Clausura del Concilio Vaticano II, la reforma eclesial del siglo XX
ABC: 40 buenas noticias de 40.000 días
8 de diciembre de 1965. Convocado por Juan XXIII en 1962 y clausurado por Pablo VI en 1965, el Concilio Vaticano II supuso una profunda renovación para la Iglesia católica, que se abrió al diálogo con el mundo moderno y reformó su liturgia, estructura y lenguaje pastoral. Así lo contó el corresponsal en Roma José Salas y Guirior
Lee el resto de buenas noticias
Corresponsal en Roma
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónRoma 8. (Crónica de nuestro corresponsal, por «telex») Está mañana mientras tenían lugar los actos que signaban la clausura del Concilio, había junto a una de las fuentes de la plaza de San Pedro una monjita negra. No era para extrañarse demasiado, pues entre las ... 300.000 personas que ocupaban dicho ámbito frente a la Basílica había gentes de todas clase, edad, raza, condición y nacionalidad. La inmensa plaza, coronada por la cúpula de Miguel Ángel y limitada por la interminable columnata de Bernini, dejaba de ser monumento para convertirse en el fondo ilustrado de una página insigne en la grande y general Historia. Una página vivísima y animada de palpitante color, apenas conmovida por una brisa constante que agitaba el aire variopinto, repleto de fulgores y perfiles, constelándose de uniformes medievales, púrpuras cardenalicias, mitras episcopales, báculos dorados, brillos diplomáticos, conjuntos indígenas, atuendos patriarcales, cascos emplumados de la Guardia Noble, alabardas de la Guardia Suiza y cuanto se quiera.
Puestos a ver la plaza de San Pedro como página viva de la universal Historia, resulta difícil soslayar todo el aparato extremo que se apoya en un protocolo estricto que funciona al máximo siempre y especialmente en una ocasión ecuménica como es una clausura conciliar. Por mucho que se intente recordar que la Historia, sobre todo en sus vertientes religiosas, se teje más en el espíritu que la promueve que en la pompa que un diario de la tarde califica de españolesca, no puedo tampoco dejar de sentir el impacto que al fin y al cabo es consecuencia suya. Difícil es también sacar de dicha página la viñeta que sirva de pormenor o de mínimo dechado para ilustrar un ambiente como el de hoy. Pero aquella monjita negra que rezaba...
Del fervor con que han sido seguidos los actos de la clausura conciliar, del interés que se percibía por cada una de sus fases, nada puede hablar con más claridad que la permanencia de la multitud en pie durante más de tres horas y media.
Desde que la procesión de los padres conciliares abrió paso a la presencia del Papa Pablo VI en su silla gestatoria hasta la bendición de la primera piedra para la nueva iglesia romana en que se rendirá culto a la Virgen María, todo el acontecer que ha tenido lugar en este ámbito grandioso, tan cargado de historia, ha fluido lleno de proyecciones, de impactos repletos de significaciones. En esta misma plaza en la que allá por el año 1854 otro Papa proclamó el elogio de la Inmaculada Concepción de María, hoy, ante más de dos mil quinientos obispos, unas noventa delegaciones oficiales de otros tantos países, el Pontífice se ha referido a Nuestra Señora en términos conmovedores.
En cada una de las frases, desde las primeras ocurridas bajo los sones de «Tu eres Pedro», hasta las últimas con los compases de «Cristo vence», han querido evidenciarse las intenciones y los fines de éste Concilio. El discurso del Papa, el «breve» leído por monseñor Felici, los mensajes a los diversos aspectos de la actividad humana, la «Oración de los fieles», repetida en ocho lenguas, las palabras del cardenal Tisserant anunciando las ofertas en dinero para las obras de piedad en cinco diócesis necesitadas, las personas saludadas con motivo de cada uno de los mensajes, la presencia de los enfermos, los obreros y los niños, todo, en fin, ha tenido un significado conciliar.
El discurso pronunciado por el Papa al llegar al Evangelio ha contenido todos los matices de un saludo y una despedida. Un saludo a los cardenales, a los obispos, a los «señores de la ciudad de Roma», a las autoridades de todo el mundo, a los observadores, a los que lo recibieran y a los que no lo recibieran, ya que para la Iglesia católica «ninguno es extraño, ninguno está excluido, ninguno está lejano. Cada uno al que se dirige el saludo es un llamado, un invitado y, en cierto modo, un presente».
Los mayores aplausos tuvieron lugar cuando Pablo VI se refirió a la Iglesia del silencio, a los pastores que no han podido venir al Concilio y a los fieles injustamente mantenidos en silencio, en la opresión y en la privación de los legítimos y sagrados derechos que todo hombre tiene y especialmente aquellos cuya vida está dedicada a la verdad y al bien.
En los siete mensajes, de los cuales han dado lectura los cardenales elegidos dirigiéndose a otras tantas categorías sociales, el primero de ellos corresponde a los gobernantes y el último a los jóvenes. Al dirigirse a los gobernantes, el Concilio, después de rendir honor a la autoridad y a la potestad de quienes tienen en sus manos el poder temporal y el destino de los hombres en la Tierra, se refiere a Dios que es el principio y el fin. Sólo Dios es fuente de autoridad y fundamento de las leyes. Dios es el Padre de los hombres y Cristo su hijo eterno, vino al mundo para hacernos comprender que todos somos hermanos. Para la misteriosa construcción de su Iglesia el Concilio pide únicamente libertad, la libertad de creer y predicar su fe, la libertad de amar a Dios y servirle. La libertad de vivir y llevar a los hombres su mensaje de vida.
El mensaje a los hombres de pensamiento y ciencia a los que el Papa llama «exploradores del hombre del Universo y de la Historia», es particularmente significativo: «Vuestro camino es el maestro; vuestros pensamientos nunca son extraños a los nuestros. Somos los amigos de vuestra vocación de investigadores, los aliados de vuestras fatigas. Continuad buscando sin cansancio, sin desesperanza, de la verdad».
Otro mensaje ha estado dedicado a los artistas, haciendo ver cómo desde hace mucho tiempo la Iglesia fue su aliada y pidiéndoles que sean puros y desinteresados, ya que son los guardianes de la belleza del mundo.
Han venido después los correspondientes a las mujeres, esa mitad del género humano liberada de la opresión por la Iglesia, que ahora puede ejercer una gran obra en su momento de plenitud. Siguió el turno con los pobres, los enfermos y todos aquellos que sufren, a los obreros y, por último, a las nuevas generaciones de las que tanto espera la iglesia de Cristo.
Como se ve, son mensajes que afectan a la entera Humanidad. Difícil, muy difícil, entroncar anécdota, episodio menor y viñeta en una página tan universal, tan trascendente y colmada de grandeza. Y, sin embargo, podrían encontrarse en los príncipes romanos que han franqueado el trono papal, o en el mundo de los hermanos separados, tan entrañablemente presentes; o en la relación de los príncipes de la sangre venidos con motivo de esta clausura, o con el ciego que, acompañado de su perro guía, fue llevado ante el Papa al leerse el mensaje de los enfermos, o la imposibilitada en un carrito que no llegó a subir las gradas papales. Pero aquella monjita negra que rezaba sin mirar al altar... Hoy se recordaba en todo momento la inauguración del Concilio por el Papa Juan XXIII. El Concilio, que fue concebido y comenzado por aquél Pontífice de gloriosa memoria, terminaba entre la brisa de una mañana templada. Y las gentes más sencillas mantenían su memoria con ilusiones de milagro.
Aquella monja negra rezaba mirando al balcón a donde solía asomarse aquel Pontífice que fue familiar como ninguno al pueblo de Roma. Me acerqué a ella y le oí 'musitar:
—«Nokosi sikelele Afrika» (Dios salve al África).
Recordé estas palabras oídas en muchas ocasiones; unas, con tono violento, cuando los negros basuttos se lanzan a la violencia. Los negros basutos católicos tienen cerca de Masera, su capital, una pequeña aldea a la que llaman Roma. Hoy he visto cómo estas palabras eran pronunciadas en tono de humildad y como pidiendo un milagro en la Roma universal y grande de la cristiandad. Y me pareció que el milagro comenzaba a realizarse a la sombra de las ventanas de un Papa gordo y bonachón que hablaba con los humildes como uno más de ellos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete