Una crisis sanitaria amenaza a China tras el colapso de la política de Covid cero
Proyecciones académicas auguran cientos de miles de muertos ante la insuficiente tasa de vacunación y la escasez de recursos médicos
Las protestas contra la política del Covid cero en China
Corresponsal en Pekín
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Iniciar sesiónEl catastrófico e inminente impacto de una pandemia postergada durante tres años amenaza a China. Tres años en los que el Partido Comunista levantó una barrera biológica contra el resto del mundo, sublimada luego en principio propagandístico como prueba fehaciente de la superioridad de su ... modelo frente a las democracias occidentales. El régimen mantuvo en pie este argumento ideológico en lugar de cimentar una defensa adecuada para cuando el virus acabara por ganar la batalla. Ese momento ya ha llegado, y la política de covid-cero que hasta ayer regía cada centímetro de la cotidianeidad se desvanece sin rastro.
¿A qué responde este abrupto repliegue? En primer lugar, al avance irremediable del peor rebrote desde el comienzo de la pandemia, el cual hace tiempo rebasó el punto de no retorno.Aún más ante el hartazgo de la población, que la semana pasada estalló en históricas manifestaciones e incluso revueltas por las principales ciudades del país, sumido en la mayor crisis de legitimidad en décadas.
Las reclamaciones populares son hoy política estatal, alarmante precedente para cualquier autoritarismo. Pero, al mismo tiempo, también acotan la responsabilidad gubernamental ante la crisis sanitaria en ciernes. Para el Partido Comunista, nada importa más que mantener el poder; faro primordial para el análisis entre un sistema cuyo hermetismo emborrona la diferencia entre correlación y causalidad.
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En apenas cuarenta y ocho horas las autoridades han retirado de improviso las medidas más coercitivas para cortar la transmisión: las cuarentenas de infectados y contactos próximos en campos de aislamiento, así como los confinamientos domiciliarios generalizados. También, salvo anecdóticas excepciones, los fundamentos de la prevención: la exigencia –que se remonta a marzo de 2020– de escanear códigos de salud antes de acceder a cualquier espacio, también las pruebas universales realizadas al menos cada tres días.
El Gobierno, por tanto, no solo ha perdido el control de la pandemia; también de su contabilidad. Las cifras oficiales, de por sí dudosas, carecen ya de vínculo alguno con la realidad: tras alcanzar su máximo diario con 40.042 nuevos casos el pasado 27 de noviembre, estos han ido cayendo hasta los 16.797 del viernes pese a que el virus se multiplica a un ritmo inusitado. Esto ha disparado asimismo la popularidad de los test de antígenos, hasta hace poco inéditos en China, pues su comercialización no fue aprobada hasta el pasado mes de marzo.
Infectado en Pekín
A uno de ellos recurrió Víctor –nombre ficticio, pues prefiere no desvelar su identidad–, español residente en la capital china, cuando el fin de semana pasado comenzó a encontrarse mal. Dos días antes había realizado una PCR en un centro de pruebas público, pero como el resultado no acababa de aparecer en su código de salud –proceso automatizado que en condiciones normales tarda entre doce y veinticuatro horas– optó por emplear uno de los kits proporcionados por su empresa. Dio positivo.
Víctor descubrió que estaba contagiado antes de que las autoridades anunciaran, el miércoles, que a partir de ahora los enfermos podrán cumplir con la cuarentena en sus respectivos domicilios en lugar de ser trasladados a campos de aislamiento. «Si me hubiera infectado una semana antes habría sido un drama», apunta por teléfono. «No creía que me fueran a llevar a uno de esos centros, pero en China nunca se sabe...». El comité vecinal de su urbanización le indicó que se quedara en casa. «Me mandaron una bolsa con medicamentos y me dijeron que vendrían una vez al día a recoger mi basura».
Su relato se interrumpe con algún carraspeo pero Víctor, que ha recibido tres dosis de vacunas chinas, dice encontrarse bien. «Tengo algo de tos y mocos, nada más», aclara. «Hasta ahora no conocía a nadie que hubiera tenido covid en China, ni siquiera conocía a nadie que conociera a alguien». Sin embargo, en los últimos tres días hasta quince compañeros de trabajo han dado positivo. «Creo que es algo por lo que pasaremos todos».
Ahora, se limita a esperar. «Tengo que dar negativo en antígenos cinco días seguidos. Entonces, alguien del comité vecinal vendrá a casa a hacerme una PCR». Solo entonces estará autorizado a salir al exterior, aunque en realidad podría hacerlo en cualquier momento. El resultado del test oficial nunca llegó. Su código de salud, de hecho, luce de un verde brillante. «Sin condiciones anormales», refleja la pantalla.
Cientos de miles de muertos
Así, la política de covid-cero comienza a ser historia mientras el virus se hace presente. A día de hoy, la tasa de infección en China se cifra en un 0,13%; ínfimo porcentaje que crece a velocidad vertiginosa. «Según modelos matemáticos, podría alcanzar el 60% tras esta primera oleada», pronosticaba Feng Zijiang, experto retirado del Centro para el Control de Enfermedades, en declaraciones recogidas por el diario 'Zhongguo Qingnianbao'.
La avalancha vírica que se abalanza sobre el país perfila una contingencia funesta: la insuficiente tasa de vacunación de la tercera edad. Un 30% de los mayores de sesenta años, 83 millones de personas, no han recibido la dosis de refuerzo necesaria para equiparar la eficacia de las soluciones chinas con las occidentales –las cuales el régimen se ha negado a administrar–. Entre los mayores de ochenta, la cota alcanza el 60%. Las autoridades tratan ahora de apurar una campaña de vacunación paralizada desde junio, meses vitales dilapidados en implementar centros de testeo y campos de cuarentena con el fin de sostener la narrativa gubernamental.
Esta cuantía coloca a China muy lejos de aquellos países que realizaron una transición sosegada de un modelo cerrado a la convivencia con el virus. De acuerdo a datos compilados por la consultora Capital Economics, en el momento de la reapertura el porcentaje de vacunación para este último segmento demográfico –con dos dosis de sueros occidentales– era del 100% en Australia, del 96% en Nueva Zelanda y Japón, y del 95% en Corea del Sur y Singapur.
Solo Hong Kong, con un 44%, dio el paso con cotas similares a las de China. Allí, el proceso dejó 1.411 fallecidos por millón de habitantes, uno de los índices de mortalidad más altos del mundo. En China, sin embargo, las perspectivas resultan aún más calamitosas a causa de sus escasos recursos médicos. Su proporción de unidades de cuidados intensivos es, por ejemplo, una de las menores del continente asiático.
La confluencia de ambos factores augura un desastroso colapso del sistema sanitario y cientos de miles de fallecidos. Un modelo elaborado en noviembre por la firma británica Airfinity a partir del caso de Hong Kong vaticinaba entre 1,3 y 2,1 millones de muertos. Zhou Jiaoting, jefe del Centro de Control de Enfermedades de la provincia de Guangxi, también predijo más de 2 millones en un artículo publicado por esas mismas fechas en 'Shanghai Journal of Preventive Medicine'. Científicos chinos y estadounidenses esbozaron en mayo cifras similares en un estudio para 'Nature Medicine'.
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De este modo, la fase crítica de una pandemia que el mundo ya ha olvidado concluirá donde empezó, en China, con un dramático desenlace. Solo entonces los hechos darán su veredicto sobre los últimos tres años, transcurridos bajo la política de covid-cero. La propaganda oficial ya opera para retratarlos en términos competitivos como un éxito indiscutible. Pase lo que pase, el Partido Comunista siempre gana, incluso cuando pierde.
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