Veinticinco años de la visita del Papa a Guadalupe

Recuerdo que, con motivo de esta visita, el domingo 24 de octubre yo escribí en ABC un artículo titulado «El Guadalupe que visitará el Papa», que comenzaba de esta manera: «El próximo día 4 de noviembre, festividad de San Carlos Borromeo, Su Santidad Juan Pablo II, de nombre de pila Carlos, visitará la puebla pequeñita y recoleta de Guadalupe, en Extremadura, para rezar ante la Virgen, que es el origen de una fe que aglutina a muchos millones de hispanoparlantes, y para hablar al mundo de la emigración. Precisamente nuestro Papa ha querido venir a esta pequeña localidad donde cabe poca gente, pero donde ha cabido la primera fe mariana, pues al amparo de esta devoción la Iglesia española fue misionera, y luego la Virgen tallada por San Lucas se trocó en la Virgen mexicana para tener mayor apoyo en su expansión por la América española».

Lo que ocurrió en la vieja puebla aquel 4 de noviembre de 1982 es digno de evocarlo de nuevo porque era la primera vez que un Papa rezaba ante la Patrona de Extremadura por decisión propia, aprovechando su primera visita a España. Es público y notorio que a Su Santidad, ante su visita a Extremadura, le propusieron el terreno llano y amplio de la capital autonómica, Mérida, pero Juan Pablo II dijo que si no le traían a Guadalupe no pisaría extremadura.

Una especie de mea culpa

El quería celebrar su onomástica a los pies de la Virgen de la Evangelización de América. Y si es verdad que el discurso de Su Santidad aquí estuvo dedicado al mundo de la emigración, del que tanto sabe Extremadura, y que el discurso de la evangelización lo dictó en Zaragoza porque en 1982 y ahora la iglesia extremeña sigue pesando poco, no menos cierto fue que Juan Pablo II dijo en su homilía en Guadalupe una frase a lo mejor no percibida ni analizada en su momento, pero que fue una especie de mea culpa.

Dijo el Papa: «Cuando fui por vez primera a México yo debí pasar antes por el Guadalupe de Extremadura». Al llegar el Papa a nuestro pueblo, lo primero que hizo fue hincarse ante la Virgen y rezar durante varios minutos bajo un silencio que ponía los pelos de punta a todos los que tuvimos la suerte de estar en el acto multitudinario de aquel día. O sea, el Sumo Pontífice no sólo se unió espiritualmente aquella mañana a Santa María para celebrar su santo, sino que públicamente reconocía el lugar especial de la Patrona de los extremeños en la evangelización americana, como queriendo decir: «Tú eres la verdadera Reina de la Hispanidad, la Reina de la labor de España en América», haciendo buena la frase de la corona que en 1928 le impusieron el Rey de España y el Primado de Toledo, «Hisparium Regina», o repitiendo con el poeta aquellos versos: «Tú eres la Reina de Extremadura, aurora y sonrisa de Dios en América».

En el recuerdo aún suena el sonido de las tres campanas que se inauguraron ese 4 de noviembre. Mientras el Papa rezaba ante la Virgen, las campanas dedicadas a Juan Pablo II, al Patronato de la Virgen en su 75 aniverisario y a San Francisco de Asís sonaban de alegría y sus voces se expandían por el valle del río Guadalupe, anunciando a Extremadura, a España y al resto del mundo que Juan Pablo estaba rezando por los cristianos de América ante su Reina, la Reina de las Españas.