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Las perchas y el sastre

LOS trajes que lucen Francisco Camps y sus acólitos políticos Ricardo Costa, Víctor Campos y Rafael Betoret, sean de pago o de gañote, demuestran que es más importante la percha que el sastre. Si atribuimos su corte y confección a Álvaro Pérez, «el Bigotes», los resultados son muy distintos cuando se observan en cada uno de sus muy notables y polémicos usuarios. Mientras Costa parece una versión actualizada de Beau Brummell, Camps mantiene su aspecto de coadjutor en una parroquia de barrio y Campos y Betoret, pobrecitos, ni fu ni fa. Otra cosa es lo que estos trajes consiguen a la hora de llamar la atención. Ni los de Brioni, la sastrería más cara del mundo, llegan tan lejos cuando los viste Daniel Craig para interpretar a James Bond.

Establecido que el hábito no hace al monje, también se puede concluir que los ropajes del monje pueden afectar, y mucho, el prestigio del convento. Un asunto menor, mal gestionado desde la creencia rajoyana de que el tiempo tiene mala memoria y genera efectos balsámicos puede producir graves daños en un partido que no vive su mejor momento y en el que escasean líderes, como Camps capaces de ganar elecciones por mayoría absoluta.

En numerosas comparecencias públicas, incluso parlamentarias, Camps ha repetido que se pagaba sus trajes. No lo entiende así el magistrado del Tribunal Superior de la Comunidad Valenciana a quien ha ido a parar este ruidoso asunto y sospecha que se trata de dádivas improcedentes. ¿Nos ha mentido Camps? Poco hay que decir sobre el asunto. La judicialización de la vida política a la que ha conducido la escasez parlamentaria, secuestrada por la partitocracia dominante, nos obliga a esperar unos cuantos meses hasta que se pronuncien los tribunales. Es otra vía abierta en la ya muy agujereada credibilidad del sistema.

Los daños pueden resultar crecientes si, para aliviarlos, el PP reacciona como lo ha hecho la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, en cuya faldas municipales veló Camps sus primeras armas políticas. No «todos» los políticos son iguales ni es lo mismo regalarle, con publicidad, unas anchoas de Santoña al presidente del Gobierno que aceptar, con disimulo, unos trajes de unos cualificados ganapanes. Entre la deseable solidaridad entre compañeros y el suicidio colectivo hay escalones intermedios. Hasta Mariano Rajoy puede entenderlo cuando despierte de la siesta.

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