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la insoportable levedad de Zapatero

EL pleno monográfico dedicado a la crisis económica, celebrado ayer en el Congreso de los Diputados, sirvió al presidente del Gobierno para tentar de nuevo a Mariano Rajoy con la enésima reunión bilateral, en este caso para tratar la situación de las cuentas públicas. Cada vez que Zapatero ha sentido la presión de la opinión pública y el peso de sus errores, ha corrido a buscar la foto con Rajoy para luego justificarse con el argumento de que la oposición es desleal. Este no tenía que haber sido el centro de su intervención parlamentaria, pero el Gobierno ha vuelto de las vacaciones sin diálogo social y con el nuevo modelo de financiación autonómica amortizado antes de nacer. Ni siquiera el paso por Rodiezmo le ha rendido a Zapatero los beneficios que antaño le permitían ganar unas semanas de buena imagen. Ofrecer pactos y reuniones a Rajoy -que ayer estuvo conciso y contundente y que puso como condición inexcusable para el encuentro que no se suban impuestos- es un recurso manido y desgastado. De las cuentas públicas no se habla para ganar tiempo. De las cuentas públicas se pacta en los presupuestos generales del Estado con unas medidas concretas y adecuadas a la crisis. Pero si el Gobierno ya ha anunciado que va a aumentar los impuestos por el equivalente al 1,5 por ciento del PIB y que va a seguir incrementado el déficit, la invitación a Rajoy es un brindis al sol y una trampa para el líder de la oposición, de quien el PSOE ya ha rechazado sus propuestas de pacto por la educación y la rebaja fiscal a las pequeñas y medianas empresas. Además, un diálogo político fructífero debe arrancar de un diagnóstico mínimamente compartido y esto tampoco lo hay. Por el contrario, Rodríguez Zapatero arruinó sus efímeros gestos de autocrítica con la insistencia en afirmar que ya hay indicadores de que lo peor ha pasado. Cuando la previsión es que la tasa de paro alcance el 20 por ciento y el déficit, el 12 por ciento, es una temeridad que el jefe del Ejecutivo persista en hacer de portavoz de primicias falsas. La situación del paro y de las cuentas públicas es de extrema gravedad, pero el Gobierno quiere gobernar otra realidad distinta y así se explica que los resultados de su gestión se resuman en un fracaso sin paliativos.

El presidente del Gobierno no concretó siquiera de dónde van a salir los 15.000 millones de euros en los que se ha cifrado la subida de impuestos. La ocasión era propicia para hacerlo, porque es el Parlamento el lugar indicado para definir las cargas tributarias de los ciudadanos. Otra vez, el Gobierno quiere jugar con cartas ocultas para convertir la subida de impuestos en una mercancía de apoyos parlamentarios para los presupuestos generales de 2010, desperdiciando así una de las pocas oportunidades que le quedan para promover un gran pacto político de recuperación económica. No es extraño que ayer, en el Congreso, Rodríguez Zapatero no recogiera apoyos explícitos de ningún grupo parlamentario. No tiene política económica reconocible. Los respaldos, nunca gratis, que recibe de los partidos de extrema izquierda y separatistas son políticamente oportunistas e ideológicamente fuera de órbita. Con estos compañeros, el viaje hacia ninguna parte se convierte en una peligrosísima huida hacia adelante.

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