Juan Pablo II sobre Gorbachov: «Es un hombre de principios»
La amistad entre ambos líderes se forjó desde su común origen eslavo.
El Papa polaco repasó sus conocimientos de ruso para la primera entrevista con el dirigente soviético, en 1989
José R. GARITAGOITIA
Entre la caída del Imperio de los Zares, en 1917, y la disolución de la Unión Soviética, en 1991, transcurren setenta y cuatro años de historia. Durante ese largo periodo los destinos de la URSS, extendida desde los Urales hasta las estepas del Asia Central, ... y los confines de Siberia, fueron decididos por un líder. Quienes el 11 de marzo de 1985 situaron Mijaíl Gorbachov (Privolnoie 1931) en la cúspide del poder no tuvieron conciencia de elegir al último Secretario General del Partido Comunista Soviético.
Con 54 años, era el miembro más joven del Politburó y, llegado el momento, candidato natural para suceder al anciano Konstantin Chernienko. Algunos meses antes, en 1984, había hecho una gira internacional a modo de presentación. La rapidez y la satisfacción con la que prácticamente todos los líderes occidentales acogieron su llegada a la cúspide reflejaron hasta qué punto les había cautivado.
Aunque no doctrinario, Gorbachov fue un comunista convencido de los principios fundamentales de la ideología socialista, y trató de mantener su compromiso. Su intento de transformar un sistema anquilosado fue, en general, bien recibido. Ya sea por convicción o por necesidad, desde comienzos de su mandato promovió el acercamiento con los Estados Unidos. La cumbre con Reagan en Ginebra, en noviembre de 1985, abrió el camino de la distensión.
El nuevo clima hizo posible los acuerdos de reducción de armas nucleares, y un deshielo a nivel internacional. La historia reconoce su papel en la caída del Muro de Berlín, y en las transformaciones no violentas de 1989 en Europa Central y Oriental: podía haber reaccionado al estilo soviético, como en las crisis de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), y optó por dejar que los pueblos siguiesen su camino en libertad.
El papel decisivo de Gorbachov en aquellos acontecimientos no pasó inadvertido a otro gran protagonista: Juan Pablo II. Dediqué mi tesis en Ciencias Políticas al análisis de la influencia del primer papa eslavo en esos cambios, y Gorbachov accedió a mi invitación para redactar la presentación del libro. En aquellos años me entrevisté personalmente con los dos, y comprobé su aprecio mutuo.
Gorbachov deja constancia de su admiración por Juan Pablo II en las cartas que me escribió con motivo de la tesis. Pocos meses antes de la muerte de Juan Pablo II compartía su impresión de Wojtyla: «actúa como un gran político contemporáneo que persigue con coherencia alcanzar una victoria: que la dignidad de la persona sea la referencia de toda actividad humana» (27 octubre 2004).
Desde su primer encuentro en el Vaticano, el 1 de diciembre de 1989, surgió una corriente de mutua admiración y aprecio. Dos décadas después el portavoz Navarro-Valls recordaría que, entre todos los encuentros que tuvo durante los 27 años de pontificado, «uno de los que más gustó al Karol Wojtyla fue el que mantuvo con Mijaíl Gorbachov». Aquel día el portavoz preguntó a Juan Pablo II su impresión de Gorbachov: es «un hombre de principios», respondió el Papa, «una persona que cree tanto en sus valores que está dispuesto a aceptar todas las consecuencias que se deriven».
¿Qué es lo que facilitó la conexión entre ambas personalidades? Para el último líder soviético la clave estaba en la historia y la geografía: los dos eran eslavos. «Inicialmente —recordó Gorbachov tras la muerte de Juan Pablo II— para mostrar hasta qué punto el Santo Padre era eslavo, y cómo respetaba a la nueva Unión Soviética, propuso que pasáramos los primeros 10 minutos solos juntos y habló en ruso». Wojtyla se había preparado para la conversación, repasando la lengua rusa: «He ampliado mis conocimientos para la ocasión» dijo al empezar.
Los dos eslavos quedaron impactados por aquella conversación en la Biblioteca del palacio Apostólico. Les sorprendió la sintonía que surgió de un modo tan natural. «Cuando se celebró la reunión, recordó años después Gorbachov, le dije al Papa que a menudo se encuentran palabras iguales o similares en mis declaraciones y en las suyas». No era casualidad. Tanta coincidencia era una muestra de que existía «algo en común en la base, en nuestros pensamientos».
El encuentro fue el comienzo de una relación especial entre dos personalidades, en principio muy distantes. «Creo que puedo decir con razón que durante esos años nos hicimos amigos», escribió Gorbachov en el centenario de Juan Pablo II.
El 18 de mayo de 2020, con ocasión del centenario de su nacimiento en Wadowice, Gorbachov rindió homenaje a su amigo con un artículo publicado en L'Osservatore Romano, en el que recuerda la tensa situación en el final del siglo XX: «En los años de la perestroika y después tuve la oportunidad de conocer a personas destacadas, entre las que se encontraban algunos personajes verdaderamente históricos. Pero incluso entre ellos, pocos dejaron una marca tan vívida en mi memoria como Su Santidad el Papa Juan Pablo II».
El último presidente de la URSS concluye con un mensaje: «Si, tras el fin de la Guerra Fría, la política mundial se hubiera basado en esa tesis [de poner a la persona en el centro], si la política se hubiera acercado e inspirado a la moralidad, muchos errores y fracasos, que tanto le han costado al mundo en las últimas décadas, se podía haber evitado».
Las casualidades de la historia han hecho que otro pequeño libro sobre 'La forja de una amistad en el final de la Guerra Fría: Juan Pablo II y Gorbachov', publicado a finales de julio, haya precedido tan sólo cuatro semanas a la muerte del último líder de la URSS. Mijaíl Gorbachov ocupa ya, junto a su amigo Juan Pablo II, el lugar que le corresponde en la historia del siglo XX.
Doctor en Ciencias Políticas y en Derecho Internacional Público. Autor de 'La forja de una amistad en el final de la Guerra Fría: Juan Pablo II y Gorbachov'.
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