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El listón

SERÍA estupendo que de la noche a la mañana España se hubiese convertido en una democracia escrupulosa llena de celo por los valores formales. Que este régimen subvertido por el caciquismo, la demagogia, el sectarismo y la corrupción descubriese de pronto el valor pedagógico de la ejemplaridad y la decencia. Y que no resultase insólito, desproporcionado y hasta ridículo que a un presidente autonómico le pueda costar el cargo su falta de perspicacia al dejarse regalar cuatro trajes.

Es que en el caso de Camps no se trata de eso. Se trata de que mintió cuando le dijo a Ángel Expósito, y le repitió al juez, que los trajes se los pagaba él.

¿Ah, sí? Pues que yo sepa a Camps no lo han procesado por mentir; eso sólo sucede en Estados Unidos, e insisto en que ojalá empezase a pasar pronto aquí. Y además, como se tenga que ir a su casa todo dirigente español que mienta ya podemos ir preparando para la política a nuestros hijos, porque de la actual generación iban a quedar en activo muy poquitos...

Vamos a dejar clara una cosa: el presidente valenciano se ha equivocado de manera flagrante en todo este asunto. Ha cometido dos errores garrafales, en el supuesto de que sea el juez Flors el que está en lo cierto. Uno, permitir que le regalasen la ropa; incluso en el caso de que la pagase él, fue como mínimo descuidado en el modo en que se dejó trajinar por los amigotes. Y dos, negarse a dar explicaciones y limitarse a decir genéricamente que pagó sin poder demostrarlo. Pero, vamos, que eso acabe resultando letal para su carrera en un país en que la clase dirigente, cuando no roba directamente comete toda clase de abusos con el dinero público, es de risa. De traca. Sin ir más lejos, por el mismo criterio el instructor inicial del caso, el juez Garzón, cometería cohecho impropio cada vez que asiste de gañote a esas cacerías a las que no lo invitan precisamente por su puntería legendaria. Pero es que todos conocemos altos cargos que reciben regalos costosos de bancos y de constructoras, que se suben a los yates y los aviones de los magnates... ¿por qué no le pregunta un juez al Pocero, por ejemplo, sobre sus huéspedes de verano?

A Camps, simplemente, le ha tocado. Una serie de factores desgraciados -y no todos casuales: ha sido sometido a un escrutinio casi indecente, además de a un acoso mediático que ha creado presión en el sistema judicial- le ha colocado en el eje de una encrucijada siniestra. Él ha colaborado con su atontamiento inicial, su posterior soberbia y su tendencia final a engañarse a sí mismo pensando que el sumario acabaría en carpetazo. Y puede que todo eso le cueste el puesto. En realidad, así debería ser siempre en una ética social rigurosa. Pero en nuestro cenagal político resulta una paradoja amarga, un sarcasmo tragicómico. Como se generalice ese listón pronto vamos a ver un carnaval en los banquillos.

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