Cardenal Mauro Gambetti: «Todos tenemos los mismos problemas. Más vale que pongamos en común nuestras ideas para resolverlos»

Organiza en el Vaticano el «Encuentro Mundial por la Fraternidad» para reformar las bases del diálogo político y social

El Vaticano explicará los «nuevos criterios» para comprobar apariciones de la Virgen María y fenómenos sobrenaturales

El cardenal Mauro Gambetti Fabbrica di San Pietro

Javier Martínez-Brocal

Corresponsal en el Vaticano

El Vaticano sienta juntos este fin de semana a premios Nobel, expresidentes, empresarios, científicos, banqueros e influencers para redactar una «Carta de lo Humano» que reivindique la dignidad universal y supere la Carta de los Derechos Humanos. Participan desde el presidente de la Nasa, ... Bill Nelson, hasta la viuda de Mandela, Machel Mandela, pasando por Rigoberta Menchú, Muhammad Yunus y el alcalde de Nueva York Eric Leroy Adams.

El cerebro que está detrás es el cardenal e ingeniero mecánico Mauro Gambetti, de 58 años, quien en 2021, después de convertirse en arcipreste de la basílica de San Pedro, lanzó la fundación Fratelli Tutti para llevar el mensaje de esta encíclica fuera de los muros del Vaticano.

Cuando en 2020 el Papa escribió la encíclica 'Fratelli tutti', ¿sospechaba la crisis mundial que estaba a punto de estallar?

El Papa intuyó los riesgos de los modelos económicos vigentes y del predominio de la técnica, que dejó der medio y se convirtió en fin. Como resultado, entramos en una deriva ética, una pérdida de puntos de referencia y del sentido de lo que hacemos.

Ustedes proponen una vía de salida con este 'Encuentro Mundial de la Fraternidad'. ¿En qué consiste?

Se trata de traducir la idea de la «fraternidad» a cultura. Son oportunidades de reflexión, formación y divulgación con exponentes de todos los ámbitos de la sociedad, para trasladar el término fraternidad a todos los ámbitos de la sociedad.

¿Qué entienden ustedes por «fraternidad»?

Su sentido cristiano: una visión no reducida a lazos de sangre, al propio grupo o a la propia nación, sino abierta a la universalidad de los vínculos, a las relaciones con todos. Todos somos hermanos porque somos de igual dignidad, hechos de la misma pasta. Tenemos un único padre. Esto nos une.

La presencia de personalidades tan diversas y algunas ajenas a la Iglesia, como Rigoberta Menchú, la viuda de Nelson Mandela o el alcalde de Nueva York, ¿no puede hacer que surjan temas incómodos para el Vaticano?

Cuantos más puntos de vista, más se enriquece nuestra comprensión y cobra más sentido la experiencia que vivimos. Lo que no queremos es la polémica por sí misma, pues no es una forma de ayudar al diálogo, sino de excluir al otro, herirlo o eliminarlo.

Ahora en España está de moda la palabra polarización.

Un antídoto contra ella es tomar conciencia de que los elementos comunes que nos hacen hermanos son mucho más fuertes que la diferencia de opiniones. Es la «fraternidad».

¿No es una visión idealizada?

Es una visión realista. Tenemos que habitar el mismo planeta, tenemos los mismos problemas, todos tenemos que intentar ganarnos la vida... Más vale que pongamos en común nuestros puntos de vista, nuestras capacidades, nuestras intuiciones, nuestras convicciones para llegar a una meta que no es darme a mí la razón o dártela a ti. Es ese terreno en el que nos unen las mismas fatigas y alegrías, al hecho de poder vivir bellas relaciones. Todos aspiramos a la felicidad, pero esta llega cuando se convierte en la felicidad de todos.

¿Cuál es el primer paso?

Abandonar la idea de que la posición propia o ajena es la única solución posible.

¿De verdad cree que la fraternidad es posible en política?

No sólo eso, en mi opinión, es necesaria. La política, sobre todo a nivel mundial, necesita asumir una visión totalizadora que integre las nuevas variables que han surgido en los últimos años. El sistema está al límite y ya no es capaz de sostenerse. Necesita un horizonte que le ayude a integrarlo todo, y estoy convencido de que ese horizonte está ligado al principio de fraternidad.

¿A qué se refiere?

En el pasado entraban en juego menos variables y los sistemas de gobierno a nivel mundial, como la ONU o la Comunidad Europea, eran los adecuados para responder a las situaciones en una perspectiva de progreso para todos, bienestar para todos, educación para todos, etc. Ahora con la globalización o la tecnocracia, ningún gobierno, por fuerte que sea, es capaz de poner coto a ciertas formas de delincuencia, a ciertas formas de pobreza, a la brecha entre quienes tienen grandes posibilidades económicas y quienes no pueden dar oportunidades a las próximas generaciones, a los suyos, para estudiar, para crecer...

He visto que también proponen aplicar esta «fraternidad» a la gestión de empresas.

Se trata de tener en mente cuál es el sentido de hacer negocios. Cuanto más ensanches el motivo por el que haces las cosas, más te satisfarán los resultados que puedas obtener, pues los verás armonizados en un bien común más amplio.

¿Por ejemplo?

Hay muchas empresas que prestan atención al desarrollo del territorio, a limitar el impacto negativo, a la dignidad de sus trabajadores, a la posibilidad de que sus empleados vivan bien en el trabajo, gocen de una situación de bienestar. Pero la mayoría siguen teniendo una visión estrecha: hacer negocios para producir beneficios. Eso ya no basta. La empresa debe responder a la vocación original del trabajo, que es ayudar a ordenar el mundo, hacerlo crecer, garantizar que todos podamos disfrutar de los bienes disponibles que la tierra pone a nuestra disposición. Y eso incluye por supuesto beneficio, innovación y desarrollo.

¿Y todo esto qué tiene que ver con la basílica de San Pedro, de la que usted es el principal responsable?

La basílica se abre con esa gran columnata de Bernini que simboliza dos brazos abiertos, símbolo de una Iglesia que abraza al mundo, que está abierta. Esa apertura significa diálogo con el mundo, salir al encuentro del mundo.

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