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Cuerpo glorioso

«Si los avances de la física nos demuestran que las partículas elementales no están confinadas a un solo sitio, ¿por qué no podemos imaginar un cuerpo glorioso que abandona las vendas que lo aprisionan?»

POR JUAN MANUEL DE PRADA

«SI Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe», reprende San Pablo a los miembros de la comunidad cristiana de Corinto. Y, en efecto, sólo la Resurrección de Cristo da sentido completo a la Encarnación, a la Redención y ... a la vida futura que se nos ha prometido a cada uno de nosotros, tras la Parusía. Pero, ¿cómo fue esa resurrección que anticipa la nuestra? No fue un mero revivir a la existencia terrena, como el de Lázaro o el de la hija de Jairo, sino que pasó «del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio», leemos en el Catecismo (nº 646). Nuestra mentalidad cientifista enseguida se pone en guardia, engreída y suspicaz, y reclama que se le explique esta metamorfosis del cuerpo inerte en cuerpo glorioso. El propio Joseph Ratzinger acepta que se trata de «un proceso que se ha desarrollado en el secreto de Dios, entre Jesús y el Padre, un proceso que nosotros no podemos describir y que por su naturaleza escapa a la experiencia humana». Pero el cientifista acucioso no cede en su demanda: «¿Qué ocurrió en el interior del sepulcro?».

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