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Ni rabia ni orgullo

CADA vez más acostumbrada a las derrotas, la sociedad política occidental ha desarrollado una sofisticada liturgia memorialista que enmascara de hondura emocional y elegancia moral la evidencia de que rara vez cabe otro consuelo que recordar a las víctimas. Ocho años después del 11-S ... Nueva York no sabe qué hacer con el solar de las torres derribadas ni Occidente tiene claro cómo reconstruir el agujero de seguridad que le dejó aquella jornada de infamia. El mundo tiene más miedo y menos libertad, y además parece cansado de conservar la que le queda. Sin razones para el optimismo, la sociedad libre elabora discursos de consuelo para tratar de recomponer una autoestima amputada, pero la realidad es que si aquel día empezó una guerra ésta es la hora en que vamos perdiendo. Eso sí, llorar por los caídos lo hacemos cada vez mejor y con más belleza; lo estamos convirtiendo en un arte.

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