eurobasket
«Somos un país jugando juntos»
Marc Gasol destacó la unión de la selección española ante una plaza de Callao abarrotada para festejar el triunfo en el Europeo
ANDRÉS ARAGÓN
La cartelera de los Cines Callao anuncia sesión al aire libre. «¡Enhorabuena, campeones!», reza su fachada. La plaza a la que deben su nombre se va llenando de espectadores. El par de bancos que están repartidos por la zona son una excepción. No hay asientos ... numerados. Todos en pie para recibir a la selección de baloncesto.
Los jugadores irrumpen en el escenario bañándose en cava. Ricky graba a los aficionados. Todavía es un niño y vende barata su sorpresa. Colocan el trofeo en el centro y aparece Juan Carlos Navarro. «¡MVP! ¡MVP!», clama la plaza. Ibaka lleva gafas oscuras. Quizá la noche fue larga. O es que el domingo salió el sol. [La celebración, en imágenes]
Las bromas no encuentran fin ni lo verán en lo que resta de la cita. Por obligación, el micrófono llega a Navarro y Callao vuelve a caerse a sus pies. «Me lo merezco, me lo merezco. Me siento muy agradecido por formar parte de este grupo de quinquis, porque son unos quinquis», bromea lejos de la rigidez del protocolo que inevitablemente acompañó el recibimiento matinal en La Moncloa.
«Sois una leyenda», bautizó Rodríguez Zapatero . Como poco la afición corroboró esa condecoración. Presume de entrega a un equipo que deriva en familia. Son ricos, buenos, y a alguno le llaman guapo, pero levantan pasiones porque se comportan como personas normales. No puede explicarse de otra forma el cariño que despierta Felipe Reyes . Durante todo el torneo sus compañeros le han arropado en esos momentos difícile. Ayer le tocó el turno a una ciudad que ha hecho suya. «Gracias a Juan Carlos, que fue el culpable de que yo recogiera la copa para dedicársela a mi padre». Callao le pidió repetir la escena.
La selección es una familia y hace fácil ser parte de ella. Por eso Ibaka no ha necesitado adaptación. Confiesa que vive los mejores momentos de su vida, pero promete más. «Espero seguir luchando con este equipo para ganar mucho más en el futuro». Está entregado. En un segundo plano, Gasol le abraza junto a Felipe. La inmensa envergadura de Pau da para cobijar a todos. Como en la pista.
Alza la voz su hermano Marc y sella la comunión con los aficionados: «No somos doce. Somos todo un país jugando juntos», exclama. Todos participan de las bromas a Sada, a Ricky, a Rudy Fernández o a San Emeterio. A Llull le reciben con su grito de guerra y Claver promete un monólogo que no cumple. La unión es inmejorable y a Marc le ha salido una cresta.
A Scariolo le reciben con recuerdos a Pepu Hernández, bonitos cuando son sinceros y cuestionables si se arrojan como desprecio. Se apagan con aplausos al italiano, que también es parte de ese grupo. Calderón ha dado la clave para esa comunión: «Somos una familia enorme. Eso es lo que nos hace un equipo especial».
La despedida está cerca, pero la afición no ha tenido suficiente. Quiere seguir sintiéndose partícipe de la familia y exige que suene esa canción del chipirón con la que el vestuario ha animado a Felipe. Quizá es porque quieren mostrarle su cariño. O quizá es que el domingo salió el sol.
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