El pimpampum contra el Papa

En esta ceremonia de la confusión, es cierto que Bergoglio está imprimiendo una particular impronta al ejercicio de su ministerio, que, en lo accidental, no pocas veces es provocador y no está alejado de la polémica. Cada vez es más evidente lo que procede del Papa como sacerdote, jesuita, obispo, cardenal, incluso en las siempre discutibles decisiones de gobierno, y lo que pertenece al ejercicio del ministerio petrino. Instrumentalizar lo que no ha dicho el Papa para fines electoralistas –por la izquierda y por la derecha- o convertirle en una caricatura de sí mismo no ayuda a una correcta recepción de la propuesta cristiana en la sociedad.

Lo que debe preocupar también, incluso a la Iglesia, es la dialéctica entre papolatría y antipapolatría. Durante muchos siglos los católicos vivían su fe sin casi conocer el nombre del papa regente. Roma era el centro de la cristiandad pero estaba a mucha distancia física y mental. Sabían que quien se sentaba en la silla de Pedro podría ser perfectamente una persona poco ejemplar. En aquella Iglesia también había santos. Ahora hay quienes han pasado de defender lo que hacían y decían los predecesores de Francisco a cuestionar todo lo que hace y dice el actual . También están los que de poner en duda lo que decían Juan Pablo II y Benedicto, en estas fechas elevan a dogma cualquier ocurrencia. El teólogo Henri de Lubac escribió: «Cuando cualquier cristiano se cree con derecho a lanzar ante el mundo entero reproches altivos al sucesor de Pedro… la Iglesia, toda la Iglesia, queda herida en su corazón».