La misión nunca se realiza mediante el poder
«Hoy se abre en la historia de la Iglesia una época misionera nueva»
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Iniciar sesiónDesde el momento de su elección, León XIV ha puesto la urgencia de la misión en el centro de su predicación. Durante el Jubileo de los misioneros ha afirmado con rotundidad que «hoy se abre en la historia de la Iglesia una época misionera ... nueva», tras invocar una afirmación de San Pablo VI en el lejano 1971: «nos corresponde a nosotros anunciar el Evangelio en este período extraordinario de la historia humana, un tiempo, ciertamente, sin precedentes, en el que, a vértices de progreso nunca antes logrados, se asocian abismos de perplejidad y desesperación, también sin precedentes»
Interesa percibir cómo entiende el Papa esta «época misionera nueva», y en este sentido llama la atención que en una reciente audiencia general, centrada en algunas escenas de la Pascua, vinculara el don de la paz que Jesús ofrece a los apóstoles en todos sus encuentros tras la resurrección, con su envío a los confines del mundo. León XIV dijo que Jesús confía a sus apóstoles «una tarea que no es tanto un poder como una responsabilidad: ser instrumentos de reconciliación en el mundo». Como si les dijese: vosotros, que habéis experimentado el fracaso y el perdón, sois los que podéis anunciar al mundo el Rostro misericordioso del Padre. El Papa, que ha puesto la urgencia de la misión en el centro de su predicación desde el momento de su elección, aclara en esta catequesis que «la misión de la Iglesia no consiste en administrar un poder sobre los demás, sino en comunicar la alegría de quien ha sido amado precisamente cuando no se lo merecía». No es difícil advertir el hilo de oro que liga este acento con el de sus predecesores, Francisco y Benedicto. Ambos insistieron en que la misión no consiste en una batalla ni en un alistamiento para engrosar los registros eclesiales, sino en la comunicación del amor recibido de Cristo, muerto y resucitado.
Solo puede ser misionero uno que se sabe salvado, es decir, perdonado y generado a una vida nueva que desea comunicar a todos, no para presumir de victorias o para asentar una influencia benéfica sobre los demás, sino por la pura alegría de que también ellos conozcan a Cristo y la vida que Él trae. En la homilía del Jubileo de los misioneros, insistió sobre este punto al advertir que la fe es una fuerza mansa que no se impone con los medios del poder ni con modos extraordinarios: «es suficiente un grano de mostaza para logar cosas impensables, porque lleva en sí la fuerza del amor de Dios que abre caminos de salvación».
Y como si quisiera vencer las objeciones de quienes piensan que esto es demasiado, digamos, «espiritual» o «abstracto», León añade una valoración histórica muy certera: la fuerza que ha hecho nacer y crecer la comunidad cristiana en todo tipo de situaciones ha sido el testimonio de «hombres y mujeres que han descubierto la belleza de volver a la vida para poder donarla a los demás». El cristianismo sólo crece verdaderamente por el atractivo que suscitan los testigos, no por ninguna estrategia ni por el influjo de algún poder «amigo».
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