Marruecos busca a la desesperada supervivientes: «No hay comida, no hay luz, no hay nada, se necesita de todo»
En las zonas rurales, las aldeas han sucumbido como si fueran castillos de arena. Allí se han perdido familias enteras
Viaje a la aldea donde el hedor a muerte llega a marear: «El Gobierno nos ha abandonado, estamos solos»
Colapso y dolor en los hospitales en Marrakech: «Ha muerto, mi hijo ha muerto. He perdido todo»
Sólo queda una mujer en la familia Ait Salem. Ella lo ha perdido todo. Marido, hijo, dos hermanos y sus padres están sepultados con un cuñado en los escombros de Ouirgan. Ella llora abrazada a una vecina en una estrecha calle llena de polvo con ... las cornisas al borde del colapso. No tiene consuelo para el dolor. Trabaja en un hotel. Por eso sobrevivió. En su pequeña aldea todos los suyos han muerto. El terremoto que sacudió Marrakech y la región de Al Haouz cuenta ya más de 2.200 muertos, mientras se siguen sacando cadáveres de entre los escombros. El terremoto ha devastado las aldeas beréberes de adobe y madera. Bajo el barro y las cañas quedan cadáveres esperando precarios rescates con mazos y cuerdas. La ayuda internacional no ha recibido aviso hasta el 24 horas después del seísmo.
Al pasar Ouirgan, la carretera hacia Talate Nyacoub, una de las aldeas beréberes derruidas, está bloqueada por maquinaria pesada, ambulancias, militares, policía… Todos tratan de llegar por la pista de tierra a las aldeas. Es el epicentro de la tragedia. En una curva esperan Mustafá y Abderramán. «Mi hija estaba entre los escombros», señala Mustafá, que habla de la esposa del Abderramán. La mujer es maestra en este poblado de 7.700 habitantes. Este pueblo de montaña es donde está previsto que se despliegue la Unidad Militar de Emergencias (UME) española.
La maestra vivía en una casa con su hija de tres meses cuando el suelo comenzó a temblar el pasado viernes por la noche. «Vine desde Marrakech y la saqué de debajo de los escombros. Están bien, pero pudieron morir. En ese pueblo se han perdido familias enteras», asegura Abderramán, que cuenta como «los entierros no paran» y añade que desde el sábado ha habido más de 500 sepelios. «Hay más pueblos así. Allí todavía hay gente debajo de los escombros», concluye.
Desde Ouirgan, un grupo de moteros cargados de víveres trata de subir hasta la zona afectada. Son dos horas por una pista de tierra. «Allí no hay luz, ni agua ni nada. No hay comida. No hay nada. Se necesita de todo. Todo el que pueda ayudar que venga», asegura Mustafá. El terremoto ha derruido estos asentamientos llamados 'duar'. Pequeños pueblos, la mayoría de 200 a 300 habitantes con vivienda muy precarias. Poblados dispersos, algunos de difícil acceso, que estos días huelen a muerte.
¿Dónde está el Rey?
Edificaciones derrumbadas donde los familiares esperan a que sus seres queridos sean rescatados de los escombros. Omar tiene a tres enterrados en su vivienda en Ouirgan. Las mujeres de la familia lloran junto a los escombros. Enterrados hay todavía un padre y un hijo, que no se sabe cuándo lo sacarán. Espera paciente a que los rescaten con la certeza de que están muertos, mientras se queja de que el Rey Mohamed VI no haya ido por la zona todavía. «Sé que está enfermo, pero nosotros también lo necesitamos», afirma a ABC.
Mientras los bomberos retiran cascotes, Omar despide a la mujer de un amigo. Pide ayuda desesperada porque las familias están a la intemperie. Un caos de devastación que se mezcla con el dolor por las pérdidas, que se asumen, en muchos casos, con una oración para seguir ayudando al vecino. «Las mujeres no tiene dónde hacer sus necesidades. En las aldeas llevamos tres días esperando ayuda. No tenemos nada. Ni comida ni nada», afirma Mohamed tras el último entierro en Ouirga, donde ha ido a pedir ayuda a unas carpas dispuestas para los habitantes que han perdido sus hogares.
La última oración
En un domicilio cercano al de Omar, Abdessalam termina de amortajar a su esposa en lo poco que queda en pie de su casa. «La saqué con mis manos», señala con lágrimas en los ojos, mientras reconoce que en su vivienda murieron dos mujeres. Allí también estaba su cuñada. A la primera mujer la colocan sobre las parihuelas y se la llevan al cementerio. Antes de entrar se hace un rezo de despedida. Luego se le da sepultura sin tiempo para lamentos. Los hombres esperan mientras acaban de preparar otro cuerpo. El goteo no para y bajo los escombros se tiene la certeza de que hay más personas.
No muy lejos de allí, en una gran explanada, militares y emergencias montan un gran campamento de ayuda humanitaria. Una carpa por familia. Los niños corren por el terreno. El poblado fue sacudido con fuerza. Mohamed asegura que no hay más de cinco o seis muertos, pero que muchos han perdido sus casas. La suya es escombro después de que le cayera encima la de su vecino. Mohamed muestra su casa con el turbante bereber. Es de lo poco que ha salvado. «Salimos corriendo casi desnudos, sin nada. Hubo un apagón. Nos fuimos a la carretera, fuera de los edificios. No regresamos hasta por la mañana», añade Mohamed, mientras que se disculpa por no poder ofrecer un vaso de té.
Agradecidos
Fátima está sentada con sus hijos en una acera. Espera a que le den ayuda humanitaria en un campamento de refugiados en Asni. «Tengo muchos hijos, tuvimos que salir de casa y nos han traído aquí para que nos ayuden. Hemos venido con personas benevolentes», afirma esta refugiada de las aldeas devastadas por el seísmo. Allí la impaciencia apareció cuando los camiones con las tiendas de campaña comenzaron a repartirse. Los militares han montado un hospital avanzado para acoger a todos los que se rescaten en la zona con la ayuda internacional.
En esas carpas una familia del desierto toma el té. «Estamos agradecidos por estar vivos. Ahora veremos. Empezamos una nueva vida», dice Mohamed, patriarca de una familia del desierto asentada en Asni. Allí una anciana para a los extranjeros para darles su bendición y entre los camiones que reparten las tiendas, una por familia, cunde la impaciencia para aquellos que lo han perdido todo.
«Me sacaron mis vecinos»
Que no hayan quedado sepultados Asni es un milagro. El techo se le cayó sobre la cabeza a Ahmed. «Me sacaron mis vecinos. Pedía auxilio allí atrapado, hasta que vinieron los jóvenes y pudieron sacarme», explica este herido, que muestra las costras en la cabeza por el golpe de los cascotes, cerca de una casas con versículos del Corán en la puerta. «Son por protección», señala Fátima, que tiene miedo. Le aterroriza entrar en casa y pide ayuda para sacar ropa para su tres hijos pequeños.