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artes&letras

El Greco en el siglo XIX (III)

Hoy nos vamos a fijar en la consideración que se va teniendo del pintor en España a lo largo de la centuria

El Greco en el siglo XIX (III) ana pérez herrera

antonio illán / Oscar gonzález palencia

En anteriores entregas hemos escrito sobre la visión que se tenía sobre El Greco en Francia, Inglaterra y Alemania en el siglo XIX. Hoy nos vamos a fijar en la consideración que se va teniendo del pintor en España a lo largo de la centuria.

La atención creciente por la figura de El Greco en el caso de los británicos, junto con los pareces laudatorios que vertían los románticos franceses, que no disimulaban el hiperbólico acento de genialidad con que señalaban al Cretense, fertilizó el territorio del Romanticismo español, tan devoto de lo castizo como de las personalidades inclasificables de los grandes creadores. En ese campo abonado fructificaron las loas pasionales que dedicaron a El Greco talantes tan innegablemente románticos como los de Mariano José de Larra o Gustavo Adolfo Bécquer. No obstante, a la estela de los románticos franceses e ingleses, debemos sumar, al menos en el mismo orden de importancia, atención y prestigio, el nombre de no pocos eruditos del ochocientos español que contribuyeron de manera notable, antes que Larra o Bécquer, a la revisión y revivificación de nuestro pintor y de su lugar en la historia del arte. A todo ello, debemos anteponer la fecha en la que el público español pudo contemplar, por vez primera, la obra de El Greco : se trata de 1819, año de la inauguración del museo real de arte del Prado, donde se exhibieron nueve retratos procedentes de la colección real. A iniciativa de Fernando VII, se había habilitado este espacio, y también por dictamen del rey, se habían cedido las piezas citadas, con el propósito de tener un gesto propicio a su pueblo, del que esperaba extraer réditos sociales a favor de su régimen, muy impopular ya en este tiempo.

Antes de adentrarnos en el ámbito de las obras críticas, conviene dejar constancia de que también en las obras de creación El Greco comenzaba a dejar huella entre los artistas españoles del XIX. Entre quienes encontraron inspiración en El Greco, y que incluso trasladaron a sus pinturas motivos del Candiota, se cuentan nombres como Eduardo Rosales, Antonio Lucas, José María Casado del Alisal, Ignacio León y Escosura, Raimundo de Madrazo o Mariano Fortuny.

De entre todos los artistas y críticos de esta etapa, queremos destacar la presencia de Nicolás Vicente Magán, erudito injustamente poco citado, que colaboró asiduamente en el Semanario Pintoresco Español durante los años 1839 y 1852, donde dejó constancia de su incansable dedicación a la labor de hacer visibles los tesoros artísticos de la ciudad de Toledo , tarea en cuyo desarrollo publicó un comentario muy digno de aprecio de El entierro del Conde de Orgaz, ilustrado con una copia de tal obra del pintor toledano Cecilio Pizarro, todo editado en 1843. Al año siguiente, en la misma revista, editaría Magán una biografía del Cretense.

Mención aparte merecen las guías de viaje, que proliferaron en este tiempo, y que se mostraron como un molde idóneo sobre el que exponer la honda y extensa erudición de muchos polígrafos de la épcoa. Uno de los primeros en transitar esta vía fue José Amador de los Ríos, en su Toledo Pintoresca, obra tachonada de no pocos juicios algo antitéticos sobre El Greco , acerca del cual Amador de los Ríos no deja de reconocer un talento en este tiempo ya irrefutable para la mayor parte de los estudiosos, pero que arrastra la rémora de los tópicos formulados, sobre todo, en la centuria precedente. Citemos, para ilustrar estas paradojas críticas el pasaje en que este crítico describe y juzga El Expolio:

“(…) un magnífico lienzo de Dominico Teotucópoli - que es quizá la mejor producción de tan celebrado artista - representa el Expolio de Cristo, y está tan bien dispuesta su composición y animadas de tanta expresión las figuras, que atraen por largo tiempo las miradas de cuantos visitan este departamento. Lástima es que el poco conocimiento de la historia llevara al Greco hasta el extremo de poner en tan recomendable lienzo una figura cubierta de una armadura tan completa como las que se llevaban en su tiempo, lo cual no puede dejar de ofender a la buena crítica. Por lo demás, creemos que esta obra, exenta de los extravíos que dolorosamente se notan en casi todas las de este pintor, basta para asegurarle el glorioso título de artista”.

Que actitudes tan antitéticas se deban a los vestigios del sumarísimo juicio con que la Ilustración catalogó a El Greco es tan indudable en Amador de los Ríos como desvelan sus propias palabras en otro pasaje de su exhaustiva descripción de la catedral toledana:

“Don Antonio Ponz menciona al hablar de la Sacristía un apostolado del Greco, que existía en ella al publicar su obra: este apostolado enriquece en la actualidad los muros de estas estancias, dando á conocer los extravíos en que habia incurrido ya aquel pintor famoso cuando hizo estos cuadros”.

En la misma línea se expresa Sixto Ramón Parro, quien no duda en agregar a El Greco entre los claros varones toledanos y enfatizar su presitigio como uno de los más dignos de memoria:

“El número de hombres célebres que, nacidos o no en Toledo, pero vecinos de esta ciudad, produjeron en ella sus escritos más estimados y se dedicaron al estudio y a la enseñanza de las ciencias y letras humanas, y el de los artistas insignes que trabajaron dentro de estos muros sus más notables obras, es harto extenso para que se pueda insertar en este lugar sin incurrir en proligidad enfadosa (…), por de pronto bastará para el propósito a que se dirije este párrafo, citar los nombres de un D. Alonso el Sabio, un García de Loaísa, un Juan de Vergara, un Garcilaso, un Salazar de Mendoza, un Alvar Gómez de Castro, un D. Diego de Covarubias, los PP. Juan de Mariana y Gerónimo de Ripalda y otros muchos de este género; y entre los artistas de justa nombradíaa, un Dominico Greco, Tristán, Maíno, Orrende, Beruete, Borgoñas (Felipe y Juan), Covarrubias (Alonso), Herrera, Monegro etc. etc”.

Más aséptico se muestra en un pasaje posterior al citar El Expolio, escala recurrente, en la relación de obras de arte memorables en que reparan los polígrafos decimonónicos. He aquí las palabras de Parro:

“(…) el conocido lienzo de Dominico Greco, que representa el Expolio de Jesús, cuando al pie del Calvario y mientras unos sayones hacen los barrenos para los clavos en la cruz, otros despojan al Señor de su encarnada túnica, rodeando a los actores de esta escena una turba de soldados romanos, entre los cuales, y a la derecha del Redentor, se nota un personaje con armadura completa como la que se usaba en el siglo XVI, que es el mismo Greco que se retrató en tan celebrado cuadro. Su dibujo correcto, su brillante colorido, el acierto con que las figuras están agrupadas y el movimiento general de la composición, con tantos personajes todos del tamaño natural, hacen de este lienzo una de las mejores producciones (acaso la más estimable) del Greco, que según los votos de personas muy competentes imitó aquí a Tiziano sin desventaja”.

En las palabras de Sixto Ramón Parro leemos, de manera subrepticia, cómo El Greco es sordamente excluido de la escuela pictórica española para ser incorporado a la veneciana. Del mismo modo, adolece Parro del displicente eco diceciochesco que juzgó a El Greco por su extravagancia. Baste aducir este juicio acerca del apostolado de nuestro pintor que figura en la sacristía de la catedral:

“Finalmente han colocado de unos diez años á esta parte sobre estas catorce puertas, y por bajo de la cornisa en que remata el primer cuerpo, igual número de cuadros del Greco, que si no del relevante mérito que el lienzo del Expolio de Jesús ni exentos enteramente de alguna estravagancia de las que solia tener á veces el Greco, no carecen sin embargo de dotes que los hacen dignos de la atención de los curiosos; son el apostolado de que hace mérito Ponz en su Viaje de España”.

Merece la pena detenerse algo más en estos juicios, que, asumidos sin crítica por los eruditos del XIX debido al ascendiente de los ilustrados del siglo anterior, se habrían de prolongar hasta el momento mismo en que se iniciara la nueva percepción de El Greco como gran maestro de las artes. De ello trataremos en una próxima entrega.

El Greco en el siglo XIX (III)

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