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Pixelado

ME enfrento a la portada de ABC del viernes y, por un instante, creo estar viendo un fotograma de La familia Monster. Pero no. Es la imagen, difundida por la Casa Blanca, del encuentro de los Obama y los Rodríguez en el Metropolitan de Nueva ... York. ¿Qué la hace tan unheimlich, tan, cómo diría yo, siniestra? Precisamente, su pretendida atmósfera de placidez familiar, que se tiñe de abismo con los retoques en los rostros de las niñas Rodríguez, convertidas por el pixelado en criaturas del inframundo, como escapadas de un relato de Lovecraft. Estas cosas no hay que hacérselas a las menores convocadas a la vida, que me las traumatizan. Además, no entiendo el motivo. Una larguísima tradición, que inauguraron la Reina Victoria de Inglaterra y el Príncipe Alberto, incluye, como elemento obligado en toda representación fotográfica del poder, a los niños del gobernante, cuya contigüidad lo humaniza y transmite a la ciudadanía la convicción de que cualquier español/española puede llegar a presidente. La fotografía es un arte democrático. No así la pintura al óleo. El retrato de familia de Carlos IV por Goya enfatiza la sacralidad del linaje real, su distancia ontológica respecto al súbdito, aunque el pintor se las ingeniara para desvelar, en los rasgos de los infantes Fernando y Carlos María Isidro, la que se le venía encima a España. Como buen artista del dieciocho tardío, Goya había aprendido a deslizar lo siniestro tanto en lo familiar como en lo solemne. Una técnica que daría materia abundante a la especulación psicoanalítica, y que desde sus orígenes se conoció como «lo gótico».

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