JULIÁN HERRANZ: «Yo iba para catedrático de Psiquiatría, pero hubo un golpe de timón»
Presidente del Pontificio Consejo de Textos Legislativos y cardenal electo
El despacho de monseñor Julián Herranz mira, frente por frente, a la ventana del Papa. El canonista español, miembro del Opus Dei, es la persona escogida por Juan Pablo II desde 1994 para presidir el Pontificio Consejo de Textos Legislativos, una especie de tribunal constitucional ... que realiza la interpretacion auténtica de las normas de la Iglesia y resuelve los conflictos.
Este andaluz afable es un caso muy especial en Roma. Era un médico que iba para catedrático de Psiquiatría, pero «hubo un golpe de timón»: se puso a estudiar Derecho Canónico, participó como experto en el Concilio Vaticano II, y ha trabajado para cuatro Papas. Testigo interno de los 25 años de Pontificado, Herranz es una de las personas que mejor conoce a Karol Wojtyla.
-¿Qué ha significado para usted el nombramiento de cardenal?
-El nombramiento significa que se entra a formar parte del Senado del Papa, del cuerpo elector que lo asiste en el gobierno de la Iglesia universal. Yo lo he recibido con mucha paz y abandono en la voluntad de Dios. Lo supe tan sólo a la una y cuarto del día anterior al anuncio, cuando el Secretario de Estado me llamó para entregarme la carta del Papa.
En mi caso, me doy perfecta cuenta de que no es un premio a virtudes personales sino una prueba del aprecio del Papa a tres cosas. En primer lugar, al Derecho Canónico, pues presido el dicasterio que ayuda al Santo Padre en todo lo que se refiere a las leyes de la Iglesia. En segundo lugar representa una muestra de cariño a España, que es mi patria. Y en tercer lugar, una prueba de estima a la institución a la que pertenezco, el Opus Dei.
-Con seis cardenales electores, España se sitúa en el tercer puesto de los países con más responsabilidad. ¿Que espera el Papa de España?
-Estoy convencido de que espera mucho. El Papa ama a España por su papel en la evangelización de tantos países, pero también por la riqueza espiritual de sus místicos y por la creatividad de sus intelectuales. El derecho de gentes se fraguó en la Universidad de Salamanca, siglos antes de la Revolución Francesa y del «Iluminismo». El Papa lo conoce bien porque es un universitario muy culto, y ha sido el gran impulsor de la antropología cristiana.
-La Prensa menciona un «frente iberoamericano» con 32 electores en el próximo cónclave. ¿Es la hora de un Papa de Hispanoamérica?
-A mí, la verdad, no me gusta hablar del futuro cónclave. Se lo digo con toda sinceridad. Tampoco de corrientes entre cardenales, y menos todavía de «progresistas» y «conservadores». Eso me parece cosa muy vieja. Cuando los cardenales se reúnan -dentro de años, lo más tarde posible- para elegir Papa, el Espíritu Santo les hará ver quién es la persona.
Más que una nacionalidad o una cultura humana particular, yo diría -valga la expresión- que lo que cuenta es la cultura de Cristo. Los cardenales buscarán aquella persona que se haya identificado más con Cristo y que, por lo tanto, tenga más capacidad de comunicarlo a los demás. Es ésa la misión de la Iglesia.
-¿Cómo la identificarán?
-Hoy día, gracias a la facilidad de comunicaciones en una situación global, los cardenales se conocen mucho más que antes. Y saben muy bien, por sus encuentros, consistorios o sínodos, etc., cuáles son las orientaciones y la forma de ser de cada uno. Y eso es lo que será decisivo, no la nacionalidad, el idioma o la corriente cultural. Cristo está por encima de intereses nacionales, económicos o políticos, que en el pasado contaban más, sobre todo cuando había ingerencia del poder civil. Ahora ya no es así, gracias a Dios.
-¿Cómo se trabaja ahora con un Papa lento después de tantos años a marchas forzadas?
-Es cierto que el Papa ya no es tan rápido caminando: se mueve en silla de ruedas. Pero pensando es igual de rápido que antes y, en realidad, ha rebajado poco su ritmo de trabajo. Las limitaciones son de movilidad y de pronunciación, debido sobre todo a la rigidez muscular propia del Parkinson. Cualquier persona de 83 años tiene días mejores y peores, y a él le pasa igual. Pero puedo decirle, por mis encuentros personales con el Papa, que su inteligencia, capacidad decisoria y su voluntad, que es fortísima, continúan en plena forma. Tiene verdaderamente en su mano el timón de la Iglesia. No me cabe la menor duda.
Además no hay que olvidar que Juan Pablo II es un hombre de profunda vida interior, un místico. Vive en continua presencia de Dios, y de ahí viene su extraordinaria energía. Se dice que «el alma tira del cuerpo», y la suya es el alma de un apasionado enamorado de Cristo.
-Como cardenal, tendrá que ocuparse ahora de más cosas...
-Bueno, yo ya me ocupo de bastantes porque, además del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, presido también la Comisión Disciplinar de la Curia romana - que, gracias a Dios, no me da mucho trabajo-, y formo parte de las congregaciones de Obispos, del Clero y de Sacramentos, del Tribunal de la Signatura Apostólica y de la Pontificia Comisión para América Latina. Lo que cambiará, en cuanto a calendario, es que, además de las reuniones de jefes de dicasterios, que es algo así como un consejo de ministros, tendré que asistir a los consistorios ordinarios y extraordinarios del Colegio Cardenalicio.
-Usted ha vivido medio siglo en Roma. ¿Cuáles han sido el momento más duro y el más alegre?
-El más duro fue el 26 de junio de 1975, cuando intentaba reanimar, incluso con la respiración artificial, al fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer, que se nos moría. A él debo mi encuentro personal con Cristo y la vocación a seguirlo sin condiciones. Él fue el instrumento de Dios para hacerme feliz. En aquellos momentos, yo le ofrecí al Señor mi vida a cambio de la de él, pero no la aceptó.
-¿Y el más alegre?
-Yo creo que todos los días son alegres cuando uno vive con la conciencia de ser hijo de Dios. Con visión sobrenatural las dificultades humanas -por grandes que sean- no quitan la alegría y la paz. Pero un día que sobresale, como los altos picos de las montañas, es el 6 de enero de 1991, cuando el mismo Vicario de Cristo, Juan Pablo II, me confirió la plenitud del sacerdocio con la ordenación episcopal, teniendo al lado a don Álvaro del Portillo, sucesor del Fundador del Opus Dei.
-Es montañero y poeta, igual que el Papa... incluso ha escrito un libro con el título «Atajos del silencio».
-No, igual no. Él es un verdadero poeta. Yo me aficioné a la montaña durante mis años universitarios en Madrid. Después, en Italia, he ido a los Alpes con amigos del Club Alpino Italiano, y durante misiones largas en América Latina, he escalado algunos picos de los Andes.
Pero ese librito, «Atajos de silencio», no es un verdadero libro de poesía ni de alpinismo. Son simples apuntes, tomados a vuela pluma después de las caminatas, con algunas consideraciones espirituales. El montañismo es el deporte en que más se puede rezar. Se camina contemplando la naturaleza durante horas, hablando con Dios, agradeciéndole tantas cosas bonitas que se ven, pidiéndole luces para solucionar algún problema...
-Y usted cita en su libro al Papa como montañero.
-Sólo un poco, indirectamente. Tampoco pude resistirme a citar unas palabras suyas de 1986: «La naturaleza es un libro. El hombre debe leerlo, no emborronarlo. En sus páginas hay un mensaje que espera ser descifrado. Es un mensaje de amor, en el que Dios quiere llegar al corazón de cada uno para abrirlo a la esperanza». Me gustó mucho esta frase. La naturaleza ayuda a pensar en la teología de la Creación: permite ver en toda esa belleza una imagen pequeña, parcial pero real, de la infinita belleza que es Dios, a quien el Papa contempla y ama en categorías metafísicas: la bondad infinita, la justicia infinita, la belleza infinita, el ser infinito... Está enamorado de Dios -pero más que de el Dios de los filósofos, del Dios encarnado, Cristo- y hace enamorar a la gente de Dios.
-Le admira también como poeta.
-En ese contexto de amor a la naturaleza el «Tríptico Romano» es precioso. Es un poema difícil. Se discute si la metafísica puede hacerse poesía, y él me parece que ha demostrado que sí. Cuando habla de «remontar el torrente», ¿a cúal se refiere? Probablemente a aquellas palabras de Cristo en Jerusalén: «El que tenga sed, venga a mí y beba», que hacían eco a las otras dirigidas a la samaritana: «El que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la vida eterna». Remontar el Torrente -aunque cueste- para llegar al manantial.
-Usted cambió la Medicina por el Derecho Canónico...
-Mi padre, que era médico, esperaba que yo me dedicase también a la medicina. En Madrid y Barcelona, cuando era ya del Opus Dei, me especialicé en Psiquiatría, y pensaba ir a Alemania para prepararme a oposiciones porque había varias cátedras vacantes en España. Pero hubo un golpe de timón. Me preguntaron, de parte del fundador del Opus Dei, si podía venir a Roma para completar los estudios de teología, que llevaba años haciendo en España, y para estudiar Derecho Canónico. La verdad es que nunca había pensado en dedicarme al Derecho Canónico, pero había aprendido lo que el Fundador del Opus Dei llamaba a veces la «teología del borriquito». A él le gustaba considerarse un borriquito, como el que según la tradición calentó al Niño en el portal de Belén, o el que utilizó Jesús para entrar en Jerusalén. El Señor te guía, tira de las riendas y te cambia de dirección cuando menos lo esperas.
Yo pensaba irme a Alemania y, en cambio, me vine a Roma. Aquí estudié, empecé a enseñar Derecho Canónico y después a trabajar en la Santa Sede. Aquí pude seguir el Concilio y, después, vivir estos cuarenta años de trabajo: veinte para colaborar en la preparación de la nueva legislación de la Iglesia y veinte para interpretarla y procurar que se aplique. Al Papa también le pareció curioso el cambio de la medicina a los cánones, y le divirtió la «teología del borriquito».
Pero pienso que todo está en la misma línea del servicio y de la antropología. El médico se preocupa de los cuerpos, el sacerdote de las almas. El derecho es una forma de ordenar las conductas, poniendo en el centro de las leyes la persona humana, con su dignidad, sus derechos y deberes. Y, por lo tanto, es también un servicio a la persona y a su destino eterno.
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