Al otro lado del Teléfono de la Esperanza: 50 años escuchando los problemas de un país
Sus voluntarios han atendido más de cinco millones de llamadas de personas en situación de crisis: conflictos familiares, de pareja, una enfermedad, la soledad. A través de ellas es posible observar la evolución de las inquietudes sociales de los españoles
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Iniciar sesiónSuena el teléfono. Es el año 1984 y Pedro Ortega responde a la llamada. Su primera llamada como voluntario del Teléfono de la Esperanza. Al otro lado de la línea, intuye la voz de un chico joven. Alguien que llora. Alguien que calla. ... Alguien que finalmente explica: «Llamo porque quisiera que usted me ayudara a suicidarme».
Todos hemos recibido alguna vez esta clase de llamadas, afirma Chema Jiménez, un voluntario que ha pasado 36 años en la asociación. Llamadas de personas que se encuentran en un intento de suicidio; pero no solo. El Teléfono de la Esperanza ayuda a quienes están en situación de crisis, y una crisis lo abarca todo. Puede ser un conflicto familiar, una enfermedad o el sentirse solo; sobre todo, el sentirse solo. Como aquel anciano que marcaba una y otra vez, recuerda. «Solo llamo para saber que están ustedes ahí», decía.
La llegada al Teléfono de la Esperanza resulta siempre impactante, explica Chema. Porque uno descuelga, y se encuentra «con el corazón de mucha gente que lo está pasando mal». Personas que necesitan que alguien escuche: lo más profundo que tienen, las cosas que les apenan, lo que no son capaces de afrontar.
No es una conversación fácil.
Suena el teléfono y alguien responde: «Teléfono de la Esperanza, dígame, en qué puedo ayudarle». A veces, al otro lado no contesta nadie. Hay un silencio. O se escucha un sollozo. «Es lo que nosotros contabilizamos como 'paralenguaje'», explica. Expresiones no verbales que dan información cuando no hay palabras; cuando solo la respiración indica que no han colgado el teléfono. En ese momento incierto surge «la esperanza de darle esperanza», añade Pedro. A través de lo único que tienen: una línea telefónica, una conversación, un poco de tiempo.
Chema y Pedro han pasado más de tres décadas en este proceso, acompañando a personas que se encuentran en una situación complicada. La secuencia llamada-pregunta-escucha no ha cambiado desde entonces, aunque quizá sí el silencio. Antes era muy frecuente que la persona que llamaba permaneciese, al principio, callada, explican. Quizá ahora hay menos pudor a la hora de expresar los problemas que uno tiene. Porque estamos más informados, reflexionan, o porque somos conscientes de que nuestros problemas «no son especialmente originales, son más viejos que la nana».
Lo que el Teléfono de la Esperanza dice de nosotros
Hace 50 años que el Teléfono de la Esperanza sonó por primera vez y, desde entonces, se han respondido más de cinco millones de llamadas. No existe un registro completo de todas ellas: la mayor parte de la información ha desaparecido; el resto es escueta, generalista, siempre anónima. Pero aún quedan las personas. Aquellos voluntarios que atendieron el Teléfono desde sus primeras etapas y cuyo testimonio traza una de las historias de nuestro país. La historia íntima, personal, de los problemas que miles de desconocidos cuentan a otros desconocidos a través de un teléfono, a lo largo del tiempo.
Problemas que han evolucionado muy poco en los últimos 50 años, afirma Celia Castro, Secretaria General Técnica de la asociación. Se pueden ver cambios en cuanto a pequeñas circunstancias que los desencadenan, o hechos puntuales que aumentan las llamadas, reflexiona, «pero realmente los problemas son los mismos ahora que hace diez, veinte, treinta años».
Puede ser una persona que, en un momento dado, ha perdido las ganas de vivir, pero también cualquier otra crisis: un problema de pareja; un conflicto familiar; el trabajo –o la falta de trabajo–; la soledad. «Muchas de las personas que nos llaman realmente el problema es la soledad», afirma. Un problema transversal a todas las llamadas que reciben.
Si cualquier persona tiene una crisis, explica, lo normal es acudir a su red de apoyo: su pareja, su familia, sus amigos… Las personas que llaman al Teléfono es porque no tienen esa red; o la tienen, pero no se sienten con la confianza suficiente para poder hablar con ella. «Necesitan otra oreja amiga que los escuche», explica Celia.
Eso se plasma de manera diferente según las épocas, añade Chema. En los años 80, el Teléfono recibía muchas llamadas de padres y madres angustiados por el tema de la droga. Pero, en el fondo, explica, «son padres y madres que se sienten solos ante el peligro, que no saben cómo actuar».
Ocurre igual con otros acontecimientos históricos. La incertidumbre durante la Transición, las dificultades de quienes migraban del campo a la ciudad, los efectos de cada crisis económica… «Son problemas muy variados, pero en el fondo son personas que se sienten solas para afrontarlos», afirma Chema. Algo que sucedió también durante la pandemia. El confinamiento acentuó la experiencia de la soledad y las llamadas aumentaron un 40 por ciento. «Descubrimos los miedos que tenía la gente, las inseguridades, el desconcierto de no saber qué iba a deparar el futuro», explica.
Si uno escucha atentamente las llamadas, añade, puede comprender las dificultades que sufre una determinada sociedad. El Teléfono de la Esperanza es «como un catalizador donde se pueden tocar los problemas». O un termómetro que indica cómo vamos, coincide Celia. Lo que muestra ahora mismo de nosotros es una contradicción. Estamos en un momento de mucha comunicación, de estar siempre conectados unos con otros, pero, sin embargo, el Teléfono revela que estas conexiones son muy superficiales. Nos seguimos sintiendo solos. «La gente necesita el Teléfono de la Esperanza porque necesita hablar, necesita compartir. Y, hoy en día -concluye- no es tan fácil como parece compartir de verdad lo que nos preocupa con los demás».
La importancia de una llamada
Llamar a un desconocido y contarle lo que más te preocupa puede parecer extraño, visto desde fuera, pero realmente es muy liberador, plantea Celia. «Nosotros no vamos a solucionar el problema ni en una, ni en dos, ni en tres llamadas», explica, pero lo que sí podemos hacer es ayudarle a hablar. Hablar y que alguien te escuche de verdad ya libera muchísimo, afirma.
Estas son, para Pedro, las palabras clave del Teléfono de la Esperanza: pregunta y escucha. Dos palabras que resumen todo lo que hay detrás: transmitir confianza, identificar emociones, ganar tiempo. En los casos de verbalización del suicidio, aclara Chema, es muy importante ganar tiempo. Conseguir aplazamientos, poder hablarlo otro día. A veces uno tiene una terrible sensación de impotencia, explica. Pero aún así, sostiene: siempre que se atiende una llamada, algo se ha hecho: «Lo he acompañado».
En algún momento de nuestra vida, afirman los voluntarios, todos tenemos el riesgo de entrar en crisis. Por eso el Teléfono es muy necesario para mucha gente, añade Pedro. Para que, cuando venga una lucha interior –y uno se plantee: «¿qué puedo hacer yo?», «¿quién me ayudaría?», «no puedo seguir así»–, pueda echar mano del teléfono; y llamar, y ser escuchado. Porque los problemas no dejan de existir en el ser humano, explica. Y «lo mejor de lo mejor» es saber que hay un lugar en el mundo donde puedes acudir; donde las puertas están abiertas –o los auriculares. «Yo puedo decirlo, entre otros, del Teléfono de la Esperanza», afirma.
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