Vidas confinadas en Shangái
Con más de un mes de encierro en algunos barrios, el confinamiento por coronavirus de esta megalópolis pone al límite a sus 25 millones de habitantes, entre ellos los cientos de españoles que viven allí
Mientras el madrileño Miguel Ángel de la Torre acaba de ser padre en medio del confinamiento, la barcelonesa Marta H. ha adelantado su marcha de China por miedo a dar positivo y ser separada de su hija
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Iniciar sesiónCon sus rascacielos a lo 'Blade Runner', sus autopistas iluminadas de varios niveles y su monumental arquitectura occidental, Shanghái no es solo la ciudad más moderna, desarrollada y cosmopolita de China, sino una de las principales capitales del mundo en este globalizado siglo XXI. ... Escaparate del 'milagro económico' chino, antes de la pandemia atraía a decenas de miles de extranjeros, entre ellos los ejecutivos de las más importantes multinacionales, por su alto nivel de vida y comodidad para hacer negocios en el mayor mercado del planeta. Hasta que el coronavirus reventó la globalización, Shanghái era el brillante futuro en el que se reflejaba China para mostrar su auge como superpotencia internacional. Dos años después, y mientras el resto de países vuelven a la normalidad, Shanghái se ha convertido en otro futuro muy distinto, oscuro y distópico, por su confinamiento por el coronavirus, que dura más de un mes en muchos barrios y está generando protestas airadas por la falta de alimentos y su fortísimo impacto económico y social.
Entre los 25 millones de habitantes que están encerrados en sus casas figuran , según el censo oficial a diciembre de 2001, casi 2.300 españoles. Pero muchos de ellos no están ahora en la ciudad por las restricciones para viajar a China y la falta de vuelos, que han llegado a costar hasta 9.000 euros para un solo trayecto entre Madrid y Shanghái. Aunque algunos no han podido regresar todavía tras las vacaciones de Navidad, al menos se han librado de este drástico confinamiento que sí ha atrapado a muchos otros compatriotas.
Uno de ellos es Miguel Ángel de la Torre, madrileño de 48 años que trabaja como profesor en la escuela internacional de gestión de hoteles Les Roches. Allí las clases presenciales se suspendieron en febrero, tres días después de las vacaciones del Año Nuevo Lunar, al aparecer algunos positivos en su campus universitario. Previsor, Miguel Ángel hizo acopio de víveres porque, según cuenta, «como buen español me gusta tener la despensa llena y el congelador cargado».
En su urbanización, afortunadamente, asegura que «no lo hemos pasado tan mal como leo en las noticias sobre otros lugares. En ningún momento nos ha faltado comida; solo alimentos puntuales como queso». Esa suerte no le ha impedido librarse de los madrugones para comprar por internet a las seis o las ocho de la mañana, cuando empiezan a aceptar pedidos aplicaciones como Jingdong.
Pero el confinamiento también de los 'kuai di', los repartidores a domicilio que abundan en las ciudades chinas, ha obligado a formar grandes grupos de compras en los edificios, ya que los proveedores o supermercados y restaurantes que siguen trabajando solo aceptan pedidos por altas cantidades, por ejemplo superiores a 8.000 o 10.000 yuanes (entre 1.140 y 1.420 euros). «Se han especializado tanto que hay grupos específicos para frutas, verduras o incluso para gambas. Pero tengo mi móvil loco porque cada grupo tiene una media de 300 personas», desgrana por teléfono Miguel Ángel.
Nacer en pleno encierro
Dando buena cuenta de que la vida sigue pese al confinamiento, el lunes fue padre de una niña que pesó casi tres kilos y, haciendo honor a todas las vicisitudes que ha atravesado, a la que ha llamado Victoria. « Mi única preocupación era cómo llegar al hospital , ya que no se puede salir de los pisos y tardamos seis o siete horas en conseguir el permiso del comité vecinal para hacerlo», explica Miguel Ángel. Lo que más le inquietaba era «la falta de medios, que ocurriera algo imprevisto y no pudiera conseguir un transporte». El parto, que fue por cesárea en un hospital privado, se desarrolló afortunadamente según lo programado y fueron recogidos por una ambulancia la noche de antes. Pero el 7 de abril acudieron a una revisión y, debido a la falta de taxis, su esposa, Elena, tuvo que pedalear unos cinco kilómetros para ir y luego para volver. «Es muy dura… es rusa», bromea Miguel Ángel encantado con su segunda hija tras Claudia, quien nació hace cuatro años en el mismo hospital y con el mismo doctor.
«Estoy feliz, pero muy preocupado porque no bajan los casos y siento mucha impotencia », reconoce Miguel Ángel, quien entiende estas medidas drásticas. A su juicio, «aquí tienen otras formas de hacer las cosas y son decisiones políticas pensando en lo que creen mejor para China. No es fácil comparar porque estamos hablando de un país con 1.500 millones de habitantes y todo tiene que estar bien controlado. Aunque es muy frustrante, hemos elegido venir a China y respetarlo. Esto no ha cambiado mi decisión y seguiremos aquí ».
Pero el confinamiento está haciendo mella psicológica en los extranjeros que viven en Shanghái, y también en muchos chinos, que ya piensan en marcharse de la ciudad. Es el caso de Marta H., barcelonesa de 43 años que ha adelantado su salida de Shanghái, prevista para este verano. «Mi marido y yo, que trabajamos en el sector de la automoción, teníamos ya asignado nuestro próximo destino en Kuala Lumpur, pero nos hemos marchado antes porque di un falso positivo en una de las veinte pruebas que nos han hecho este mes y sufrimos un auténtico terror a que nuestra hija de seis años, Martina, se quedara sola», relataba el jueves desde el aeropuerto, antes de tomar su vuelo el viernes por la mañana.
Con tensión incluida hasta el último minuto porque su visado había caducado durante el confinamiento, Marta, su hija y su esposo, Paolo, han podido salir ya de China después de semanas de incertidumbre. «Me llamaron diciendo que había dado positiva y tenía que ser internada en un campo de aislamiento. Pero estaba tranquila y pedí otra prueba porque daba negativo , como el resto de mi familia, en test de antígenos», contaba Marta, quien también se reconocía afortunada. «He tenido suerte porque conozco a otros amigos que dieron un falso positivo. Fueron trasladados a un centro de aislamiento y ahí acabaron contagiándose », explicaba antes de desgranar su odisea para salir de Shanghái.
«No fue fácil porque tuvimos que pedirlo al comité del vecindario, que lo eleva al subdistrito y de ahí al Ministerio de Exteriores. Para que lo acepten, no puede haber ningún positivo en el edificio y debemos tener un vehículo autorizado, que en nuestro caso fue un autobús que nos costó 2.000 yuanes (285 euros). Con él fuimos a la clínica para que nos hicieran la prueba PCR antes del vuelo y luego al aeropuerto, donde esperamos 16 horas porque no podíamos regresar a nuestra urbanización», detallaba Marta. Como vio, todo estaba cerrado en el desierto aeropuerto de Pudong, donde solo había algunos pasajeros que se han quedado varados, algunos durante semanas, porque sus vuelos han sido suspendidos y no pueden volver a sus casas.
«Jamás pensé que algo así podía ocurrir en Shanghái, donde hay gente que está pasando hambre, sobre todo mayores que no saben comprar por internet», se sorprende en perfecto castellano Anita Wu, secretaria. «Cuando el 27 de marzo se anunció el confinamiento primero de la zona de Pudong al día siguiente, mi marido y yo, que vivimos en Puxi, tuvimos tres días para abastecernos de víveres. Pero creímos que el encierro iba a durar solo cuatro días, como dijo el Gobierno, y durante un tiempo solo hemos tenido alimentos básicos como arroz, pasta o huevos», recuerda resignada.
Aunque confiesa que «a veces empiezo a llorar de rabia» y teme por su perro y dos gatos si ella y su marido, el fotógrafo Dodge He, dan positivo, se esfuerza por ser optimista. «A pesar de todos estos problemas, nos quedamos con las cosas buenas y la ayuda entre los vecinos », se congratula Anita, quien confía en que «nos liberen un poco a principios de mayo porque la gente ya no puede aguantar más».
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