Un seísmo que remueve la Iglesia
Igual que un iceberg, las nueve décimas partes de los frutos de la JMJ están ocultas a la vista. Muchos de ellos irán aflorando con el paso de los años
JUAN VICENTE BOO
Cada una de las ediciones de la JMJ es un movimiento telúrico en la vida de personas dispersas por todo el mundo. En Madrid, por ejemplo, estaban dos jóvenes que escaparon clandestinamente de un país dictatorial de Asia, arriesgándose a la cárcel si se descubría ... su escapada. En realidad, los frutos se producen en muchos frentes. El primero es el cambio de vida: acercamiento a Jesucristo, entrega a otra persona en el matrimonio o a Dios en la vida consagrada, trabajo de voluntariado, etc. El fruto que el Papa espera es el que indicó en el lema: que los jóvenes queden «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe».
Y eso tiene manifestaciones más «ligeras»: los jóvenes se desinhiben a la hora de manifestar su fe, cambian su percepción de Iglesia envejecida por la de Iglesia joven, contagian una visión más «laical» y menos «clerical» de la vida cristiana… e incluso levantan, con su alegría, la moral de los católicos del país anfitrión.
A los obispos les sientan bien las JMJ, pues redescubren la catequesis, revalorizan las actividades juveniles, la ayuda vocacional, etc. El cardenal George Pell, organizador y anfitrión de la JMJ de 2008 en Sidney, lleva dos años ordenando más sacerdotes que nunca, después de una fase de «languidez» que duraba ya tres décadas. Según Elizabeth Arblaster, del Centro Vocacional de Sidney, «muchos laicos se han presentado voluntarios a coordinadores vocacionales de las parroquias, ayudando a otros chicos y chicas a tomar decisiones fundadas».
El padre Michael de Stoop, director del Centro Vocacional, considera que su papel «no es reclutar sino aconsejar. Por ejemplo, he ayudado a muchos hombres jóvenes a descubrir su llamada al matrimonio». El sacerdote francés Eric Jacquinet, responsable de jóvenes en el Pontificio Consejo para los Laicos, afirma que «algunos frutos del Espíritu Santo se vieron ya en Madrid, como la comunión, la alegría —incluso bajo la lluvia— y la paz; el aumento de interés por la Palabra de Dios, por la adoración eucarística del Santísimo… Una chica me comentaba: “En realidad yo prefiero estos ratos de oración personal a las reuniones masivas”».
Demasiado pronto
En cambio, «es todavía demasiado pronto para medir las decisiones “fuertes”, como hacerse sacerdote o emprender una vida de celibato con dedicación plena en una organización de laicos o una orden religiosa». Pero hay historias preciosas, como la que descubrió al término del encuentro del Papa con los voluntarios: «Se me acercaron dos “scouts” y me pidieron una bendición, pues se conocían desde hacía tres años y esa mañana durante la misa habían decidido prometerse en matrimonio. Les pregunté su edad y me dijeron que 18 y 19 años. Eran muy jóvenes pero muy maduros».
Otro botón de muestra lo relató el pasado agosto a ABC el cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos y, por tanto, máximo responsable de las JMJ en el Vaticano: «En Sidney, una ministra del Gobierno australiano me dijo: “Yo soy americana, pero conocí a mi marido, australiano, en Czestochowa en 1991. Y así hemos creado un matrimonio cristiano y una hermosa familia”».
El sacerdote español Miquel Delgado, subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos, volvió encantado de Madrid, «donde solo en la Fiesta del Perdón del Retiro se confesaron 40.000 jóvenes, y eso era una parte pequeña de las confesiones. La gran mayoría de los frutos de la JMJ quedan entre Dios y la intimidad del alma de cada joven».
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