La gran guerra del ganso Ben Stiller y las diminutas de «Frozen River»
E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
SAN SEBASTIÁN. Tal vez haya por ahí algún actor más gracioso que Ben Stiller, pero no hay ninguno que esté dispuesto a machacarse como él ante las cámaras. En una lista de los diez momentos más cochambrosamente ridículos (y graciosos) de un ... actor en una película, al menos seis o siete serían tan suyos como esa mandíbula levemente neandertal que le precede. La célebre escena de la bragueta en «Algo pasa con Mary» o la del diminuto traje de baño en «El padre de ella» se disputarían, sin duda, el primer puesto... Ben Stiller hace buena aquella breve sentencia de Robert Mitchum en «Retorno al pasado»: parecer tonto es la mejor manera de ser listo; y eso es Stiller, un tipo muy listo que ha hecho una película, «Tropic Thunder», con el único fin de que a toda la sala se le hinche la mandíbula (como a él) de tanto reírse.
Personalmente, no le cogí el argumento a la historia, enrevesada como las de Sokurov, pero no era fácil aguantarse la risa al ver a Robert Downey Jr. en el papel de soldado negro, a Tom Cruise calvo y grasiento como ciertos productores de Hollywood, a Jack Black en un auténtico máster de escatología y al propio Ben Stiller en una mezcla de Stallone y Brando en el papel del coronel Kurtz... Todo son chistes, bromas, burlas, ironías y sarcasmos acerca de ellos mismos y de su mundo hollywoodiense. Lo de menos, ya digo, es enterarse de lo que ocurre; es importante, en cambio, saber en cada momento de quién se están burlando. Los espectadores se divirtieron tanto durante la proyección que al final hubieran hecho de buena gana una recolecta para comprarle algo al gracioso Ben.
Una historia gélida
El hilo de la competición se tensó ayer gracias a «Frozen river», la primera película de Courtney Hunt y que llega aquí después de haber conseguido un premio en Sundance. Una historia gélida en los parajes helados de la frontera de Estados Unidos con Canadá, con un magnífico personaje femenino, una madre con dos hijos cuyo marido ludópata acaba de huir con el dinero ahorrado para comprar una casa, y con una intriga fronteriza de inmigrantes ilegales y de territorios indios inviolables. La actriz, Melissa Leo («21 gramos», «Los tres entierros de Melquiades Estrada»...), tiene uno de esos físicos férreos, sufridos y poderosos, que convierten en suave al diálogo más espinoso. Ella lleva la película, junto a otro personaje que interpreta la india Misty Upham, por ese territorio resbaladizo de la frontera, la inmigración, la solidaridad entre mujeres, o culturas, o clases, y el resultado es muy contundente y esperanzador.
La danesa «No me temáis», también en competición, se quedó en poca cosa. Una historia sórdida, centrada en un hombre en evidente proceso de descomposición mental, enfrascado en una terapia antidepresiva sin que lo sepan su esposa y su hija, pobres... El director, Kristian Levring, no consigue algo esencial en estos casos: que sientas interés por el tipo ( lo aborreces, sin más) o por quienes lo rodean y habrán de padecer esa euforia pastillera en la que cae. Lo mejor de la película son dos o tres momentos execrables en los que el fulano se comporta como un «hooligan» en una destilería.
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