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UNA HUELLA EN LA ARENA

La buena gente

La buena noticia, o tal vez sólo el mal menor, es la campaña electoral plana, poco agresiva, para las elecciones

FRANCISCO ESTUPIÑÁN

HA sido ésta una semana terriblemente violenta. En Siria, Yemen y Libia todo sigue como en los últimos tiempos, la sangre continúa corriendo; aquí al lado, en Marraquech, quince vidas fueron segadas por un suicida salafista; en España, los pro etarras remiten cartas de invitación inexcusable a participar en las listas electorales de Bildu en una comunidad, la vasca, que aún vive secuestrada por los filoterroristas.

Pero no ha sido una semana especialmente diferente de cualquier otra, salvo que la atención estuvo concentrada en el enésimo Barça-Real Madrid, que reflejó muy bien el mundo en que vivimos: fue un partido sucio, áspero y tenso donde tanto los perdedores como los ganadores salieron del campo con ese sabor acre que reseca el paladar cuando las armas callan tras la batalla. Sólo las monarquías son capaces de ofrecernos auténticos cuentos de bellas princesas y bodas reales que brillan sobre el papel satinado con el destello de los sueños. Todo lo demás son las mismas viejas historias de piratas.

La buena noticia, o tal vez sólo el mal menor, es la campaña electoral plana, poco agresiva, para las elecciones locales y autonómicas de mayo. La falta de dinero, vaya por Dios, nos ahorra la letanía permanente, aunque hay vallas publicitarias que aseguran que Rodríguez Zapatero tiene algo que contarnos. ¿Tendrá que ver con la vergüenza de alcanzar los cinco millones de parados, aunque el INE los ha dejado, hábilmente, en 4’9 millones por aquello del efecto psicológico?

Son ráfagas de pensamiento mientras lees la prensa tomando un frugal almuerzo fuera de casa. Dejas el periódico a un lado cuando la camarera te trae la cuenta y te extraña el hecho de llevar en la cartera el dinero justo para pagar la factura, 19 euros. Jurarías que tenías más. Entregas el billete de 20 y te vas hacia la calle para encender ese cigarro que acucia tras la comida. Y aspiras con hondura la primera calada en el escrupuloso respeto a las leyes sanitarias vigentes antes de echar a andar.

Pero apenas caminas dos pasos, la reconocible voz de la camarera reclama tu atención: «¡Oye, que tenías dos billetes de veinte pegados el uno al otro!». Y recuperas el dinero que habías echado de menos. Das las gracias con una sonrisa sincera, vuelves a aspirar del cigarro y reemprendes la marcha con el alivio de saber que todavía hay esperanza. La buena gente la ofrece a manos llenas.

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