Muerte en el vertedero teconógico
A mediados de 2008, una serie de fallecimientos repentinos de 18 niños en la barriada senegalesa de Thiaroye-sur-Mer provocó que organizaciones humanitarias investigaran la zona de residuos
Sus nombres ya han caído en el olvido. No así su historia. A mediados de 2008, una serie de fallecimientos repentinos de 18 niños en la barriada senegalesa de Thiaroye-sur-Mer provocó que la organización humanitaria Blacksmith Institute iniciara una investigación en la zona.
Los datos fueron espeluznantes: en la sangre de los familiares de estos menores (dedicados todos ellos al reciclaje informal de baterías de ordenador) se detectaron concentraciones de plomo cercanas a 1.000 μg/l . Un nivel, diez veces superior al límite marcado para prevenir daño neurológico durante la infancia.
No era un caso único. Ese mismo año, un informe de Greenpeace -«Envenenando la pobreza»-, centrado en este caso en Agbogbloshie (Ghana), revelaba que la concentración de plomo, ftalatos y cadmio en este mercado de chatarra era 100 veces superior a los niveles normales de este tipo de vertederos.
De igual modo, el informe advertía que la naturaleza y el alcance de la contaminación química en los alrededores sugería que los habitantes que residían cerca del emplazamiento ( cerca de 40.000 personas ), pese a no trabajar de forma directa en él, estaría expuestos a altos niveles de sustancias tóxicas. Porque en los vertederos continentales, la brecha no es solo tecnológica, también moral
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