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Sarrión, el pueblo que encontró bajo tierra su receta contra la despoblación

Al mismo nivel que el preciado jamón, los vecinos de este diminuto enclave turolense quieren colocar su «diamante negro» entre la gastronomía más selecta

Marius y Pita, un dúo infalible. Lo primero que necesita el buen trufero es cuidar bien la tierra. Lo segundo, un perro como Pita. Marius le ha enseñado a oler la trufa madura. El can rasca la tierra y el dueño acude en busca del manjar REPORTAJE GRÁFICO: ROBER SOLSONA
Érika Montañés

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No es un cuento, pero esta historia bien podría comenzar así: había una vez un pueblo en la serranía turolense donde hace 70-80 años crecía la trufa silvestre en terreno desordenado. Algunos recogían aquella «patata negra» sin saber bien para qué servía y ... la enterraban en brandy o aceite de oliva en el hogar. Luego condimentaban algunos platos. Otros la desechaban. Cuando algunos turistas franceses llegaron hace cuatro décadas al diminuto municipio y regañaron a los agricultores por ningunear aquel oro negro que yacía bajo sus pies, los «primeros locos» se aventuraron en cultivar plantaciones enteras de carrascas (árbol en cuyas raíces crece la trufa) y aguardar sus frutos.

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