Fumata Blanca: el instante del nombre
La plaza, iluminada por miles de pantallas de móviles, se transformó en un escenario expectante. Nadie sabía aún el nombre, pero todos sabían que ya había uno
Texto y fotografías: Álvaro Ybarra Zavala
Enviado especial a El Vaticano
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A las 18:06, la chimenea habló en blanco. El humo se alzó sin dudas, y la Plaza de San Pedro —contenida durante días— estalló en un júbilo sereno: campanas, aplausos, abrazos entre desconocidos. Pero lo más elocuente ocurrió ... después, en la larga espera que siguió. Casi una hora de tensión contenida, de tiempo suspendido entre la señal y la aparición del nuevo Papa.
La plaza, iluminada por miles de pantallas de móviles, se transformó en un escenario expectante. Nadie sabía aún el nombre, pero todos sabían que ya había uno. Ese lapso sin rostro, sostenido por un aliento colectivo, fue donde la historia empezó a tomar forma antes de revelarse.
Los ojos apuntaban al balcón. Las voces se mezclaban entre el canto, la oración y la incredulidad. Algunos sonreían, otros lloraban sin saber por qué. Era la emoción de lo inminente. El peso simbólico de una tradición que, una vez más, se volvía presente.
Y luego, por fin, la cortina. La silueta. El nombre. El nuevo Papa.
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