún así, erró menos que los de Mou.

Así que el partido nació cojo, obtuso, ciego sin remedio y así siguió, con todo el mundo pendiente de los errores del contrario más que de enlazar alguna jugada de mérito. En la salida desde atrás del Madrid, Xabi Alonso estuvo lento y Ramos y Pepe horribles. Un grave error del portugués (balón hacia Ozil que venía de espaldas y marcado) le costó el gol al Madrid. El mismo Mesut llegó al rescate con inmediatez. Pase de treinta metros, perfecto, a Cristiano, que no perdonó . Una que tuvo, una dentro.

El Madrid, con errores de bulto en casi todas las líneas, con numerosísimas pérdidas de balón, se sostenía en Casillas , que volvió a salvar al equipo con paradas de todo tipo, repartiendo más bofetadas al enemigo invisible que le quiere enterrar y boca abajo.

Tanto en uno como en otro bando solo hubo destellos: de Ozil, de Cristiano... y en el Borussia de los buenos que tiene: de Gotze y, sobre todo, de Reus , pero estaban todos anclados y ampliamente superados por los depredadores del balón, gente oscura, trabajadora y esforzada en destruir todo lo que unos pocos creaban. En suma, partido presto para la basura.

El Madrid sacaba la cabeza según los arreones del Borussia, que iba y venía a intervalos irregulares, dependiendo de lo que le aguantaran los pulmones en esa presión desesperada que hacían sobre los creadores del Madrid (Xabi, sobre todo, y Di María y Ozil).

Si el Real pensaba que, como sucede en la Liga, el rival acusaría el desgaste se encontró con la cruda realidad. Armarios de tres puertas incansables que empujaban y empujaban sin descanso . Y los de Mou cada vez más atrincherados, esperando a que parase de llover. No escampó. Por el contrario arreció. En la enésima llegada alemana, Schmelzer encontró hueco en la cerrada pero temblona defensa blanca.

La reacción madridista fue tímida, poco creíble, sin la suficiente convicción, como si la maldición alemana hubiese hecho mella en las piernas de los españoles. Iban, pero sin mucha fe, a expensas de que fuese el amigo de al lado el que sacase las castañas del fuego . Y en ese «ya lo arreglará el otro» se le fue escapando el partido a los de Mourinho, que se desesperaba en la banda ante tantos errores propios. Al final, derrota por la mínima, y casi mejor, porque estuvo más cerca el tercero que el gol del empate blanco.