Los mayores, contra el rodillo digital: «Es frustrante sentirse torpe»
Su gran batalla es frenar la imposición de la banca ‘online’. Pero lo digital manda ya en el ámbito sanitario y en casi cualquier gestión con la Administración. ABC acompaña en su día a día a varios jubilados que sienten desamparo, indignación y miedo al lanzarse a internet. La misma red que, a veces, les salva de la soledad
A mano, en libretillas de papel y con una caligrafía redonda, casi escolar, un grupo de casi quince mayores cogen apuntes sobre cómo hacer una transferencia con la banca móvil. Algunos ni se han descargado la aplicación ni tienen activado el servicio, pero copian minuciosamente ... los pasos que sigue el profesor de informática para repetirlos en casa las veces que haga falta.
Noticias relacionadas
- La cruzada de un anciano para que los bancos atiendan presencialmente: «Me he sentido humillado»
- El Gobierno cita a una reunión al anciano que ha recogido 380.000 firmas para que los bancos atiendan presencialmente
- La revolución de los mayores «no ha hecho más que empezar»: del «No soy idiota» al Banco de España
«Yo tengo Bizum, ¿eso vale?», pregunta una de las alumnas. Ella es de las aventajadas. La mayoría sigue con el teléfono bloqueado, pasando pantallas para encontrar el logo de su banco o buscándolo en internet. «Y cuidado con los enlaces en los que pincháis que os envían por Whatsapp o SMS, que pueden ser estafas», advierte de nuevo el guía de estos abuelos por el mundo digital, un entorno hostil para la mayoría si los sacamos de Whatsapp y Facebook . Algunos terminan estas clases matinales con más miedo e indignación que destrezas. Al menos, en el centro cultural de mayores Acumafu, en el municipio madrileño de Fuenlabrada, tienen clases para evitar tener que depender de sus hijos, amigos o conocidos cuando entran en internet.
Tres mujeres en un curso de formación tecnológica para mayores de 65 años
El problema es que la tecnología se impone en las administraciones a un ritmo más rápido del que puede seguir la mayoría de los abuelos. Y aunque la brecha digital lleva años reduciéndose poco a poco, según datos de la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España (UDP), no lo hace al ritmo al que crece la digitalización, espoleada por la pandemia. De hecho, tal y como recoge el último estudio anual de esta organización, el 40,5% de los mayores de 65 años no ha usado nunca internet . Entre los mayores de 75 años, esta cifra crece hasta el 55,4%. Las mujeres (49,5%), los que viven solos (55,4%) y aquellos abuelos que solo tienen estudios primarios (61,5%) son los más reacios a dejarse seducir por internet.
«A nivel de calle no, pero en el mundo tecnológico hay muchas cosas que me dan miedo. Por eso solo uso lo básico, Whatsapp»
«A las personas mayores a veces se nos atraganta tanta tecnología, yo no tengo por qué tener un ordenador en mi casa ni aprender todos los días tanto. Si yo ya tengo una edad y me quiero dedicar a otras cosas. Quiero ir al banco a sacar e ingresar dinero como siempre . El móvil lo quiero para llamar a mis hijos y mis amistades, no para usarlo tanto», cuenta Felicidad, que se sienta en primera fila. A la salida, recuerda a sus compañeras que los apuntes valen de poco si no practican con el móvil en clase y resuelven sus dudas. En casa, a ciertas edades la memoria se vuelve traicionera y toca volver a la frustrante casilla de salida. «La tecnología va avanzando y la gente no se da cuenta de nuestra realidad . Nos dirán que nos pongamos al día, pero cuesta. Yo, al menos, pruebo, otra cosa es que lo consiga», admite su compañera Alejandra.
Tormenta bancaria
Al salir de clase, de camino al banco, confiesan que desde hace unos meses realizar gestiones bancarias se ha convertido en la peor pesadilla de muchos pensionistas. La pandemia ha reducido al mínimo la atención , se suceden los cierres de oficinas –en septiembre del año pasado había un total de 20.421 en todo el territorio, la cifra más baja registrada desde 1977 , según el último balance del Banco de España–, y la fusión de dos gigantes como Caixabank y Bankia ha obligado a miles de mayores a tener que aprender a manejar un cajero y un entorno digital nuevo.
Varias personas jubiladas hacen cola en un cajero en la Comunidad de Madrid
La mejor muestra de esta indignación creciente es el éxito de la campaña de Carlos San Juan, que a sus 78 años, y bajo el lema ‘Soy mayor, no idiota’ , ha logrado reunir cas i 500.000 firmas en Change.org para pedir a los bancos una atención humana. El jueves, este médico jubilado mantuvo una reunión de 45 minutos con el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, para abordar esta problemática. Y salió esperanzado.
«Mira qué cola, como todos los días. Es una pena esto», señala Felicidad cuando llega a una de las sucursales de la localidad. La fila frente al cajero avanza rápido, pero la espera para ser atendidos en la oficina crece por momentos. Saben que a partir de las 11.00 horas solo les recibirán con cita previa. Y cunde la indignación . «Yo vengo todos los días a por un extracto. Tengo que denunciar a la Policía que me han sacado con la tarjeta un dinero que yo no he gastado. ¿Cómo lo han hecho los mafiosos? Ni idea. He anulado ya varios pagos , pero hay uno que ya me han cobrado y necesito un papel para hacer la denuncia. Y el cajero no funciona», se lamenta una anciana. « A ver si vosotros les leéis un poco la cartilla », apunta otro jubilado que espera la cola.
«Todo esto a la gente mayor nos hace sentir fatal », reconocen Felicidad y Alejandra. La primera se apaña bien con el cajero, paga con tarjeta y domina con soltura Bizum. «Aprendí haciendo ‘bizums’ de un euro a mi hija, que me decía que por qué no se los hacía de más», bromea esta esteticista jubilada, que no aparenta ser abuela ni por su físico ni por su manera de manejar el móvil. Con todo, es consciente de que las dificultades son inmensas. Sobre todo cuando entra en juego la banca digital. «Estamos muy desamparados. Lo que más me duele es que los bancos no hayan pensado en ello , y que tengamos que hacer lo que digan. Echamos de menos una atención especializada para las personas que no estamos acostumbradas a la tecnología», relata. «A esto se suma la inseguridad, yo siempre le pregunto a mis hijos si lo he hecho bien antes de hacer alguna operación».
En el centro de salud, los mayore también lo tienen cada vez más difícil. Los cauces habituales para pedir cita –el teléfono o la vía presencial–, se han restrigido con la pandemia, forzándoles a usar las aplicaciones autonómicas. «Un día estaba llamando por teléfono al centro de salud y nadie me lo cogía, no sé ni cuánto tiempo estuve. Luego se acercó una amiga y no había gente ni estaban al teléfono. Pero bueno. En clases de informática nos enseñaron a mete r la aplicación del médico en el móvil , y el pasaporte Covid , y ahí lo tengo todo. Al menos viene bien para ir a la farmacia», relata con optimismo Alejandra, ayudante de sastrería ya retirada. Eso sí, la próxima cita no se la dan hasta el 7 de febrero. «Al final, si te manejas, está bien, pero si no te sabes defender, ¿a quién pides ayuda? Te sientes impotente», afirma. Yaún peor: dependiente. Un estorbo para mujeres tan activas como ellas, que a lo largo del día aún tienen en su agenda las clases de natación y defensa personal. «Soy la única mujer», presume Felicidad, que acelera el paso para llegar a tiempo al ayuntamiento, donde tiene que recoger unos certificados y por suerte, se mantiene la asistencia presencial.
Faltan recursos
Mientras se toma el segundo desayuno del día, la dicharachera Paqui, compañera de Felicidad y Alejandra, ya ha salido de clase de baile y ha cumplido con su turno de voluntariado vendiendo mascarillas en la asociación. Es muy activa, tanto que se resiste a dedicar tiempo sentada frente a un ordenador o un móvil. «La gente mayor tiene que moverse. No me gusta la tecnología ni quiero aprende r . Mi hija me dice que no es que sea torpe, simplemente que no sé. Esta mañana, por ejemplo, me ha llamado para decirme que me había comprado un billete de AVE para ir a verla a Barcelona. Me lo manda a una copistería, yo lo imprimo y así no tengo que estar nervios a , pendiente de vigilar la maleta y tensa por si me quitan el móvil... Eso mismo hacemos muchos con el pasaporte Covid», explica.
«Necesitamos aprender, pero también que nos enseñen con paciencia. Como hicimos nosotros cuando érais niños»
Paqui, que va saludando a todo aquel con el que se cruza, reconoce que los mayores también se desesperan con los contestadores telefónicos automáticos de espera interminable y la desaparición de las facturas en papel: «Yo he pedido a todas las compañías de suministros que me sigan enviando el gasto por carta, porque no quiero depender tanto de mis hijos , y de momento lo voy consiguiendo», indica. Sin embargo, hay una brecha aún más insalvable: muchos pensionistas no pueden comprarse un buen móvil o un ordenador . Algunos apenas saben leer y escribir. A otros muchos les cuesta reconocer que necesitan ayuda. «Tiene que seguir existiendo la atención presencial, si no nos frustramos. Y nos cabreamos con nosotros mismos por vernos torpes . Tenemos mucha gente alrededor que nos pude enseñar, pero tienen que tener paciencia, ir despacito, igual que nosotros les enseñamos cuando eran niños», reivindica.
Contra la soledad
Mientras Paqui continúa con su defensa de la tercera edad –«las chicas grandes, como digo yo»– y relata con nostalgia cómo era el Madrid en el que ella y su marido salían a bailar, suena su teléfono móvil. Tiene un Whatsapp de su hija. « No tengo miedo a la vida real, pero sí a la tecnología . Por eso uso lo básico. El Whatsapp, por ejemplo, lo utilizo mucho. Tengo un grupo con las mujeres con las que aprendo ganchillo, otro con la asociación de mujeres, otro con amigas, las chicas yeyés... Las ganchilleras me dicen que saque vídeos de labores de Youtube, pero yo prefiero que me enseñen ellas, porque el ratito de tertulia que tenemos me gusta más que si lo hago yo sola», admite.
No es la única. El 85,1% de los mayores reconoce que usa internet para intercambiar mensajes con familiares y amigos e informarse (80,8%), según UDP. «Las videollamadas son lo mejor. Yo por ejemplo tengo muchas jaquecas, y ahora cuando mis hijos me notan la voz rara me hacen videollamada. A mí me encanta desayunar en el bar, y como los meses de encierro no podíamos, los amigos desayunábamos en videollamada», ratifica Paqui, que enviudó hace nueve años.
Una mujer intenta descargar el pasaporte Covid con su teléfono móvil
Felicidad, Alejandra y Paqui ponen rostro y voz a una realidad de la que ya alertaba la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados: más de una cuarta parte de las personas mayores que no usan internet aseguran que no pueden realizar algunas gestiones . Concretamente, entorno al 14% afirma que tienen dificultades con tareas sanitarias o sociales, el 11% en labores administrativas y el 9,6% en cuestiones bancarias. Al 13,3% le cuesta seguir las instrucciones de una máquina y el 7,7% no compra online. Por eso, las asociaciones de mayores no solo piden que se mantenga la atención presencial, sino también que se avance en la formación digital de los mayores para fomentar su autonomía.
Menos hostil
Una libertad que es mayor en el entorno rural que en las ciudades . Al menos eso es lo que creen Andrés, Alberto y Amelia, que viven en El Tiemblo (Ávila), a poco más de una hora de Madrid, donde su rutina transcurre entre paseos, aperitivos y actividades del centro de mayores. «Nosotros nos desenvolvemos mejor aquí que en la ciudad. Incluso en las oficinas bancarias suelen levantar la mano un poco y es más sencillo», apuntan. Eso en pueblos como el suyo donde aún quedan oficinas. El propio Banco de España alertó de que en junio de 2021, 4.443 municipios (un 54% del total) no tenían ni una sucursal.
Una sucursal bancaria en El Tiemblo (Ávila)
«A mis 77 años, no me meto a fondo con la tecnología porque no lo sé hacer . Ahora, mi compañera saca petróleo del ordenador», bromea Andrés. Técnico jubilado de Unión Fenosa, ha trabajado siempre entre máquinas. Pero ahora no quiere saber nada de la tecnología , exceptuando los pagos con tarjeta, el Whatsapp y el Facebook. En el ayuntamiento y la caja de ahorros aún le atienden cara a cara. Poco más requieren en el día a día. Y si tiene dificultades, como le ha ocurrido ahora que han cambiado el cajero, no se ve obligado a pedir ayuda a desconocidos. El otro día, por ejemplo, le echó una mano el hijo de un compañero. Una seguridad que no tienen en las grandes ciudades.
¿Estamos olvidando a su generación? «Algo sí. Nos sentimos agobiados, con mal genio. No se están haciendo con nosotros las cosas como se debería», lamenta Andrés. Nadie ha resumido estas trampas administrativas mejor que el protagonista de la película ‘Yo, Daniel Blake’ (2016): «No soy un cliente, ni un comsumidor ni un usuario del servicio (...). Soy una persona, no un perro . Y como tal, exijo mis derechos, exijo que me tratéis con respeto. Soy un ciudadano . Nada más y nada menos».