«Adoration», una ración de Egoyan para cerrar la Seminci La española «La buena nueva» regresa de nuevo a la Guerra Civil
FÉLIX IGLESIAS
VALLADOLID. El broche final de la sección de la 53 Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) contó con uno de los directores más laureados del festival, Atom Egoyan, que ya cuenta con dos espigas de Oro por «El liquidador» y «El dulce ... porvenir» y una de Plata por «Exótica». Ayer presentó en esta plaza tan propicia para él «Adoration», que mantiene sus claves narrativas y fílmicas, lo que contribuye a la empatía con el espectador que sigue a este realizador, pero que también se traduce a un estado de relativa decepción cuando se comprueba el abuso de claves y artimañas que en su día sorprendieron y ahora son mero oficio.
Los estereotipos raciales y culturales, acentuados tras los atentados terroristas del 11 de septiembre son el motor vital de los personajes de «Adoration», donde la propuesta de un trabajo en un instituto sobre una información relativa a cómo un marido de origen árabe pretende atentar contra un avión de pasajeros introduciendo los explosivos en el equipaje de su esposa, desata en un joven huérfano un relato paralelo al hecho real, que, como es habitual en Egoyan, acaba vinculado a la vida del escolar y sus familiares y allegados.
Juego de relatos entrecruzados
El juego de relatos entrecruzados, desdoblamientos de narraciones y falsos fondos de los protagonistas son las señas de identidad del director canadiense, nacido en Egipto, desplegados a gusto en «Adoration», aunque en esta ocasión acaban sobrepasadas por los personajes y sus cuitas, en cierto modo intrascendentes.
Con dos tiempos bien marcados, el filme de Egoyan, uno de los mejores de una edición de tono medio, nada baladí para los tiempos que corren para el cine mundial, se pierde en su segunda mitad cuando se vuelca en las relaciones familiares de los protagonistas, siempre tormentosas con el realizador canadiense, dejando a la deriva el interesante e instructivo debate, vía internet, de la atribución a ciertas culturas de comportamientos estancos, justificadores de miedos y persecuciones, incluso dentro de una sociedad aparentemente cohesionada como puede ser la canadiense, que, como es habitual, Atom Egoyan horada con su escalpelo, si bien en esta ocasión apenas disecciona el cadáver, que se le escapa vivo.
Cerró la sección oficial «La buena nueva», de Helena Taberna. Las tribulaciones de un párroco en una localidad rural navarra ocupada por falangistas y requetés, con la consiguiente represión de los republicanos y socialistas son los hechos reales de los que parte la película. Miguel, el joven sacerdote, que se rebela contra los fusilamientos y el silencio y partidismo de la mayoría de la Iglesia, es el personaje más honesto de los dibujados por Taberna, que, como no podría ser de otra manera, traza un muro entre buenos-buenos y malos-malos.
Sobre esas prototípicas vías circula el filme, incapaz de salirse del camino, siquiera de cambiar de agujas, para aprovechar un alto en el camino o un nudo y esquivar, por un momento, el sol que le guía y ciega de principio a fin. Al final, otra película «necesaria» sobre la Guerra Civil española, como subrayó Taberna ante la prensa.
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